viernes, 22 de noviembre de 2013

Innovación incremental versus radical: ¿te gusta conducir?

Toyota FV2El vehículo de la fotografía – no sé si me atrevo siquiera a llamarlo automóvil, o si realmente lo es – es el Toyota FV2, un concept car presentado por la marca japonesa en la edición de este año del Tokyo Motor Show. Por supuesto, es un concepto: lo normal será que falten muchos años para que puedas ver en la calle un modelo mínimamente parecido, si alguna vez llegas a verlo. La función de los concept cars o prototipos no es llegar a salir al mercado y ser vendidos al público, sino servir como expositores para nuevos desarrollos tecnológicos, líneas estilísticas u otras aproximaciones que la marca desea mostrar.
Sin embargo, siendo como es un concept, me ha inspirado una reflexión sobre la naturaleza de la innovación incremental frente a radical o disruptiva: el automóvil, por todos los estándares, es un ejemplo clarísimo de innovación incremental: más de cien largos años después de la puesta en el mercado del Ford modelo T, primer hito en la fabricación masiva de automóviles, estos siguen conduciéndose básicamente igual. Utilizamos un volante para la dirección, un cambio de marchas (la popularización del cambio automático sería posiblemente el mayor ejemplo de disrupción, y es característico tan solo de algunos mercados), un motor de explosión, y una transmisión. La práctica totalidad de las tecnologías empleadas, desde el motor y la conversión del movimiento vertical de los cilindros en movimiento rotativo de las ruedas a la amortiguación, la dirección, el cambio o el escape, por citar algunas, son tecnologías que se mantienen, con mejoras incrementales, desde los inicios de la automoción como industria. Por supuesto, la eficiencia de todas y cada una de las piezas se ha incrementado en muchos casos en órdenes de magnitud, el peso ha disminuido, la seguridad se ha convertido en estándar, la electrónica se ha hecho ubicua, etc., pero fundamentalmente, seguimos hablando de innovación incremental. Muy importante en su magnitud… pero básicamente, más de lo mismo.
Sin ánimo de hacer de analista de producto en una industria como la automoción, que tiene los suyos, el concept car que vemos en la imagen es otra cosa, y podría considerarse un ejemplo de la idea de innovación disruptiva aplicada a un entorno en el que, como decíamos, se ha visto históricamente más bien poca: carece de volante, y se maneja mediante los movimientos del cuerpo. Siempre pensé que el concepto Segway tenía necesariamente mucho más recorrido que el que la empresa que lo puso en el mercado había sido capaz de darle, y este ejemplo conceptual supone una evolución natural del mismo. Algo mucho más parecido a lo que es una máquina que interpreta tu voluntad de manera natural, como podría ser la sensación de montar a caballo si eliminásemos la variabilidad inherente al animal. La máquina “se conecta” a la persona, interpreta los movimientos del cuerpo en función de las características de la carretera, y se convierte en una extensión de sus sentidos al tiempo que chequea no solo el entorno exterior, sino que incluso apunta con cámaras al conductor para detectar variables como  el cansancio o incluso el pulso. La comunicación entre automóvil y usuario se lleva a cabo mediante realidad aumentada proyectada sobre el parabrisas.
Si efectivamente eres de los que “les gusta conducir”, piensa que en realidad, llevamos más de un siglo conduciendo prácticamente de la misma manera. Pero que eso no implica que siempre lo vayamos a hacer igual. En la misma feria se han visto, por ejemplo, modelos que acoplan directamente motores eléctricos a las ruedas tractoras, obviando la necesidad de sistemas de transmisión como tales. Redefiniciones que van mucho más allá de lo evolutivo o incremental, y que durante muchos años se han echado de menos en una industria centenaria. Sin embargo, si consultamos con expertos en automoción, probablemente muchos de ellos negarán que el progreso de su industria haya sido meramente incremental, opinarán que han vivido numerosas situaciones de disrupción a lo largo de su vida profesional, y minimizarán las innovaciones de este modelo, de otros concept car similares, o de Google y su vehículo de conducción autónoma por considerarlas irreales o imposibles de aplicar a una escala masiva. De hecho, negarán radicalmente que las empresas de automoción puedan llegar a competir de alguna manera con una empresa como Google, y tildarán de aficionado a todo aquel que lo implique.
Podríamos, sin duda, encontrar muchos ejemplos similares a este de la automoción si examinamos otras industrias. Prácticamente cada industria tiene los suyos. Lo importante, claro, es aprender a reconocerlos, y sobre todo, ser capaz de hacerlo desde la óptica del cliente o usuario, no desde la visión interna de la propia industria. La percepción de la diferencia entre innovación incremental y disruptiva no la marcan los expertos de la industria (en ocasiones ni siquiera proviene de ella), sino sus usuarios.
 

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