, de Digiday, me llamó por teléfono para hablar del anuncio de hace algunos meses de El País en el que se planteaban abandonar la edición impresa, y ha publicado algunas de mis impresiones en su artículo titulado “With print’s future in peril, El Pais hones its online editorial strategy“ (pdf).
Hablamos sobre la evolución de la prensa española, sobre los tiempos
en los que El País innovaba en la red sistemáticamente más tarde que sus
competidores por el absurdo miedo a canibalizar la edición impresa,
sobre la evolución de los ad-blockers y la publicidad en
general, sobre el cambio del panorama y la aparición de nuevos
competidores centrados únicamente en lo digital – con todos los avisos
oportunos por delante acerca de mi participación en El Español,
obviamente, al que acaban de premiar por su web – y sobre la evolución de formatos como el branded content, que sigue demostrando poder aportar mucho más valor que el de una simple colección de publirreportajes.
¿Que se acaba el papel? No será porque no lo hayamos dicho veces, y
en todo tipo de foros (por decirlo claramente, una vez casi me echan a
pedradas de una charla de AEDE :-) Hace mucho tiempo que resulta
evidente que prácticamente ningún joven de menos de treinta años tiene
especial afinidad por leer una publicación impresa en un trozo de árbol
muerto que le da las noticias de ayer y en la que no se puede hacer
clic. Las pilas de ejemplares que veo en la entrada de la universidad en
la que trabajo (o como si vas a la de Periodismo, incluso, a los que
supuestamente podríamos considerar más interesados) lo atestiguan. En el
AVE, cuando pasan con la prensa, la pido porque así, cuando llega la
bandeja con la comida, me sirve de salvamanteles encima de mi ordenador.
Si algún día me llevo los pocos periódicos que aún llegan a la zona de
espera del despacho, es porque estoy pintando en casa. El soporte papel
ya no tiene más interés que ese, y aferrarse a él en plan romántico y
hablar del olor de la tinta y de lo cómodo que es para leerlo en el sofá
hace mucho que ya no tiene sentido. Y para las generaciones siguientes,
menos aún. Lo del papel les resulta poco menos que marciano. Solo lo
usan, los que lo usan, en esas apolilladas instituciones educativas que
les obligan a bajar a una versión obsoleta de su sistema operativo
cerebral.
Que El País, en pleno ataque de clarividencia, afirme que la edición principal será la online
y que la impresa será simplemente lo que salga de darle a imprimir en
el momento que toque cerrar la edición es simplemente una cuestión de
lógica y supervivencia: el papel persistirá únicamente para lectores
mayores, para suscriptores que quieren recibirlo por debajo de la
puerta, y posiblemente, algo más de tiempo en algunos regionales en los
que confluyen circunstancias como la edad media de los lectores y el
prestigio social que parece conllevar el hecho de pagar la suscripción…
pero es ya una cuestión ranciamente generacional, que muere a medida que
van muriendo sus lectores. Y no, no es porque yo lo diga: ni tengo la
culpa, ni se gana nada repitiendo una y otra vez que estoy equivocado.
La perspectiva de ya más de dos décadas (mi tesis doctoral sobre el tema
la empecé ¡¡en 1996!!) debería enseñarnos alguna cosa.
¿Qué hay al otro lado del papel? Nada que no supiéramos. La red es un
entorno complejo, en el que la propuesta de la publicidad palidece a
medida que se abusa de formatos intrusivos y se incrementa el número de usuarios que instalan bloqueadores,
en el que resulta difícil sostener una propuesta de muro de pago si no
se cuenta con una propuesta de valor muy específica y que los usuarios
se comprometan en sostener, y en el que cada vez leeremos más noticias
en sitios diferentes a las páginas del medio, en sitios como Apple News, Google Newsstand, Snapchat Discover o Facebook Instant Articles en los que nos orientaremos por criterios de recomendación social y en donde nos costará enormemente recordar cuál era el medio original en el que se publicaron.
No, ganar dinero en este entorno no va a ser fácil, y sobre todo, va a
requerir una mentalidad enormemente inclusiva, abierta a todo tipo de
cambios, y dispuesta a experimentar, no a agarrarse a lo que siempre
vieron funcionar durante toda una vida profesional. Lo contrario,
desgraciadamente, de lo que he visto en muchos sitios. El panorama,
digan lo que digan algunos, no es negro, salvo para los que se empeñen
en verlo así.
Decir adiós al papel no es nada más que aceptar que una tecnología
con miles de años de antigüedad deja paso a otra intrínsecamente
superior. Negarse a aceptar esos cambios nunca ha llevado a ningún
sitio. Que El País afirme que se dispone a ir abandonando el papel tal
ver quiera decir que se acaben de dar cuenta de que “la revolución digital ya está aquí“,
pero más bien me parece un simple destello de sentido común. Que entre
tantos compañeros de viaje vetustos y apolillados que le acompañan en
esa embarcación de tres palos y a vela llamada AEDE, no deja de tener su
mérito…
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