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martes, 28 de noviembre de 2017
martes, 21 de noviembre de 2017
Robots e impuestos
María
Cedrón, de La Voz de Galicia, me llamó para hablar sobre la posibilidad
de aplicar impuestos a los robots como supuesta forma de paliar el
problema que supone un futuro en el que un número cada vez mayor de
trabajos son sustituidos por máquinas, y ayer lo publicó en un reportaje
titulado “¿Deben pagar impuestos los robots?”
La aplicación de impuestos al trabajo realizado por robots es un tema que se ha comentado en numerosas ocasiones, la más reciente al hilo de unas declaraciones de Bill Gates al respecto el pasado febrero. Mi opinión sobre el tema es que se trata de un intento de aplicación simplista de un modelo conocido, pero que posee problemas fundamentales de diversos tipos.
El primero y fundamental es definir qué es un robot. El problema no es sencillo en absoluto: la primaria identificación de un robot con la imagen de un artefacto antropomórfico con brazos y piernas que supuestamente sustituye a un ser humano es directamente absurda, y no responde a la realidad de que, desde hace mucho tiempo, ya empleamos todo tipo de robots para sustituir muchos trabajos anteriormente realizados por personas. Y más allá de su pretendida “similitud” con el hombre, ¿debemos considerar como robots a los programas de software, y no solo al hardware? ¿Vamos a empezar, de manera retroactiva, a aplicar impuestos a las cadenas de montaje que desde hace décadas emplean muchísimas industrias? ¿A la ofimática? ¿A las aplicaciones de control numérico? ¿Cómo buscamos una equivalencia con el número de puestos de trabajo sustituidos? ¿A cuántos obreros sustituye la imprenta, altamente mecanizada, que imprime el periódico en el que se publica esta noticia? ¿Cómo debemos empezar la base de comparación? ¿Con obreros que supuestamente tuviesen que pintar las letras a mano? ¿O consideramos eso absurdo y parte del pasado, y comenzamos la comparación con los obreros encargados de confeccionar a mano las planchas con los caracteres de plomo de la linotipia, como se hacía a principios del siglo pasado? No existe una equivalencia robot-hombre, un ratio establecido, y si se pretendiese establecer, carecería de sentido en cuanto el robot experimentase una mejora e incrementase su eficiencia. Basta con este problema para darnos cuenta de que, en realidad, estamos hablando de un fenómeno mucho más complejo de lo que parece.
Pero existe un segundo problema, y es, si cabe, aún más básico: la racionalidad de la cuestión. ¿Tiene realmente lógica gravar con impuestos una actividad que, de por sí, ya lo estaba? Si una compañía emplea robots y obtiene con ello una competitividad superior y, en último término, más ingresos y beneficios, ese plus de beneficios estará lógicamente gravado con los correspondientes impuestos. ¿Debemos, además, volverlo a gravar porque esos beneficios se obtuvieron gracias al trabajo de robots? ¿Tiene sentido penalizar a quien emplea la tecnología para mejorar los procesos productivos? ¿A dónde nos llevaría una práctica así? ¿A poner, como decía el famoso anuncio de IBM de los años ’80, a obreros con cucharillas de café a cavar zanjas para así incrementar el número de puestos de trabajo ocupados por humanos, aunque esos trabajo no tengan ningún sentido?
A medida que añadimos un poco de sentido común a la ecuación robots + impuestos, nos vamos dando cada vez más cuenta de que no tiene ningún sentido, y es simplemente un intento de buscar correspondencias con un entorno tan desigual, que simplemente ya no las resiste. A medida que más robots se dedican a tareas que antes llevaban a cabo seres humanos, habrá que plantearnos que esto, en realidad, es lo que ha ocurrido siempre, y a nadie se le ocurrió la peregrina idea de desincentivarlo o castigarlo – aunque hubiese damnificados por ello y tuviesen menos red de protección social que la que tienen ahora. Lo que habrá que hacer es preocuparse de generar un entorno que posibilite que esos seres humanos encuentren otras cosas que hacer, protegerlos de la consecuencia inmediata de la pérdida del empleo, y tratar de proporcionarles opciones para que se desarrollen como personas.
A medida que progresa la tecnología y más trabajos de los que conocemos pierden sentido, más necesario es diseñar elementos que desacoplen la generación de riqueza del trabajo. En la sociedad del futuro, las personas trabajarán, pero lo harán de otra manera, en cuestiones que hoy seguramente no consideraríamos trabajo, y mantendrán con esos trabajos una relación completamente distinta a la que tenemos hoy: no se verán forzados a trabajar en cosas que no les gusten, sino que escogerán sus trabajos en función de otros criterios. La renta básica, sobre la que hemos escrito y discutido en múltiples ocasiones, se configura como una opción de administración de nuestras sociedades que ya no viene únicamente de la izquierda y del lógico intento de redistribución de la riqueza, sino también desde las ideologías liberales y la simplificación de los sistemas de ayuda y cobertura social.
Buscar ese tipo de soluciones y trabajar en las complejas soluciones que precisamos para su aplicación – problemas como la motivación, los flujos migratorios o la esencia e identidad de la persona – resulta mucho más productivo que pensar en “soluciones mágicas” esencialmente continuistas, cuando no directamente simplistas, como la de aplicar impuestos a la actividad de los robots. Ante una disrupción total de los elementos que consideramos durante generaciones fundamentales en la sociedad – la educación, el trabajo, los impuestos, la riqueza, etc. – las soluciones continuistas que pretendan consolidar los mismos elementos de siempre no van a servir. Habrá que buscar necesariamente replanteamientos mucho más radicales.
blog Enrique Dans
La aplicación de impuestos al trabajo realizado por robots es un tema que se ha comentado en numerosas ocasiones, la más reciente al hilo de unas declaraciones de Bill Gates al respecto el pasado febrero. Mi opinión sobre el tema es que se trata de un intento de aplicación simplista de un modelo conocido, pero que posee problemas fundamentales de diversos tipos.
El primero y fundamental es definir qué es un robot. El problema no es sencillo en absoluto: la primaria identificación de un robot con la imagen de un artefacto antropomórfico con brazos y piernas que supuestamente sustituye a un ser humano es directamente absurda, y no responde a la realidad de que, desde hace mucho tiempo, ya empleamos todo tipo de robots para sustituir muchos trabajos anteriormente realizados por personas. Y más allá de su pretendida “similitud” con el hombre, ¿debemos considerar como robots a los programas de software, y no solo al hardware? ¿Vamos a empezar, de manera retroactiva, a aplicar impuestos a las cadenas de montaje que desde hace décadas emplean muchísimas industrias? ¿A la ofimática? ¿A las aplicaciones de control numérico? ¿Cómo buscamos una equivalencia con el número de puestos de trabajo sustituidos? ¿A cuántos obreros sustituye la imprenta, altamente mecanizada, que imprime el periódico en el que se publica esta noticia? ¿Cómo debemos empezar la base de comparación? ¿Con obreros que supuestamente tuviesen que pintar las letras a mano? ¿O consideramos eso absurdo y parte del pasado, y comenzamos la comparación con los obreros encargados de confeccionar a mano las planchas con los caracteres de plomo de la linotipia, como se hacía a principios del siglo pasado? No existe una equivalencia robot-hombre, un ratio establecido, y si se pretendiese establecer, carecería de sentido en cuanto el robot experimentase una mejora e incrementase su eficiencia. Basta con este problema para darnos cuenta de que, en realidad, estamos hablando de un fenómeno mucho más complejo de lo que parece.
Pero existe un segundo problema, y es, si cabe, aún más básico: la racionalidad de la cuestión. ¿Tiene realmente lógica gravar con impuestos una actividad que, de por sí, ya lo estaba? Si una compañía emplea robots y obtiene con ello una competitividad superior y, en último término, más ingresos y beneficios, ese plus de beneficios estará lógicamente gravado con los correspondientes impuestos. ¿Debemos, además, volverlo a gravar porque esos beneficios se obtuvieron gracias al trabajo de robots? ¿Tiene sentido penalizar a quien emplea la tecnología para mejorar los procesos productivos? ¿A dónde nos llevaría una práctica así? ¿A poner, como decía el famoso anuncio de IBM de los años ’80, a obreros con cucharillas de café a cavar zanjas para así incrementar el número de puestos de trabajo ocupados por humanos, aunque esos trabajo no tengan ningún sentido?
A medida que añadimos un poco de sentido común a la ecuación robots + impuestos, nos vamos dando cada vez más cuenta de que no tiene ningún sentido, y es simplemente un intento de buscar correspondencias con un entorno tan desigual, que simplemente ya no las resiste. A medida que más robots se dedican a tareas que antes llevaban a cabo seres humanos, habrá que plantearnos que esto, en realidad, es lo que ha ocurrido siempre, y a nadie se le ocurrió la peregrina idea de desincentivarlo o castigarlo – aunque hubiese damnificados por ello y tuviesen menos red de protección social que la que tienen ahora. Lo que habrá que hacer es preocuparse de generar un entorno que posibilite que esos seres humanos encuentren otras cosas que hacer, protegerlos de la consecuencia inmediata de la pérdida del empleo, y tratar de proporcionarles opciones para que se desarrollen como personas.
A medida que progresa la tecnología y más trabajos de los que conocemos pierden sentido, más necesario es diseñar elementos que desacoplen la generación de riqueza del trabajo. En la sociedad del futuro, las personas trabajarán, pero lo harán de otra manera, en cuestiones que hoy seguramente no consideraríamos trabajo, y mantendrán con esos trabajos una relación completamente distinta a la que tenemos hoy: no se verán forzados a trabajar en cosas que no les gusten, sino que escogerán sus trabajos en función de otros criterios. La renta básica, sobre la que hemos escrito y discutido en múltiples ocasiones, se configura como una opción de administración de nuestras sociedades que ya no viene únicamente de la izquierda y del lógico intento de redistribución de la riqueza, sino también desde las ideologías liberales y la simplificación de los sistemas de ayuda y cobertura social.
Buscar ese tipo de soluciones y trabajar en las complejas soluciones que precisamos para su aplicación – problemas como la motivación, los flujos migratorios o la esencia e identidad de la persona – resulta mucho más productivo que pensar en “soluciones mágicas” esencialmente continuistas, cuando no directamente simplistas, como la de aplicar impuestos a la actividad de los robots. Ante una disrupción total de los elementos que consideramos durante generaciones fundamentales en la sociedad – la educación, el trabajo, los impuestos, la riqueza, etc. – las soluciones continuistas que pretendan consolidar los mismos elementos de siempre no van a servir. Habrá que buscar necesariamente replanteamientos mucho más radicales.
blog Enrique Dans
lunes, 20 de noviembre de 2017
Cómo he rediseñado mi mente para encontrar respuestas y vencer adversidades
A
lo largo de los años he trabajado en entrenar la mente para vencer
adversidades y mejorar cada día. He diseñado un sistema de alto
rendimiento compuesto por cuatro factores críticos, Comparto aquí
contigo mi experiencia y resultados:
1. Retar suposiciones
Sí,
y repensar mi percepción desde diferentes puntos de vista. No importa
que situación tenga que enfrentar, muy seguramente estaré atascado
dentro de un set de suposiciones predefinidas. Desafiar estas
suposiciones clave me permite extender mi concepción y conciencia sobre
las posibilidades que no he considerado hasta ahora. Siempre empiezo
preguntando “cómo” y luego “por qué” y entonces profundizo preguntando
de nuevo “cómo” y “por qué” a cada una de las respuestas. Usando esta
técnica siempre acabo encontrando nuevos y mejores caminos.
Así es cómo me lancé a realizar la prueba Ultraman.
2. Reformular el problema
Eso
e intentar enfocarlo desde una perspectiva más distante. Expresando el
problema en voz alta me ayuda a identificarlo y llamarlo por su nombre,
eso y darle otras formas a menudo me lleva a diferentes ideas para
solucionar el problema. Lo que hago para replantear mis problemas es
identificar la adversidad desde diferentes ángulos:
• ¿Por qué necesito solucionar este problema?
• ¿Es un problema real?
• ¿Qué retos y obstáculos tengo que superar para solucionar este inconvenientes?
• ¿Cuáles serán las consecuencias de no solucionarlo?
• ¿Qué precio pagaré por solucionarlo?
Formular
estas preguntas me ayuda a encontrar perspicacia útil. Solucionar
nuevos problemas me ayuda a generar ideas para el problema inicial. Así
es cómo desarrollé Human Media.
3. Provocarme para entrenar la mente
Y
tomar mis pensamientos y acciones al extremo. Para mí, esto es la clave
para entrenar la mente: invertir las convenciones ordinarias o
considerar alternativas radicales. Si parece que no puedo descubrir algo
nuevo, entonces intento poner las cosas del revés. Es decir, en lugar
de centrarme en el problema o el contexto, potenciar las ventas o
mejorar mi servicio o producto, mi práctica habitual es considerar cómo
podría crear ese mismo problema, descender las ventas o perjudicar mi
producto o servicio. Es sorprendente la cantidad de recursos e ideas que
me proporciona el revertir ideas es entrenar la mente a salir de la
zona de seguridad. Cuando las obtengo, les doy la vuelta de nuevo como
soluciones factibles para la situación original.
Así es como nació el método de la Ultraproductividad.
4. Expresarme a través de diferentes medios
Sí, y descubrir nuevas posibilidades que moldeen mi idea. De acorde al psicólogo Howard Gardner, todos poseemos inteligencias múltiples
y no una inteligencia general. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a
desafíos complejos, tendemos a expresarnos, de forma única, a través de
nuestra habilidad de razonamiento verbal. Cuanto perdemos ahí.
Cada
vez que enfrento algún “imposible”, intento usar diferentes medios para
comunicar mis pensamientos. Desde conversar conmigo mismo en voz alta,
escribir sobre el asunto, compartirlo con mis 5 consejeros, o con alguno
de ellos, presentarlo como pregunta en Twitter y ver preguntas.
Desarrollar un vídeo sobre mi inquietud, transmitirlo vía podcast.
Intento ser creativo, el experimento de hacer una cosa nueva al día por 520 días
me benefició mucho. Hay muchas maneras de hacerlo. Por ejemplo, también
utilizo lápices de colores, masilla, bloques de lego, música,
asociación de palabras o pintura, hasta el sexo.
Lo
más importante, no intento solucionar (o crear algo) problemas en esta
fase de expresión. Solo expresarlo y divertirme descubriendo nuevos
resultados. Sé que mi cerebro continúa trabajando de forma inconsciente
en el problema (o creación o idea) inicial. Lo hace intentando procesar
la información de distintas maneras. Haciéndolo, desencadena nuevos
patrones de pensamientos, los cuales generarán resultados más creativos y
disruptivos.
A través de este sistema llegué a la idea de crear Stand OUT Program.
Entrenar la mente es cuestión de eso, entrenar, prueba, error, prueba, error. Consistencia, insistencia, autodisciplina.
Nota:
cuando hablo de ideas o problemas se pueden extrapolar a: proyectos,
negocios, productos, experimentos, superhabitos, sistemas, productividad
y estilo de vida.
Isra Garc ia
|
miércoles, 15 de noviembre de 2017
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