Todas
las compañías que venden sus productos a mercados de consumo tienen
departamentos de servicio al cliente. Históricamente, esos departamentos
han tendido al desarrollo de herramientas de tratamiento masivo y
sistematizado de las consultas de sus clientes, una característica
determinada por la fuerte asimetría comunicativa del mercado.
En un mercado tradicional, la función fundamental era la venta. El
servicio post-venta tenía, por lo general, una importancia relativa.
Después de todo, quien tenía el poder en la ecuación comunicativa era la
marca: podía hacer campañas de publicidad en medios y dirigirse a los
clientes de manera masiva, mientras que estos estaban limitados a
exponer sus posibles quejas ante un ámbito de influencia limitado. Por
supuesto, la cuestión no podía descuidarse del todo porque una
desatención patente podía llegar a resultar en una pérdida de reputación
para la marca, pero en general, la situación permanecía relativamente
bajo control: el cliente que tenía una queja, consulta o problema
aceptaba un trato completamente asimétrico a través de un call-center
que podía tener en muchos casos tiempos de espera elevados, dar
respuesta a muy pocas peticiones, y operar en base a unas reglas
estrechamente definidas que limitaban el nivel de atención a ofrecer. Lo
que no estaba en el libro, no se hacía, se pedían unas cordiales
excusas, y a la siguiente llamada.
Con la llegada de la web social, la ecuación comunicativa cambió. De
repente, los clientes insatisfechos podían generar importantes problemas
reputacionales a las compañías publicando sus quejas en medios
sociales, y sometiéndolos a procesos de transmisión viral que podían
llegar en ocasiones a una audiencia mayor que un anuncio en televisión.
El que veía uno de esos casos y sintonizaba con él por la razón que
fuera, no se limitaba a verlo, sino que lo reenviaba, tomando una
actitud mucho más activa que la del simple espectador de un medio
masivo. Las marcas comenzaron a retratarse: si las quejas abundaban en
la web y los medios sociales, estaba claro que sus productos no eran
recomendables. En los Estados Unidos surgió el suck-index, buscar el nombre de la marca junto con la palabra “suck”,
y comparar el número de apariciones con las de su competencia directa
para extraer una métrica de calidad de su servicio al cliente.
Algunas marcas empezaron a desarrollar sistemas de atención al
cliente paralelos, basados en las propias redes sociales. A día de hoy,
ya muchas marcas están presentes en sitios como Facebook o Twitter, en
donde sus muros y sus timelines son un lugar ya habitual para
desarrollar actividades de servicio al cliente. En muchos casos,
hablamos de equipos específicos dedicados al tema, internos o
externalizados, mientras que en otros se trata de perseguir el concepto
de contact center, operadores dedicados a contestar peticiones que entran a través de una gama de canales cada vez más amplia.
Todas esas marcas mantienen sus canales tradicionales de servicio al
cliente, y han superpuesto los canales sociales a modo de capa paralela,
para aquellos clientes que prefieren relacionarse por ese medio. Y es
ahí donde surge la paradoja: mientras una llamada al call-center
tradicional te suele llevar a relacionarte con una persona típicamente
desmotivada, sometida a unas métricas duras y desalentadoras, y con unos
grados de libertad habitualmente escasísismos que funciona según el
esquema tradicional, el recurso a las redes sociales te pone
habitualmente frente a personas mucho más motivadas, con capacidad para
saltarse las reglas, y mostrar una actitud del tipo “go the extra-mile” con el fin de satisfacer las demandas del cliente.
Mientras la atención en el call-center tradicional está
quedando cada vez más relegada a los clientes incapaces de expresarse en
público más allá de transmitir su descontento a unos pocos amigos y
familia, los canales sociales se han desarrollado teniendo como función
principal la detención de posibles crisis de relaciones públicas
derivadas de la exposición de un problema a la luz pública. Un cliente
insatisfecho que llama por teléfono es simplemente un cliente más. Uno
que contacta a través de las redes sociales es otra cosa muy diferente, y
potencialmente, un problema de cierta magnitud que puede llegar a
conllevar una crisis de reputación y una actitud negativa – o incluso
ventas perdidas – en otros clientes potenciales.
¿Cuánto tiempo puede persistir esta situación paradójica en la que el
nivel de atención tiene una calidad mucho más elevada en un canal
frente a otro? ¿Puede una empresa aspirar a dar a todos sus clientes el
nivel de servicio y la atención que proporciona hoy en Twitter o en
Facebook, canales ricos en interacción, frente a la que ofrece en su call-center?
¿Qué ocurre cuando detrás de la llamada mal atendida hay un cliente que
sí tiene presencia en redes sociales, y que simplemente utilizó el
canal telefónico por costumbre o conveniencia?
Si llamas por teléfono, puedes encontrarse desde con un número de
tarificación especial, hasta con centralitas automatizadas y tiempos de
espera insoportables, además de tener que tratar con un operador que
actúa prácticamente de manera mecánica, sin ninguna concesión más allá
de lo que está en sus procedimientos. Si contactas por Twitter, la
situación se resuelve típicamente de manera rápida, cordial, y en
ocasiones incluso brillante. Mientras en el call-center te puedes pasar
interminables minutos esperando y te cuesta un mundo conseguir hablar
con una persona, en Twitter es mucho más probable que vaya todo como la
seda. Las anécdotas abundan, y casi todas van en la misma dirección.
Decididamente, las marcas tienen que empezar a plantearse como
aplicar reingeniería a un sistema que cada día hace más aguas. En el
fondo, una situación que reequilibra el poder de uno y otro lado, y que
fuerza a las marcas a ser mucho más transparentes y diligentes en algo
que resulta un factor cada día más importante en la elección de un
producto: el servicio que obtendremos si tenemos cualquier problema con
él. Las marcas que sean capaces de mostrar una proximidad al cliente a
través de las herramientas de la web social se verán como propuestas más
atractivas frente a aquellas que permanezcan fuera de ellas y solo se
relacionen a través de los canales tradicionales.
No, un simple cambio cosmético y un “ya estamos en Twitter” no va a ser suficiente. La web social se ha convertido en el nuevo número de servicio al cliente. Asegúrate de que estás ahí para responder a esas llamadas.
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