Es
un tema de discusión cada vez más recurrente: a medida que el uso de la
web social se populariza, van surgiendo dudas sobre el uso que hacemos
de la misma, y en particular, sobre la necesidad o no de mantener
perfiles múltiples de acuerdo a nuestras actividades.
La respuesta, por supuesto, no es sencilla. Cada persona tiene unas
circunstancias propias, y tratar de marcar normas de uso general puede
resultar, en muchos casos, completamente absurdo. El uso de una persona
que simplemente posee una vida profesional y una personal razonablemente
bien conciliadas puede no tener nada que ver con el de otra en la que,
por ejemplo, destaque el uso profesional de las propias redes sociales,
como es el caso de un community manager.
Sin embargo, sí existen una serie de condicionantes o ideas generales
que creo que pueden ir derivándose de un uso progresivamente más
generalizado. En primer lugar, que aunque parezca obvio, no todas las
redes son iguales: los criterios que adoptamos para gestionar nuestra
presencia en Facebook, Google+, LinkedIn o Twitter por ejemplo, no
tienen por qué tener nada que ver, y ni siquiera tienen por qué resultar
consistentes entre sí. Todo responde al tipo de uso, y hay tantos casos
como circunstancias.
Pensemos en Facebook: una red originada en torno a lo personal, a la
compartición de circunstancias estrictamente vinculadas al ámbito del
individuo (originalmente, además, a un tipo de individuo muy concreto
que hacía su vida en un campus universitario y cuyas preocupaciones en
el ámbito de la privacidad no eran especialmente preocupantes), y que
sin embargo, de manera progresiva, va acomodando funciones relacionadas
con lo corporativo o lo comercial. Facebook deja perfectamente claro que
sus perfiles son estrictamente personales: una persona, no una empresa,
ni un seudónimo, ni un perro, ni un gato. Si quieres presencia en
Facebook para tu empresa, tu mascota o tu personaje ficticio, la
herramienta no es el perfil, sino la página. Si creas dos perfiles
diferentes, estás en principio violando los términos de uso, y si
alguien reporta tu perfil por razones como que no corresponde a una
persona o que hace uso de un nombre falso, te puedes encontrar con un
borrado del mismo. En estas circunstancias, parece claro que el uso de
esta red está bien delimitado: puedes gestionar cuantas páginas estimes
oportuno o te requieran profesionalmente, pero tu perfil es, en
principio, uno. Para gestionar a qué información tuya acceden otros, se
usan las preferencias de privacidad, con todo lo que ello conlleva.
Google+ adopta una aproximación similar. Hablamos de una herramienta que no es una red social,
es decididamente otra cosa mucho más relacionada con la reinvención que
la propia Google hace de sí misma, y en la que el uso gira de nuevo en
torno a la idea de la personalidad única. Un perfil, que extiende su uso
a prácticamente todo lo que haces en la web, desde buscar, a comentar,
compartir, etc. Como en el caso de Facebook, admite la creación de
páginas, aunque la identificación con lo corporativo en este caso parece
mayor – o no está aún suficientemente asentada, dada la relativa
novedad de esta red.
LinkedIn permite llevar al límite el razonamiento: como red orientada
a lo profesional, prácticamente nadie duda que el perfil en LinkedIn es
único, entero y verdadero. Que una persona maneje varios perfiles
diferentes en LinkedIn es algo claramente anómalo y difícil de
justificar, aunque – de nuevo – pueda gestionar, por ejemplo, la
presencia de una compañía. Un emprendedor puede hipotéticamente tener su
perfil personal, listar su compañía como su puesto de trabajo, y a la
vez gestionar la ficha de dicha compañía a la hora de hacer publicidad o
procesos de selección de una manera completamente natural. Pero como
persona, de nuevo, somos solo una.
Hasta aquí, y sin ánimo de ser exhaustivo, redes con énfasis en lo
personal. ¿Puedes crear varios perfiles personales en ellas? Por
supuesto, pero en primer lugar puede que estés incumpliendo los términos
de uso, y además, te resultará relativamente incómodo gestionarlos,
tendrás que usar diferentes navegadores, o estar haciendo login y logout.
Si en esas redes quieres gestionar tu persona y, en paralelo, una
presencia corporativa, adelante, pero no deberían ser perfiles, sino
páginas (o sus equivalentes). Si te empeñas en mantener personalidades
diferentes, como si fueses un adolescente empeñado en ocultar cosas a
sus padres… tienes un problema (no sé si psicológico, no soy quién para
juzgar eso, pero sí de planteamiento :-)
Twitter, sin embargo, es diferente. Hablamos de nuevo de una red
social que no responde estrictamente a tal definición, y que en ningún
momento restringe el uso de múltiples cuentas. Puedes abrir y gestionar
las que quieras, sin incumplir ningún tipo de restricción expuesta en
los términos de uso. Tampoco ofrece herramientas dedicadas a la gestión
de lo personal frente a lo corporativo, ni prácticamente nada en lo
tocante a privacidad: salvo que tu cuenta esté protegida, y se cree que menos del 10%
lo están actualmente (y decreciendo), todo lo que compartas es público,
con todo aquel que lo quiera leer, te siga o no. Todo aparece en
buscadores. En esas circunstancias, utilizar la red con un cierto sentido común que balancee lo personal y lo profesional resulta muy recomendable,
y gestionar varias cuentas puede resultar razonable si pretendes
mantener esferas de actuación separadas en, por ejemplo, lo personal y
lo profesional, y más aún si la gestión de una cuenta de Twitter cae
dentro de dichas responsabilidades profesionales. En ocasiones, puede
incluso ser recomendable directamente ocultar la identidad: no debemos
olvidar que si alguien es un perfecto imbécil en Twitter es,
seguramente, porque es un perfecto imbécil fuera de Twitter, y eso puede
condicionar cuestiones como su empleabilidad – yo al menos procuraría
con todas mis fuerzas no contratar y no tener que trabajar al lado de un
perfecto imbécil (y si a alguien le parece algún tipo de
discriminación, lo siento, pero defiendo el derecho de cualquiera a no
contratar a imbéciles).
Las redes sociales, por otro lado, están alimentado, como comenté en su momento en uno de los capítulos de mi libro,
un neohumanismo que cuestiona muchas de las fronteras entre lo personal
y lo profesional. A mí me gusta discutirlo hablando del “ser” frente al
“estar”, o enfrentando la dualidad de “lo que eres” frente a “lo que
haces”. Tengo pocas dudas sobre que yo “soy” Enrique Dans, y mañana
seguiré siendo Enrique Dans. Pero estar, “estoy” de profesor en IE
Business School, y el hecho circunstancial de que haya “estado” ahí los
últimos veintidós años no impiden que mañana (o dentro de un mes, si
suponemos un civilizado preaviso) pueda estar en otro sitio. De ahí
surgen discusiones que si bien en mi caso no dejan demasiadas dudas, si
lo hacen en otras circunstancias: ¿de quién son los seguidores de una
cuenta de Twitter de un profesional de los medios, que ha conseguido en
gran medida gracias a la visibilidad que le ha otorgado el trabajar en
ese medio? ¿Es razonable que si ese profesional ficha por otro medio
arrastre a esos seguidores consigo? ¿Seguían al profesional en cuestión o
a su papel en el medio? No es una discusión con un resultado
completamente obvio, y de hecho, ha sido objeto de litigios que han
llegado en ocasiones a los jueces.
Del mismo modo, muchos directores generales, presidentes o figuras
visibles en el entorno corporativo optan por una presencia basada en lo
personal, aunque ello no impida que entren en discusiones o en defensa
de su marca cuando lo estimen oportuno. En muchos casos, eso supone un
beneficio para la marca, aunque en otros podría llegar a suponer un
perjuicio. Para un emprendedor, por ejemplo, se suele recomendar
mantener una personalidad única que traslade empatía personal a su
proyecto, mientras que en los entornos más conservadores del mundo
corporativo se suele – o se solía, y esto está en rápida evolución –
abogar por la separación, o incluso por la ausencia. No olvidemos que en
determinadas circunstancias, la comunicación pública del responsable de
una empresa podría incluso llegar a ser interpretada como un forward-looking statement,
y llegar incluso a estar regulado… aunque todo indica que este tipo de
restricciones también están relajándose progresivamente y terminarán por
cambiar.
He llegado a ver, incluso, grandes empresas que directamente intentan
regular la presencia de sus empleados en las redes sociales, postulando
principios en los que prohiben la expresión pública de pertenencia a la
compañía en perfiles personales con el fin de, teóricamente, evitar
problemas derivados de actuaciones o manifestaciones personales. Un tipo
de actuación de legalidad cuestionable, que entra de lleno en la
restricción de la libertad de pensamiento o de la libre expresión, y que
únicamente es matizable con respecto al mínimo sentido común que no
recomienda dedicarte, desde tu perfil personal, a insultar a tu jefe o
al presidente de tu consejo de administración.
La respuesta, como vemos, dista mucho de ser obvia, y depende de
factores que van desde el tipo de red a las circunstancias de la
persona, además de estar indudablemente sujetos a un fuerte componente
de evolución. Gestionar varios perfiles es más incómodo que hacerlo con
uno solo, y es algo que, en lo personal, intento evitar todo lo que
puedo. Pero sin duda, hablamos de una discusión y de unos planteamientos
que cada día vamos a encontrarnos más a menudo, y sobre los que
conviene ir formándose algún tipo de composición de lugar.
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