lunes, 6 de mayo de 2013

Los horarios de trabajo en la era de la ubicuidad

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Reloj de fichar antiguoUn par de interesantes artículos, en LinkedIn Today y en Fast Company, arremeten por enésima vez contra la práctica de establecer horarios rígidos para determinados tipos de trabajos en los que, en realidad, la métrica a aplicar debería ser la productividad y el rendimiento obtenidos.
La práctica de establecer horarios de trabajo rígidos proviene de la Revolución Industrial, cuando el desarrollo de una amplia variedad de trabajos requería el acceso a maquinaria específica que solo podía ser ubicada en los centros de trabajo. Para optimizar el nivel de ocupación de dichas máquinas y, por tanto, la productividad obtenida, el trabajo se organizó en función del acceso a las mismas, condicionando la otra variable, el tiempo de los empleados, considerado como más flexible. La organización en turnos de trabajo o la evolución de las jornadas de trabajo (gracias en gran medida a las sucesivas reivindicaciones sindicales) llevó al establecimiento de una jornada de cuarenta horas semanales, que en muchos países se organiza típicamente de nueve de la mañana a cinco de la tarde con una breve pausa para comer. En países latinos, suele incluir una pausa para comer más amplia y un horario de salida posterior, aunque también en esto existen amplias variaciones.
En realidad, hablamos de un atavismo, de algo que proviene de una circunstancia ya superada. El avance de la tecnología ha llevado, en un número muy elevado de casos, a que la maquinaria necesaria para desarrollar el trabajo se encuentre perfectamente disponible en el domicilio del trabajador, en forma de un dispositivo multipropósito llamado ordenador. En paralelo, el avance del cloud computing permite que cualquier trabajo en curso y los mecanismos de comunicación y coordinación necesarios para llevarlo a cabo sea accesibles desde cualquier sitio, con protocolos de seguridad razonables. La restricción de vincular el desarrollo del trabajo a un lugar físico y un horario determinado pierde su sentido, y se convierte en un claro obstáculo a la productividad.
La realidad hoy es que cualquier trabajo que no dependa de una maquinaria especializada puede ser llevado a cabo de manera óptima desde prácticamente cualquier sitio, lo que incrementa enormemente las posibilidades de conciliación, la flexibilidad, la motivación y, en último término, la productividad. La interacción de los trabajadores en torno a un lugar de trabajo común debería plantearse únicamente como forma de maximizar la interacción para el intercambio de ideas y para el desarrollo de una cultura común, pero no como sitio en el que desarrollar el propio trabajo.
La persistencia en esquemas anticuados y superados genera un problema doble: por un lado, las empresas que los practican obtienen a cambio un nivel de motivación menor y un trabajo desarrollado de manera más mecanicista, menos orientado a objetivos, porque el objetivo pasa a ser “cumplir las horas”, frente a optimizar el resultado del trabajo realizado. Por otro lado, las empresas se convierten en menos atractivas para trabajadores que valoran la flexibilidad y el compromiso en función de la motivación personal, lo que puede aparejar problemas a la hora de atraer y retener talento. Los tiempos de desplazamiento estandarizados y coincidentes con horas punta de tráfico, y la falta de confianza y flexibilidad son factores adicionales a tener en cuenta en este sentido.
Desde hace ya bastantes años, mi productividad personal se asienta en la posibilidad de trabajar desde donde quiero, a las horas que quiero, con la intensidad que quiero. La única parte de mi trabajo que exige un lugar físico determinado es el momento de dar clase, siempre que esta sea presencial. Para todo lo demás, confianza y resultados. Si obligas a tus empleados a fichar, no esperes atraer ni retener a los mejores, ni demasiados resultados buenos de su trabajo.
 

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