La adquisición de la división de dispositivos y servicios de Nokia por Microsoft, anunciada sorpresivamente hoy, supone la ejecución de una estrategia largamente planeada que se inició con la llegada de Stephen Elop a la gestión del gigante finlandés y que se salda con su vuelta a Microsoft convertido de facto en uno de los candidatos mejor situados para suceder a Steve Ballmer.
En el camino, el expolio de una empresa que una vez fue el orgullo de la tecnología europea, la empresa con mayor capitalización del continente: Elop llegó a la gestión con la acción en torno a 11 y la llevó hasta los 4,
en un proceso de destrucción de valor que se diría claramente enfocado a
obtener el mejor precio para Microsoft. En 2007, la cuota de mercado de
Nokia en el entonces incipiente mercado smartphone era del 49,4%: a finales del pasado año era del 4,3%.
Para la empresa que era el mayor fabricante de teléfonos móviles del
mundo, abandonar todos sus desarrollos e I+D propio y embarcarse en una
alianza tecnológica con aquella Microsoft de la que provenía el CEO que
precisamente tomaba la decisión supuso una apuesta muy complicada: haber
apostado por Android podría haber supuesto una marcha similar a la
sostenida por Samsung, hoy líder de mercado. Con su decisión de febrero de 2011,
Elop evitaba la adición de un fabricante importantísimo a las filas de
Android, apostaba por el incipiente producto de su ex-empresa, se
convertía en un directivo mediático con el memo más incendiario de la historia, y preparaba su camino de vuelta al organigrama de Redmond al máximo nivel. La idea de que Stephen Elop ha sido básicamente un topo enviado por Microsoft para hacerse con Nokia,
insinuada ya por muchos en 2011 cuando se anunció aquella alianza, toma
ahora más cuerpo que nunca: incluso tras haber firmado la alianza con
Nokia, el apoyo de Microsoft nunca fue visto como pleno desde dentro de
la compañía, que por momentos se quejó de que Microsoft estaba dedicando
más presupuesto publicitario a modelos fabricados por empresas como HTC
o Huawei que a los de la propia Nokia.
La operación de $7.200 millones permite
a Microsoft hacerse con la parte más significativa de Nokia a un precio
prácticamente de desguace: paga $5.000 millones por la división, y
$2.180 millones por un acuerdo de diez larguísimos años por los derechos
de uso de las tecnologías y patentes que deja en lo que queda de la compañía;
los equipos de red móvil, el portfolio de patentes (8.500 patentes de
diseño y 32.000 de utilidad y aplicaciones) y la división de
geolocalización Nokia Here. Como en el caso de la adquisición de Skype, por la que Microsoft pagó $8.500 millones en mayo de 2011, el
pago se lleva a cabo con la caja generada por las operaciones de
Microsoft fuera de los Estados Unidos, un dinero que habría estado
sujeto a impuestos en caso de haber sido repatriado.
Microsoft incorpora 32.000 empleados de Nokia, de los cuales 18.300
están directamente implicados en fabricación y 4.700 están en Finlandia.
En la Nokia que queda al margen de la operación, pero a cuyos
desarrollos tendrá acceso Microsoft durante los próximos diez años,
permanecen unos 56.000 empleados. Con la adquisición, Microsoft se
consolida en el negocio del hardware con el que es ya el tercer sistema
en discordia tras Android e iOS, y siguiendo los pasos de las empresas
con las que pretende competir: Apple y Samsung, que provienen
históricamente del mismo, y Google, que adquirió Motorola Mobility en agosto de 2011 por $12.500 millones. Queda por ver si, como dijo Vic Gundotra en su tweet a raíz del primer acuerdo Nokia-Microsoft en 2011, dos pavos pueden llegar a hacer un águila.
Microsoft continuará licenciando Windows Phone a otros proveedores como HTC, Samsung o Huawei,
con los que intentará mantener una relación similar a la que Google
tiene con el resto de su ecosistema tras la adquisición de Motorola,
pero pasará
a obtener algo más de $40 por dispositivo en los que venda a través de
Nokia frente a los menos de $10 que obtenía antes de la adquisición. Para Microsoft, el acuerdo es sin duda ventajoso:
envía a un directivo a Nokia, destruye valor en la compañía, y la
adquiere posteriormente a precio de derribo mientras mantiene sus
capacidades de fabricación y obtiene acceso a sus patentes. Para los
accionistas de Nokia, la trampa está en los tiempos: el acuerdo les
permite obtener un precio razonable por sus acciones al precio que tienen ahora,
pero obvia el precio que podrían haber llegado a tener en el hipotético
caso de haber sido otro directivo diferente a Stephen Elop con otras
decisiones que para muchos habrían sonado más lógicas… eso, claro, queda
en el etéreo terreno de la economía-ficción.
La parte más emblemática e importante de la empresa tecnológica
europea por excelencia pasa a manos norteamericanas, tras una operación
cuestionable desde muchos puntos de vista, pero sin duda ventajosa. Los
negocios son negocios, no tienen banderas… ¿o sí? E,Dans
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