Como
dice
Hugh McLeod, todo el mundo tiene su monte Everest privado que
escalar, una carrera de 6 kilómetros, miedo escénico a
hablar
en público, nadar en el mar, dificultades con los idiomas, un
maratón, dejar el tabaco – o alcohol – o las drogas, finalizar una prueba
Ironman
o expresar los sentimientos a la gente que ama. Hay miles de Everest personales
que escalar. Podríamos hablar de ello como un reto, aunque esto no es sólo una
prueba física, es una declaración de determinación, intento, propósito e
insolencia y en muchas ocasiones, de espíritu de equipo.

Lo verdaderamente punzante no es que ese reto (cualquiera que sea) pueda
parecerse a algo así como un imposible, no, sino que lo estremecedor es que
algunos colegas del trabajo, amigos o antiguos compañeros de clase, personas que
ni siquiera conoces y por supuesto, enemigos y escépticos, van a disfrutar
viéndote caer. Eso no va a cambiar, es posible que tengan razón, quizás no estás
preparado para colocarte delante de la audiencia y dar el mejor discurso de tu
vida o sí, no tienes lo que hay que tener para dejar ese trabajo fustigador, ya.
Es posible que peses 160 kilos y hacer un maratón sea algo infranqueable para
ti, o no deberías ni siquiera intentar lanzar una idea en la que nadie cree,
total vas a fallar, ya, es posible que eso sea cierto en esa realidad que otros
se empeñan que vivamos, ya.
¿Sabes la mejor parte? Nada de eso importa, porqué, nada de lo que digan o
hagan debería evitar que te apasiones por lo que pretendes conseguir y entonces,
donar toda tu ilusión en el intento, eso es algo que nadie podrá arrebatarte
jamás.
El poder de un intento intrépido e insubordinado, compartido y vivido
intensamente, que colisiona contra las creencias y reglas del sistema, tiene
100.000 veces más impacto que una idea aceptada y consensuada por el Statu
Quo.
Inténtalo.