Un
pintor tenía muchos admiradores. No solo admiraban su trabajo, sino que
sentían un cariño especial por él. Tanto, que el pintor pensó sobre
cómo podría involucrar en su trabajo a esos admiradores, de una manera u
otra.
Un
día, el pintor, instaló una pequeña ventana en su estudio. De esa forma
los admiradores podrían verle desde fuera. No instaló un cristal, así
los admiradores podrían comentar y hablar con él mientras realizaba su
trabajo. Muy pronto, el pintor se dio cuenta de que disfrutaba hablando
con la gente que se reunía alrededor de la ventana para admirar su
trabajo. Dejaba sus pinceles, limpiaba el exceso de pintura en sus dedos
y tomaba un momento para conversar con aquellos que había llegado a su
ventana.
Después
de algún tiempo, el pintor empezaba el día hablando con toda la
multitud que se reunía al otro lado de la ventana. Discutían y debatían
sobre lo que sucedió el día de antes. Sobre qué parte de su trabajo
abordaría hoy. Cuáles eran sus retos, sus debilidades, sus puntos
fuertes, y sobre cualquier otra cosa que interesara a sus admiradores. A
veces, esas conversaciones se prolongaban hasta la hora de la comida,
entonces el pintor se daba cuenta de que los pinceles estaban rígidos y
empacados con pintura seca. Seguidamente, invertía algo más de tiempo
hablando con la gente, mientras preparaba de nuevo los pinceles y
mezclaba la pintura para ponerse manos a la obra.
Había días donde ni siquiera daba ni una sola pincelada en el lienzo. Pero seguía conversando con la multitud de admiradores.
Cuando
llegó el final de mes, el casero se presentó en la ventana como uno más
de los admiradores, pidiendo el alquiler del mes próximo. Sin embargo,
el pintor no había vendido nada, porque no había pintado nada. No había
creado nada nuevo. No había nada con lo que pagar al casero.
Sus
admiradores, ya amigos, acudieron a su rescate. Eso emocionó al pintor.
Sintió que las experiencias a través de la ventana le habían salvado.
El valor de la comunidad estaba más que demostrado.
No
obstante, esa fue una transacción singular y única. Nunca se repitió.
Los admiradores, amigos, raramente buscan el rol de benefactor, menos
todavía aquellos admiradores quien podría considerarse amigos. Amigos en
el sentido de necesitarlos en un momento decisivo y entonces que
aparezcan.
El arte del trabajo que lo cambia todo
Algo
diferente ocurrió un tiempo más tarde. El pintor reflexionó, se sentó
de nuevo frente a su lienzo, tomó los pinceles y abrió un montón de
botes de pintura, empezó a trabajar. La ventana siguió abierta. El
pintor añadía algún comentario adicional, compartía gestos de
complicidad y respondía, en ocasiones, mientras pintaba. Expresaba
calidez, gratitud y apreciación a aquellos que venían a ver su trabajo,
pero se olvidó de complacer y se enfocó en su trabajo, realmente
centrado en su trabajo. Decidió dejar sus experiencias con su comunidad
para esos momentos fuera del trabajo importante donde estaba su arte y él.
Así que, mi querido/a amigo/a pintor/a: cuéntame sobre tu ventan
Isra Garcia
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