A estas alturas, cuestionar el acierto de Niantic a la hora de reciclar un juego relativamente antiguo como Ingress licenciando los derechos de los pequeños monstruos de bolsillo de Nintendo resultaría absurdo: récord absoluto de descargas en las tiendas de aplicaciones, el juego móvil más popular de la breve historia de los juegos sobre smartphones, y un auténtico fenómeno cultural con todo tipo de efectos secundarios, tanto buenos como malos.
Sin embargo, tan importante como entender el fenómeno Pokémon Go, lo
es entender lo que Pokémon Go no es: no tiene nada de revolución de
ningún tipo, y no es más que un simple jueguecito con el que pasárselo
bien unos días. Cosa que me parece fantástica, que cada uno se
entretenga como quiera y busque satisfacciones de la manera que estime
oportuna, pero es eso: un juego, sin más importancia.
Por mucho que hablen de los millones de dólares que genera, de las
posibilidades de integrar a anunciantes o de lo que puede significar la
incorporación de nuevas familias de Pokémon ya creadas o que se puedan
crear, el juego es lo que es: un pasatiempo con una repercusión más bien
escasa y, si mi experiencia en difusión de innovaciones sirve de algo,
con un recorrido más bien fugaz. Y repito: esto no significa nada, no le
tengo manía de ningún tipo a Pokémon Go, me parece fantástico que la
gente lo juegue y se lo pase bien, y no soy ningún amargado…
simplemente, me gusta poner las cosas en contexto.
De hecho, que Pokémon Go haya elevado el valor de las acciones de
Nintendo es bastante absurdo, algo solo asociable al hecho de que los
mercados en nuestros días están compuestos por muchos accionistas muy
mal informados que actúan de manera errática y con más bien poco
criterio. La fortísima subida de las acciones de Nintendo hasta duplicar su valor duró
hasta que la propia compañía clarificó algo que estaba muy claro desde
el principio para cualquiera que supiese buscar en Wikipedia: que Nintendo no había producido Pokémon Go, y que participaba en sus posibles ingresos de una manera muy limitada. Rápidamente, las acciones de la compañía volvieron a caer, y la verdad se evidenció: Pokémon Go no era la resurrección de Nintendo, sino que precisamente apuntaba a todo lo contrario, un síntoma claro de que la reina de las consolas sigue sin ser capaz de adaptarse al mundo smartphone,
y tiene que depender de que un tercero venga a poner en valor mediante
licencias los activos que ellos no son capaces de capitalizar.
La fiebre de Pokémon Go es eso, una fiebre fugaz que se quedará, como comenté con Idealista News, en una simple moda pasajera que, de hecho, ya ha comenzado a declinar.
Que un juego experimente un patrón de popularidad tan rápido como el
experimentado por Pokémon Go implica que las barreras de entrada son
escasas o nulas, que el juego se completa con cierta velocidad, y que el crecimiento es imposible de mantener, como evidencian las tendencias de búsqueda de Google. En el mercado norteamericano, el declive es ya evidente,
y en el resto de mercados ocurrirá exactamente lo mismo. Dentro de poco
tiempo, Pokémon Go será únicamente el recuerdo de unos cuántos días de
verano que muchos pasaron dedicándose a jugar un juego ni siquiera
modestamente novedoso (al menos si habían jugado anteriormente a
Ingress), sin más. Entre juego divertido y revolución tecnológica va un
trecho importante, y esto de Pokémon Go, como he mantenido desde un principio, corresponde únicamente a lo primero. Que tampoco está nada mal. E.Dans
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