Una combinación de iniciativas privadas y públicas en
torno a la importancia de integrar una formación de alta calidad en tecnología
en la educación en los Estados Unidos ha dado como resultado dos efectos
interesantes: por un lado, se ha disparado la demanda de carreras relacionadas con las
ciencias de la computación.Podemos decir lo que queramos sobre las
expectativas profesionales de los graduados en este tipo de estudios, pero lo
que sabemos del mercado norteamericano es que son sencillamente impresionantes:
el país “importa” todos los años programadores e ingenieros hasta cubrir todos
los cupos de visados reservados en este área, y los sueldos medios parecen no
tener ningún techo fijado, así que su aporte de valor a la economía parece
difícil de discutir.
Por otro, una notable apertura de perspectivas en todo lo relacionado con la
educación en fases anteriores a la universitaria: ya que introducimos las ciencias de la computación y la programación como un referente en lugar de simplemente enseñar
herramientas como hacíamos hasta ahora, podemos pensar en modificar las rígidas
y tradicionales metodologías educativas para dar cabida a otro tipo de cosas.
Después de todo, el modelo de “un profesor que cuenta cosas a los alumnos” no ha
cambiado demasiado en las últimas décadas o incluso siglos, y nada dice que no
podamos aprovechar algunos de los avances desarrollados en este sentido.
Por ejemplo, ¿qué tal convertir a nuestros alumnos en hackers?
Recordemos terminología básica: un hacker no es ningún villano ni un malvado que se
dedica a estropear ordenadores o a entrar en sistemas ajenos… por muy mala
prensa que le hayan querido dar, un hacker es simplemente una persona
motivada por el descubrimiento, que no puede ver una puerta cerrada sin sentir
el deseo de abrirla, y que está dispuesto a esforzarse para entender cómo
funciona algo. Decididamente, cualidades con connotaciones notablemente
positivas en el desarrollo de un proceso educativo. Se me ocurren muchas cosas
que podrían mejorar en la educación aplicando metodologías y éticas
relacionadas con el mundo hacker, e inspirándose y poniendo en valor
los muchos modelos positivos que emanan de esa cultura.
¿O qué tal, relacionado con esto mismo, fomentar las metodologías basadas en
aprendizaje activo? En muchas áreas de la enseñanza, los
modelos de aprendizaje activo se relacionan claramente con mayor motivación,
mejores notas y menos tasa de fracaso escolar. Unas metodologías que,
lógicamente, se ven favorecidas cuando introducimos componentes tecnológicos en
el proceso de aprendizaje: hacer cosas frente a simplemente escuchar a un
profesor, flipped
classroom, etc… La propuesta suena a lógica aplastante, pero aún así,
son pocos los países en los que las metodologías estén cambiando de manera
drástica en este sentido.
No, no es solo poner ordenadores en clase ni enseñar a programar – que de hecho, no es fácil, y no es bueno que nadie nos lleve a
creerlo. Lo que hay que hacer con la educación es cambiarla de arriba a
abajo: modificar el papel del profesor, cambiar los procesos educativos, matar de una vez a ese maldito libro de texto que enseña que
todo el conocimiento está en un solo sitio, introducir la tecnología como una
parte natural del aprendizaje y como un objetivo más de adaptación del alumno al
entorno en el que va a vivir, y extender esos cambios a todas las asignaturas
que no son tecnología. Un cambio radical que tiene que promoverse desde todos
los estamentos, y que tiene que dejar al margen a todos los descreídos y
escépticos que hoy ocupan puestos de responsabilidad en las estructuras de la
educación. En países como los Estados Unidos, el Reino Unido, Estonia y algunos
otros está sucediendo. Las consecuencias las veremos en el futuro.
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