Una compañía, Brave, está levantando las iras de muchos medios de comunicación en la red: ha recibido ya cartas de la Newspaper Ass. of America y de diecisiete de sus miembros advirtiéndola de que su modelo cruza claramente la línea de la ley y de la ética, y conminándola a interrumpir su actividad.
¿Qué hace Brave
que tanto preocupa a los medios? Sencillamente, muestra el contenido de
sus páginas eliminando todo vestigio de publicidad agresiva, como haría
cualquier bloqueador de publicidad… solo que en este caso, además,
reemplaza esa publicidad con la procedente de su propio inventario, que
garantiza que cumple todos los estándares de no ser molesta, intrusiva o
indiscreta (no recopila información del usuario), y lleva a cabo un
reparto de los ingresos obtenidos entre la página del medio (55%), la
red que les facilita el inventario publicitario (15%), la propia Brave
(15%) y los usuarios (15%).
Detrás de Brave está Brendan Eich, el mítico creador de Javascript y co-fundador de la Mozilla Foundation, que tuvo que abandonarla en abril de 2014 tan solo once días después de haber sido nombrado CEO, ante las protestas que lo calificaban de homófobo por haber donado mil dólares de su bolsillo para financiar la campaña de la Proposition 8, un proyecto de ley que pretendía prohibir el matrimonio homosexual en el estado de California.
La respuesta de la compañía ante las alegaciones de ilegalidad de
los medios es clara: han malinterpretado lo que la compañía hace, y en
realidad, confunden la solución con el problema. Según Brave, lo que
hace no es distinto de lo que hacen los bloqueadores de publicidad o,
simplemente, el modo lector de navegadores como Safari: separa el
contenido de la publicidad, bloquea aquella que el usuario iba de todas
formas a bloquear, y le ofrece la posibilidad de ganar (o donar) dinero
en bitcoins contantes y sonantes por ver esa publicidad. La
interpretación de la compañía es que los medios no se plantearon
siquiera hablar con ellos antes de proceder al envío de las
advertencias, que no han entendido el modelo y que, en realidad, se están enfadando… porque pretenden pagarles un dinero que, de otro modo, iban simplemente a perder.
El planteamiento de Brave es, sin duda, agresivo. Que los medios
pongan el grito en el cielo ante un servicio que elimina la publicidad
de sus páginas y la sustituye por la suya suena razonable: no solo
pierden el control de sus ingresos, sino que se encuentran ante un
intermediario indeseado que, además, evidencia el maltrato al que
estaban sometiendo a sus lectores. Por otro lado, la situación resulta
completamente aberrante: el porcentaje de usuarios que se instalan un ad-blocker crece de manera alarmante, y los medios no parecen reaccionar más que intentando bloquear los propios ad-blockers,
como pretendiendo reproducir todos los errores que otras industrias en
crisis cometieron anteriormente. La vía legal parece cerrada: bloquear los anuncios es, según tres diferentes tribunales alemanes, una opción claramente lícita en manos del usuario,
que tiene derecho a escoger el contenido que desea y no desea recibir a
través de su conexión. El razonamiento, visto paso a paso, tiene
incluso si lógica: si un usuario puede instalarse un bloqueador para no
ver publicidad, como las recientes sentencias judiciales parecen avalar,
o puede leer las páginas de su medio favorito mediante el modo lector
de Safari que simplifica la página hasta mostrar únicamente el
contenido, ¿por qué no iba a poder dar permiso a un tercero para que
sustituya la publicidad con la suya, que no moleste e incluso que le
pague?
Sin embargo, permitir que sea un tercero – y sin permiso – el que
aproveche tu inventario publicitario insertando sus propios anuncios
parece una opción como mínimo complicada. Por mucho que pactar con Brave
pudiese brindar a los medios unos ingresos por publicidad que llevan
tiempo viendo disminuir, a los anunciantes la oportunidad de que sus
anuncios sean vistos por los usuarios, y a los usuarios una experiencia
de navegación mejor e incluso algunos ingresos, la idea resulta una
cuadratura del círculo posiblemente demasiado alambicada. Dado que es de
suponer que Brave no pretende simplemente demostrar que la situación de
la publicidad online es absurda – cosa, por otro lado, ya
claramente probada, – la idea que posiblemente subyace en la compañía es
la de convertirse en un agregador de agencias publicitarias, que
estarían supuestamente dispuestas a aceptar sus restricciones de formato
a cambio de ser capaces de llegar a sus usuarios.
Un supuesto sumamente improbable que requeriría, por un lado, una
meteórica popularización de Brave, por otro un acuerdo de las agencias
para permitir la entrada de un nuevo intermediario en una cadena de
valor ya de por sí muy intermediada, y de los medios, que a pesar de
llevarse el porcentaje más elevado de los ingresos, no dejan de ver cómo
un tercero pasa a gestionar sus recursos de inventario publicitario sin
su permiso. Una situación sin duda compleja, que aparentemente ofrece
a Brave muy pocas posibilidades de ser viable a medio o largo plazo,
pero que se convierte en clarísima señal de alarma. Que Brave se plantee
existir es, simplemente, una prueba de lo enferma que está la
publicidad online, y de lo desesperado de una situación
insostenible que reclama que se tomen medidas. Que sea Brave aquel al
que una industria con tantos intereses cruzados le permita tomarlas… ya
es otro cantar. E.Dans
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