Dentro
de mi profesión, el marketing y la pasión, entusiasmo y dedicación que
siento a diario por el alto rendimiento. Hace ya algunos años que me
embarqué en un viaje hacia conocerme, rediseñarme y reconstruirme a mí
mismo. Esto solo es posible en descubriendo y destapando las partes que
menos te gustan, las más vulnerables, el lado oscuro. La indignidad.
Recientemente
descubrí algo revelador y tremendo para mí, mi tendencia a machacarme, a
no sentirme digno, a pensar que no merezco lo que he ganado, vivo o el
resultado que yo mismo cree. Creerte inadecuado. Pensar que eres un
fraude. La sensación de sentir que no eres lo suficiente auténtico, que
sea lo que sea aquello que hagas, no te has demostrado nada. Eres
inadecuado, no merecedor de cualquier cosa buena que te pase. Esto es
peligroso damas y caballeros. Es la indignidad.
Una trampa destructiva
Fui
consciente de que mi mente hacía todo lo que podía para evitar el dolor
crudo de sentirse insuficiente. No merecedor. Cada vez que nuestras
deficiencias son expuestas, reaccionamos intentando cubrir nuestra
vulnerabilidad más profunda. Durante todos estos años desarrollé una
variedad de estrategias diseñadas para esconder esta gran y destructiva
trampa, la indignidad. De esta forma pensaba que estaba compensando lo
que creía que no funcionaba en mí.
1. Crearte a ti mismo para distraerte
No
hay nada de malo con esto, todo lo contrario. Aunque en ocasiones puede
servir para encubrir algo todavía más doloroso. Nos embarcamos en
experiencias vitales, experimentos o proyectos de crecimiento personal,
uno detrás de otro. Intentas hacer cosas que nadie hace, ser disruptivo,
sobresalir de ti mismo. Otras personas, de forma más primitiva también
lo hacen, cumplir con el estereotipo perfecto para el cuerpo y la
personalidad perfecta. Siempre sonriendo, permaneciendo en dieta
perpetua, mostrando en Instagram lo genial que es tu vida, contratando
un/a coach. Empujándote a dejar tu trabajo y emprender. Completar un
maratón o na distancia Ironman. Cursos de desarrollo personal.
Meditación. Adquirir disciplina. Iniciarte en actividades de impacto
social. De forma cierta, cualquiera de estas actividades puede producir
mucho bien, pero muy a menudo esconden deseos ansiosos que dejan el
siguiente mensaje: "es la indignidad, no me lo merezco".
En
lugar de relajarnos y disfrutar de lo que somos, quién somos y sea lo
que sea lo que estamos haciendo, nos comparamos con un ideal e
intentamos sobrepasar.
2. Abrazar un riesgo poco real
Hago
como si parece que arriesgo, pero lo que hago en realidad es jugar
seguro. Huimos del fracaso que sabemos que tenemos que enfrentar.
Queremos hacer muchas cosas porque hacer una sola podría ser demasiado
arriesgado. ¿Qué sucede si fallamos en unas cuantas cosas? ¿Qué sucede
si fracasas en la única cosa que estás intentando? Si tienes éxito, no
sigues intentando en cosas arriesgadas, por el que el miedo a fallar es
todavía más grande. Necesitamos expandir horizontes, pero jugando
seguro. Cuando un riesgo importante entra en juego, retrocedes y
entonces vas a por riesgos menores que no necesitas confrontar.
3. Huir del presente
Salgo
corriendo ante la experiencia de vivir en el presente. Trato de escapar
del sentimiento de miedo y pena contándome historias sobre lo que está
sucediendo en mi vida. Mantengo ciertos temas clave en movimiento, así
mi mente me mantiene ocupado: los proyectos que tengo que lanzar y
desarrollar, qué ha funcionado y qué no, cuál es el siguiente problema,
qué me preocupa, racionalizar pensamientos y sucesos. También podrías
incluir, cómo otros te ven y que piensan de ti, juzgar a los demás,
encajar con la persona ideal, decepciones o incertidumbre sobre
cualquier cosa. Vivimos en un estado flotante de ansiedad, ni siquiera
necesitamos preocupaciones o problemas para imaginar desastres. Vivir en
el futuro (o en el pasado) crea a ilusión de que somos los dueños de
nuestra vida y que somos casi perfectos. Qué gran error.
4. Hacer, hacer, hacer
Me
mantengo ocupado todo el tiempo, mi mayor miedo es no hacer nada. En
nuestra sociedad, hacer cosas es una forma de distraernos del dolor que
produce la muerte de un ser querido, la ruptura matrimonial o las
inseguridades internas. Si paramos de hacer cosas corremos el riesgo de
conectar con el sentimiento insoportable de que estamos solos y no
valemos nada. Es por eso que tratas de llenar huecos, tiempo, cuerpo,
mente, emociones. Consumes, compras y parloteas. Si ese hueco existe,
compruebas Facebook, envías Whatsapps, ves una película o comes algo.
Cualquier cosa es buena para enterrar el sentimiento de vulnerabilidad y
deficiencia que vienen bajo las palabras de indignidad, "no lo
merezco".
Me
he convertido en mi propio peor crítico. Ese comentario de turno o
incluso esa voz que nos recuerda a veces o muy a menudo que la cagaste.
Que podrías haberlo hecho mejor, que no deberías haber dicho esto o lo
otro. Incluso que hay otros que lo hubieran hecho mejor que tú. Cuando
solo prestas atención a las peores cosas sobre ti piensas que estás
controlando tus impulsos y reacciones, reconociendo tus debilidades y
quizá mejorando tu carácter. No es así, créeme.
La indignidad que viene desde dentro
Esta
es la verdad que duele, pero es real, al menos para mí. Estas y otras
estrategias, no son más que artimañas de nuestra mente para reforzar
todas las inseguridades que sostienen el sentimiento de la indignidad de
no merecerte. Lo que estoy aprendiendo es que, cuanto más historias, de
manera ansiosa, nos comamos a nosotros mismos sobre lo que hacemos mal,
aquello en lo que no somos buenos, eso en lo que fallaremos, o las
cosas que se convierten en defectos nuestros y de los demás. Cuando
hacemos eso, más se fortalece el estado que genera sentimientos de
deficiencia, insatisfacción y
autosabotaje.
Cada vez que revivo una derrota cuando tengo mil y una razones más para
revivir victorias, refuerzo la angustia de no considerarme merecedor o
suficiente para tener lo que tengo o ser quien soy.
Otra
cosa, esto de aquí va para aquellos que buscan reafirmación: cuando te
esfuerzas en impresionar o devaluar a otras personas, potencias la
creencia subyacente de que no eres tan bueno como crees. Esto no
significa que no puedas competir de manera sana, sí, lo que el esfuerzo
debe ir en tu trabajo y en reconocer y disfrutar tu propia competencia.
Siempre
que tus esfuerzos, intentos, pensamientos o deseos estén liderados por
la creencia de que eres menos de lo que eres, seguirás siendo merecedor
de nada. Seguirás siendo indigno porque así lo permites.
Sé
que muchos de vosotros habéis, estáis o estaréis ahí. Así que os cuento
lo que sé, he aprendido y siento. Es la historia más profunda que hay
ahora mismo en mí. Es otro tipo de
automarketing.
¿Quieres autenticidad? Empieza por aquí.
Isra Garcia