¿Como
verías que alguna de las grandes empresas tecnológicas, como Apple,
Google, Amazon o Facebook, te propusiesen ser tu banco? Esa es una de las preguntas que Fujitsu ha hecho a una muestra de unos siete mil europeos: en
torno a una quinta parte de ellos respondieron que sí, que les gustaría
tener la posibilidad de adquirir productos bancarios o seguros a estas
compañías.
A medida que el entorno fintech se puebla de experiencias de todo tipo que suelen desarrollarse, en la mayoría de los casos, al margen de la banca o de las empresas de seguros convencionales, y que las grandes compañías tecnológicas van adentrándose en el entorno de los productos financieros mediante iniciativas como medios de pago, la idea parece ir conquistando una cuota mental más amplia.
¿Qué es un banco realmente? Si hoy en día, la mayor parte de la operativa del negocio bancario corresponde fundamentalmente a mover bits en bases de datos, parece claro que las grandes tecnológicas alcanzan niveles mucho más elevados de expertise que unos bancos que no suelen considerar el desarrollo tecnológico como parte de su negocio y que generalmente se limitan a subcontratarlo a grandes consultoras, o a perpetuar antiguos sistemas legacy diseñados hace décadas. Los actuales bancos están, en muchos casos, por detrás de las empresas tecnológicas en estándares de atención e interacción con los clientes, muy por detrás en diseño y operativa a través de la red, decididamente por detrás en analítica, y también por detrás en cuanto a activos en su balance que les permitan ofrecer garantías. Son empresas más pequeñas, menos evolucionadas, ancladas en operativas en muchos casos obsoletas, con procesos comerciales que tienden a evocar el siglo pasado, y con procedimientos en áreas clave como el análisis de riesgos que están sensiblemente por debajo de la eficiencia que ofrecen tecnologías como el machine learning, que empresas tecnológicas como Google definen decididamente como la base de su futuro, mientras la industria financiera tradicional les sigue prestando muy escasa atención.
Hasta el momento, la industria tecnológica parece pensar que para provocar la disrupción en la banca, no era necesario tener un banco. Pero algunos movimientos estratégicos parecen acercar cada vez más a algunas tecnológicas al papel de bancos, lo que lleva a imaginarse un futuro en el que empresas sólidas y muy bien capitalizadas empiezan a darse cuenta de que una licencia bancaria, en realidad, no es un bien tan escaso ni sobre el que fundamentar una ventaja competitiva sostenible, y que pueden diseñar una integración hacia adelante si los clientes los aceptan en ese papel. Se lleva diciendo ya bastantes años: Apple no tendría problemas para constituir un fondo de depósitos suficiente como para cumplir los requisitos legales, y con su historial de cross-selling, su red de tiendas y su base de clientes, lo tendría relativamente fácil para convertirse en uno de los bancos más potentes y rentables. Si eso lo unimos con que las herramientas tradicionales como el cheque o la tarjeta de crédito, soportes habituales del logotipo del banco, parecen sentenciadas ante la pujanza del smartphone y a la pujanza de compañías como Venmo, Square, PayPal, Snapcash o muchas otras, y a que los millennials nacidos entre 1981 y 1997 componen ya la parte más significativa de la sociedad, tenemos sin duda toda una enorme avenida perfectamente abonada para la disrupción. Nada hace pensar que los bancos tradicionales cuenten con una imagen, confianza y reputación entre sus clientes que pueda servirles para blindarse ante una hipotética ofensiva de nuevos entrantes.
¿Puede internet terminar reemplazando a los bancos tradicionales? Por el momento, los bancos más proactivos en este sentido parecen enfocar el tema mediante adquisiciones de aquellas startups y compañías en las que ven modelos más provocativos o capaces de mezclar razonablemente bien con sus esquemas antiguos, pero… ¿es eso suficiente con esas iniciativas “fronterizas” alejadas del núcleo central de la actividad para mantener las posiciones en una industria en la que sin duda se avecina una fuerte disrupción? E.Dans
A medida que el entorno fintech se puebla de experiencias de todo tipo que suelen desarrollarse, en la mayoría de los casos, al margen de la banca o de las empresas de seguros convencionales, y que las grandes compañías tecnológicas van adentrándose en el entorno de los productos financieros mediante iniciativas como medios de pago, la idea parece ir conquistando una cuota mental más amplia.
¿Qué es un banco realmente? Si hoy en día, la mayor parte de la operativa del negocio bancario corresponde fundamentalmente a mover bits en bases de datos, parece claro que las grandes tecnológicas alcanzan niveles mucho más elevados de expertise que unos bancos que no suelen considerar el desarrollo tecnológico como parte de su negocio y que generalmente se limitan a subcontratarlo a grandes consultoras, o a perpetuar antiguos sistemas legacy diseñados hace décadas. Los actuales bancos están, en muchos casos, por detrás de las empresas tecnológicas en estándares de atención e interacción con los clientes, muy por detrás en diseño y operativa a través de la red, decididamente por detrás en analítica, y también por detrás en cuanto a activos en su balance que les permitan ofrecer garantías. Son empresas más pequeñas, menos evolucionadas, ancladas en operativas en muchos casos obsoletas, con procesos comerciales que tienden a evocar el siglo pasado, y con procedimientos en áreas clave como el análisis de riesgos que están sensiblemente por debajo de la eficiencia que ofrecen tecnologías como el machine learning, que empresas tecnológicas como Google definen decididamente como la base de su futuro, mientras la industria financiera tradicional les sigue prestando muy escasa atención.
Hasta el momento, la industria tecnológica parece pensar que para provocar la disrupción en la banca, no era necesario tener un banco. Pero algunos movimientos estratégicos parecen acercar cada vez más a algunas tecnológicas al papel de bancos, lo que lleva a imaginarse un futuro en el que empresas sólidas y muy bien capitalizadas empiezan a darse cuenta de que una licencia bancaria, en realidad, no es un bien tan escaso ni sobre el que fundamentar una ventaja competitiva sostenible, y que pueden diseñar una integración hacia adelante si los clientes los aceptan en ese papel. Se lleva diciendo ya bastantes años: Apple no tendría problemas para constituir un fondo de depósitos suficiente como para cumplir los requisitos legales, y con su historial de cross-selling, su red de tiendas y su base de clientes, lo tendría relativamente fácil para convertirse en uno de los bancos más potentes y rentables. Si eso lo unimos con que las herramientas tradicionales como el cheque o la tarjeta de crédito, soportes habituales del logotipo del banco, parecen sentenciadas ante la pujanza del smartphone y a la pujanza de compañías como Venmo, Square, PayPal, Snapcash o muchas otras, y a que los millennials nacidos entre 1981 y 1997 componen ya la parte más significativa de la sociedad, tenemos sin duda toda una enorme avenida perfectamente abonada para la disrupción. Nada hace pensar que los bancos tradicionales cuenten con una imagen, confianza y reputación entre sus clientes que pueda servirles para blindarse ante una hipotética ofensiva de nuevos entrantes.
¿Puede internet terminar reemplazando a los bancos tradicionales? Por el momento, los bancos más proactivos en este sentido parecen enfocar el tema mediante adquisiciones de aquellas startups y compañías en las que ven modelos más provocativos o capaces de mezclar razonablemente bien con sus esquemas antiguos, pero… ¿es eso suficiente con esas iniciativas “fronterizas” alejadas del núcleo central de la actividad para mantener las posiciones en una industria en la que sin duda se avecina una fuerte disrupción? E.Dans