jueves, 7 de diciembre de 2017

Pintar o complacer


El pintor y sus cuadros


Un pintor tenía muchos admiradores. No solo admiraban su trabajo, sino que sentían un cariño especial por él. Tanto, que el pintor pensó sobre cómo podría involucrar en su trabajo a esos admiradores, de una manera u otra.
Un día, el pintor, instaló una pequeña ventana en su estudio. De esa forma los admiradores podrían verle desde fuera. No instaló un cristal, así los admiradores podrían comentar y hablar con él mientras realizaba su trabajo. Muy pronto, el pintor se dio cuenta de que disfrutaba hablando con la gente que se reunía alrededor de la ventana para admirar su trabajo. Dejaba sus pinceles, limpiaba el exceso de pintura en sus dedos y tomaba un momento para conversar con aquellos que había llegado a su ventana.
Después de algún tiempo, el pintor empezaba el día hablando con toda la multitud que se reunía al otro lado de la ventana. Discutían y debatían sobre lo que sucedió el día de antes. Sobre qué parte de su trabajo abordaría hoy. Cuáles eran sus retos, sus debilidades, sus puntos fuertes, y sobre cualquier otra cosa que interesara a sus admiradores. A veces, esas conversaciones se prolongaban hasta la hora de la comida, entonces el pintor se daba cuenta de que los pinceles estaban rígidos y empacados con pintura seca. Seguidamente, invertía algo más de tiempo hablando con la gente, mientras preparaba de nuevo los pinceles y mezclaba la pintura para ponerse manos a la obra.
Había días donde ni siquiera daba ni una sola pincelada en el lienzo. Pero seguía conversando con la multitud de admiradores.
Cuando llegó el final de mes, el casero se presentó en la ventana como uno más de los admiradores, pidiendo el alquiler del mes próximo. Sin embargo, el pintor no había vendido nada, porque no había pintado nada. No había creado nada nuevo. No había nada con lo que pagar al casero.
Sus admiradores, ya amigos, acudieron a su rescate. Eso emocionó al pintor. Sintió que las experiencias a través de la ventana le habían salvado. El valor de la comunidad estaba más que demostrado.
No obstante, esa fue una transacción singular y única. Nunca se repitió. Los admiradores, amigos, raramente buscan el rol de benefactor, menos todavía aquellos admiradores quien podría considerarse amigos. Amigos en el sentido de necesitarlos en un momento decisivo y entonces que aparezcan.

El arte del trabajo que lo cambia todo

Algo diferente ocurrió un tiempo más tarde. El pintor reflexionó, se sentó de nuevo frente a su lienzo, tomó los pinceles y abrió un montón de botes de pintura, empezó a trabajar. La ventana siguió abierta. El pintor añadía algún comentario adicional, compartía gestos de complicidad y respondía, en ocasiones, mientras pintaba. Expresaba calidez, gratitud y apreciación a aquellos que venían a ver su trabajo, pero se olvidó de complacer y se enfocó en su trabajo, realmente centrado en su trabajo. Decidió dejar sus experiencias con su comunidad para esos momentos fuera del trabajo importante donde estaba su arte y él.
Así que, mi querido/a amigo/a pintor/a: cuéntame sobre tu ventan
Isra Garcia
 

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