martes, 21 de noviembre de 2017

Robots e impuestos



¿Deben pagar impuestos los robots? - La Voz de GaliciaMaría Cedrón, de La Voz de Galicia, me llamó para hablar sobre la posibilidad de aplicar impuestos a los robots como supuesta forma de paliar el problema que supone un futuro en el que un número cada vez mayor de trabajos son sustituidos por máquinas, y ayer lo publicó en un reportaje titulado “¿Deben pagar impuestos los robots?
La aplicación de impuestos al trabajo realizado por robots es un tema que se ha comentado en numerosas ocasiones, la más reciente al hilo de unas declaraciones de Bill Gates al respecto el pasado febrero. Mi opinión sobre el tema es que se trata de un intento de aplicación simplista de un modelo conocido, pero que posee problemas fundamentales de diversos tipos.
El primero y fundamental es definir qué es un robot. El problema no es sencillo en absoluto: la primaria identificación de un robot con la imagen de un artefacto antropomórfico con brazos y piernas que supuestamente sustituye a un ser humano es directamente absurda, y no responde a la realidad de que, desde hace mucho tiempo, ya empleamos todo tipo de robots para sustituir muchos trabajos anteriormente realizados por personas. Y más allá de su pretendida “similitud” con el hombre, ¿debemos considerar como robots a los programas de software, y no solo al hardware? ¿Vamos a empezar, de manera retroactiva, a aplicar impuestos a las cadenas de montaje que desde hace décadas emplean muchísimas industrias? ¿A la ofimática? ¿A las aplicaciones de control numérico? ¿Cómo buscamos una equivalencia con el número de puestos de trabajo sustituidos? ¿A cuántos obreros sustituye la imprenta, altamente mecanizada, que imprime el periódico en el que se publica esta noticia? ¿Cómo debemos empezar la base de comparación? ¿Con obreros que supuestamente tuviesen que pintar las letras a mano? ¿O consideramos eso absurdo y parte del pasado, y comenzamos la comparación con los obreros encargados de confeccionar a mano las planchas con los caracteres de plomo de la linotipia, como se hacía a principios del siglo pasado? No existe una equivalencia robot-hombre, un ratio establecido, y si se pretendiese establecer, carecería de sentido en cuanto el robot experimentase una mejora e incrementase su eficiencia. Basta con este problema para darnos cuenta de que, en realidad, estamos hablando de un fenómeno mucho más complejo de lo que parece.
Pero existe un segundo problema, y es, si cabe, aún más básico: la racionalidad de la cuestión. ¿Tiene realmente lógica gravar con impuestos una actividad que, de por sí, ya lo estaba? Si una compañía emplea robots y obtiene con ello una competitividad superior y, en último término, más ingresos y beneficios, ese plus de beneficios estará lógicamente gravado con los correspondientes impuestos. ¿Debemos, además, volverlo a gravar porque esos beneficios se obtuvieron gracias al trabajo de robots? ¿Tiene sentido penalizar a quien emplea la tecnología para mejorar los procesos productivos? ¿A dónde nos llevaría una práctica así? ¿A poner, como decía el famoso anuncio de IBM de los años ’80, a obreros con cucharillas de café a cavar zanjas para así incrementar el número de puestos de trabajo ocupados por humanos, aunque esos trabajo no tengan ningún sentido?
A medida que añadimos un poco de sentido común a la ecuación robots + impuestos, nos vamos dando cada vez más cuenta de que no tiene ningún sentido, y es simplemente un intento de buscar correspondencias con un entorno tan desigual, que simplemente ya no las resiste. A medida que más robots se dedican a tareas que antes llevaban a cabo seres humanos, habrá que plantearnos que esto, en realidad, es lo que ha ocurrido siempre, y a nadie se le ocurrió la peregrina idea de desincentivarlo o castigarlo – aunque hubiese damnificados por ello y tuviesen menos red de protección social que la que tienen ahora. Lo que habrá que hacer es preocuparse de generar un entorno que posibilite que esos seres humanos encuentren otras cosas que hacer, protegerlos de la consecuencia inmediata de la pérdida del empleo, y tratar de proporcionarles opciones para que se desarrollen como personas.
A medida que progresa la tecnología y más trabajos de los que conocemos pierden sentido, más necesario es diseñar elementos que desacoplen la generación de riqueza del trabajo. En la sociedad del futuro, las personas trabajarán, pero lo harán de otra manera, en cuestiones que hoy seguramente no consideraríamos trabajo, y mantendrán con esos trabajos una relación completamente distinta a la que tenemos hoy: no se verán forzados a trabajar en cosas que no les gusten, sino que escogerán sus trabajos en función de otros criterios. La renta básica, sobre la que hemos escrito y discutido en múltiples ocasiones, se configura como una opción de administración de nuestras sociedades que ya no viene únicamente de la izquierda y del lógico intento de redistribución de la riqueza, sino también desde las ideologías liberales y la simplificación de los sistemas de ayuda y cobertura social.
Buscar ese tipo de soluciones y trabajar en las complejas soluciones que precisamos para su aplicación – problemas como la motivación, los flujos migratorios o la esencia e identidad de la persona – resulta mucho más productivo que pensar en “soluciones mágicas” esencialmente continuistas, cuando no directamente simplistas, como la de aplicar impuestos a la actividad de los robots. Ante una disrupción total de los elementos que consideramos durante generaciones fundamentales en la sociedad – la educación, el trabajo, los impuestos, la riqueza, etc. – las soluciones continuistas que pretendan consolidar los mismos elementos de siempre no van a servir. Habrá que buscar necesariamente replanteamientos mucho más radicales.

blog Enrique Dans
 

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