Un informe de IAB Europe confirma el crecimiento de la publicidad online
a pesar de la crisis, y la sitúa como el segundo medio tras la
televisión, con un crecimiento del 11.5% y superando ya a la publicidad
en prensa: uno de cada cuatro euros invertidos en publicidad se dirigen a
la red.
En paralelo, se mantiene el crecimiento de los bloqueadores o filtros de publicidad,
la extensión más popular para navegadores. El uso de este tipo de
extensiones que permiten navegar sin recibir ningún tipo de impacto
publicitario es una clarísima muestra de que los problemas no
desaparecen simplemente ignorándolos: durante ya varios años, muchas
empresas que viven de la publicidad en la red, incluyendo algunas de las
más grandes como Google, han ignorado conscientemente a los
bloqueadores de publicidad, alegando que su uso estaba vinculado a un
tipo de usuarios muy específico, muy escaso y sin representatividad,
prácticamente una cosa de frikis.
Sin embargo, el porcentaje de usuarios que los utilizan regularmente se acerca, según algunos datos, al 30%, y la última campaña de Michael Gundlach, creador de AdBlock, promete elevar su popularidad todavía más: un crowdfunding
para recaudar fondos para hacer un anuncio que aparezca en un medio
masivo, que ha superado ya los $50.000 necesarios para aparecer en una
de las enormes pantallas de Times Square en Nueva York, y que se
aproxima ya a los $150.000 necesarios para insertar un anuncio a toda
página en The New York Times, haciendo realidad la paradoja de comprar
anuncios para que dejes de ver anuncios.
Con más de veinte millones de usuarios y unas puntuaciones de satisfacción por encima de 4,5 sobre 5, AdBlock
es una extensión capaz de bloquear todo tipo de inserciones
publicitarias incluidos los anuncios de vídeo en YouTube, y y financiada
exclusivamente mediante donaciones de sus usuarios. Es la extensión de
este tipo más popular junto con AdBlock Plus, no relacionada, y más polémica desde que anunció su decisión de financiarse en parte cobrando a los anunciantes para permitir que sus anuncios se salten sus filtros siempre que cumplan una serie de estándares.
En ambos casos hablamos de extensiones desarrolladas con licencia GPL,
lo que implica que podrían seguir su desarrollo incluso si su uso fuese
declarado ilegal, o incluso que la publicidad obtenida del hecho de ser
declarados abiertamente ilegales haría, con seguridad, que surgiesen
nuevas iniciativas que aprovechasen su código. Como muchas otras
cuestiones similares en la red, el problema de los bloqueadores de
publicidad no tiene ningún tipo de posible arreglo por la vía legal. El
intento por superar técnicamente los bloqueos mediante formatos
publicitarios que pasen los filtros ha sido igualmente inútil: los
filtros de publicidad más populares permiten que los usuarios reporten
con un click los anuncios que evaden el filtro, para que puedan ser
añadidos a la lista y subsiguientemente bloqueados.
Mientras la publicad online crece, por tanto, un número
creciente de usuarios se las arreglan para no verla, lo que define un
equilibrio difícilmente sostenible. Pero ¿cuál es la realidad de esa
situación? Si hablamos con la inmensa mayoría de los usuarios,
encontraremos que la decisión de bloquear la publicidad no tiene que ver
con ningún tipo de odio o fobia irracional, sino con una motivación muy
clara: el deseo de librarse de la mala publicidad. Lo que
realmente desencadena la instalación de una extensión como AdBlock o
AdBlock Plus no es el hecho de encontrarse anuncios, sino el de que esos
anuncios se conviertan en insoportablemente molestos utilizando
intersticiales, animaciones excesivas, sonido o vídeo preactivado, o
formatos extensibles que tapan el contenido.
El problema de la publicidad online, por tanto, no es la publicidad online
en sí, sino el hecho de que paguen justos por pecadores: muchas
empresas que hacen publicidad en la red son respetuosas con sus
usuarios, y muchos soportes que muestran esos anuncios tienen criterios
de aceptación que igualmente obligan a mantener ese respeto. Pero cuando
el usuario se instala un bloqueador de publicidad, en muy raras
ocasiones desbloquea determinadas páginas, con lo que tanto aquellas que
muestran publicidad respetuosa como los anunciantes que la producen
sufren las consecuencias de quienes hace y admiten todo tipo de basura
molesta. Una vez instalado un bloqueador de publicidad, la experiencia
de la web se convierte en algo diferente, y pedir al usuario que sea
consciente de la necesidad de sostenibilidad de páginas y anunciantes
que se preocupan de mantener unos criterios de no intrusividad no suele
funcionar. La decisión de bloquear, según muestra la experiencia de
estos últimos años, parece ser básicamente binaria: todo o nada.
La solución no está en iniciar una guerra a cuenta de los
bloqueadores de publicidad. La posibilidad de competir por tecnología no
funciona. La opción de invocar la ley parece un camino largo, pesado,
con elevado riesgo y con muy escasos frutos. La decisión de no mostrar
ningún contenido a quienes se detecta que tienen instalada una extensión
de bloqueo fuerza una posición impopular que tampoco suele funcionar, y
que lleva a los desarrolladores a aguzar el ingenio. Así, mientras los
equipos de ventas intentan buscar más anunciantes para las páginas de
sus medios, los responsables de tráfico ven como la brecha entre
impresiones de páginas y descargas de anuncios se ensancha
progresivamente, sin que resulte en absoluto sencillo evitarlo.
Mi impresión es que la solución está en la autorregulación. En que
anunciantes, soportes y usuarios se pongan de acuerdo en los recursos
que es lícito o no utilizar en publicidad en la red. Que del mismo modo
que terminó por imponerse que los pop-up eran un formato
absurdo que molestaba al usuario y cuyo uso debía desaparecer, se opte
por un código que especifique claramente qué prácticas son aceptables y
cuáles no lo son, y se margine directamente tanto a los anunciantes que
los diseñen, como a los soportes que los admitan. En mi caso, tiendo a
situar la línea roja, además, de lógicamente en los ya casi inexistentes
pop-ups, en cosas como los intersticiales, el sonido o vídeo
preactivado, las animaciones excesivas o los formatos extensibles, pero
esta lista puede crecer a medida que el “ingenio” de algunos crea
formatos molestos diferentes o se tiende a abusar de otros, lo que
llevaría necesariamente al desarrollo de un panel permanente tripartito
con anunciantes, soportes y usuarios que revisase periódicamente qué
formatos son aceptables y cuáles no, y todo ello, a nivel internacional.
Pero sin duda, la posibilidad, sin ser en absoluto sencilla, tiene
mucha más lógica que seguir ignorando el problema, y que correr el
riesgo de llegar a un punto en el que un número muy significativo de los
usuarios bloqueen la publicidad online, y los anunciantes decidan irse con su música – y sus presupuestos – a otra parte
Browse » Home