El vehículo de la fotografía – no sé si me atrevo siquiera a llamarlo automóvil, o si realmente lo es – es el Toyota FV2, un concept car presentado por la marca japonesa en la edición de este año del Tokyo Motor Show.
Por supuesto, es un concepto: lo normal será que falten muchos años
para que puedas ver en la calle un modelo mínimamente parecido, si
alguna vez llegas a verlo. La función de los concept cars o
prototipos no es llegar a salir al mercado y ser vendidos al público,
sino servir como expositores para nuevos desarrollos tecnológicos,
líneas estilísticas u otras aproximaciones que la marca desea mostrar.
Sin embargo, siendo como es un concept, me ha inspirado una
reflexión sobre la naturaleza de la innovación incremental frente a
radical o disruptiva: el automóvil, por todos los estándares, es un
ejemplo clarísimo de innovación incremental: más de cien largos años
después de la puesta en el mercado del Ford modelo T, primer hito en la
fabricación masiva de automóviles, estos siguen conduciéndose
básicamente igual. Utilizamos un volante para la dirección, un cambio de
marchas (la popularización del cambio automático sería posiblemente el
mayor ejemplo de disrupción, y es característico tan solo de algunos
mercados), un motor de explosión, y una transmisión. La práctica
totalidad de las tecnologías empleadas, desde el motor y la conversión
del movimiento vertical de los cilindros en movimiento rotativo de las
ruedas a la amortiguación, la dirección, el cambio o el escape, por
citar algunas, son tecnologías que se mantienen, con mejoras
incrementales, desde los inicios de la automoción como industria. Por
supuesto, la eficiencia de todas y cada una de las piezas se ha
incrementado en muchos casos en órdenes de magnitud, el peso ha
disminuido, la seguridad se ha convertido en estándar, la electrónica se
ha hecho ubicua, etc., pero fundamentalmente, seguimos hablando de
innovación incremental. Muy importante en su magnitud… pero básicamente,
más de lo mismo.
Sin ánimo de hacer de analista de producto en una industria como la automoción, que tiene los suyos, el concept car que vemos en la imagen es otra cosa,
y podría considerarse un ejemplo de la idea de innovación disruptiva
aplicada a un entorno en el que, como decíamos, se ha visto
históricamente más bien poca: carece de volante, y se maneja mediante
los movimientos del cuerpo. Siempre pensé que el concepto Segway tenía necesariamente mucho más recorrido que el que la empresa que lo puso en el mercado
había sido capaz de darle, y este ejemplo conceptual supone una
evolución natural del mismo. Algo mucho más parecido a lo que es una
máquina que interpreta tu voluntad de manera natural, como podría ser la
sensación de montar a caballo si eliminásemos la variabilidad inherente
al animal. La máquina “se conecta” a la persona, interpreta los
movimientos del cuerpo en función de las características de la
carretera, y se convierte en una extensión de sus sentidos al tiempo que
chequea no solo el entorno exterior, sino que incluso apunta con
cámaras al conductor para detectar variables como el cansancio o
incluso el pulso. La comunicación entre automóvil y usuario se lleva a
cabo mediante realidad aumentada proyectada sobre el parabrisas.
Si efectivamente eres de los que “les gusta conducir”, piensa que en
realidad, llevamos más de un siglo conduciendo prácticamente de la misma
manera. Pero que eso no implica que siempre lo vayamos a hacer igual.
En la misma feria se han visto, por ejemplo, modelos que acoplan
directamente motores eléctricos a las ruedas tractoras, obviando la
necesidad de sistemas de transmisión como tales. Redefiniciones que van
mucho más allá de lo evolutivo o incremental, y que durante muchos años
se han echado de menos en una industria centenaria. Sin embargo, si
consultamos con expertos en automoción, probablemente muchos de ellos
negarán que el progreso de su industria haya sido meramente incremental,
opinarán que han vivido numerosas situaciones de disrupción a lo largo
de su vida profesional, y minimizarán las innovaciones de este modelo,
de otros concept car similares, o de Google y su vehículo de
conducción autónoma por considerarlas irreales o imposibles de aplicar a
una escala masiva. De hecho, negarán radicalmente que las empresas de
automoción puedan llegar a competir de alguna manera con una empresa
como Google, y tildarán de aficionado a todo aquel que lo implique.
Podríamos, sin duda, encontrar muchos ejemplos similares a este de la
automoción si examinamos otras industrias. Prácticamente cada industria
tiene los suyos. Lo importante, claro, es aprender a reconocerlos, y
sobre todo, ser capaz de hacerlo desde la óptica del cliente o usuario,
no desde la visión interna de la propia industria. La percepción de la
diferencia entre innovación incremental y disruptiva no la marcan los
expertos de la industria (en ocasiones ni siquiera proviene de ella),
sino sus usuarios.
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