La innovación
es una de esas palabras que a todo el mundo le gusta pronunciar. Todos
tendemos a considerarnos innovadores, a fantasear con que trabajamos en
compañías innovadoras, a sentir que la innovación forma parte de nuestro
día a día, o a creer que somos capaces de estimularla en nuestra
organización. La innovación tiene siempre connotaciones idealizadas,
casi mágicas: se identifica con algo que es capaz de convertir a las
compañías en geniales, en esas que el mundo recuerda y asocia con
imágenes positivas.
Pero la realidad es completamente diferente. En la vida real, la
inmensa mayoría de los directivos y trabajadores de las empresas tienen
una existencia gris, rutinaria y alejada de cualquier concepto
relacionado con la innovación. Las empresas, si no son simples
subsidiarias cuya función es simplemente vender y que jamás han visto
nada mínimamente parecido a la innovación, se debaten entre las que
alguna vez fueron innovadoras – pero ya no lo son – y las que
sencillamente nunca estuvieron ahí. El porcentaje de empresas que puedan
considerarse mínimamente innovadoras con unos estándares no
relacionados con la imagen y lo que pretenden transmitir de sí mismas es
desesperantemente bajo.
¿Realmente es necesario que una empresa sea innovadora? Muchos
directivos parecen pensar que no, que una vida profesional consiste en
repetir muchas veces una serie de procesos hasta hacerlos realmente
bien, hasta optimizarlos al máximo, y que eso de innovar está muy bien
para que lo hagan otros, en cuyo caso ya veremos qué podemos hacer o
cómo podemos reaccionar. Considerando la velocidad con la que cambian
los escenarios de prácticamente cualquier actividad empresarial en
nuestros días y la medida en la que esos cambios pueden llegar a afectar
a cualquier actividad empresarial, la idea parece absurda, pero aún
así, muchas empresas y directivos viven instalados de manera permanente
en el “que inventen ellos”.
La innovación es uno de los principales factores a la hora de definir una empresa como un buen lugar en el que trabajar.
Las empresas consideradas innovadoras tienden a tener más sencillo el
atraer buenos profesionales, y a ser capaces de retenerlos más tiempo.
Es el principal factor que evita la alienación profesional, una de las
variables fundamentales que llevan a atraer a una empresa a personas que
“viven para trabajar”, en lugar de simplemente “trabajar para vivir”.
Pero sobre todo, la innovación suele identificarse con el elemento
fundamental de la elusiva ventaja competitiva sostenible, el auténtico
“ingrediente secreto” que todas las empresas quieren tener.
En algunas empresas, la innovación forma parte del ADN desde los
inicios: compañías que iniciaron su andadura con la explotación de una
idea innovadora, que basaron su éxito en hacer algo diferente, y que,
durante un cierto tiempo, consiguieron mantener esa innovación como
parte de su ventaja competitiva. En efecto, existen empresas que, en lo
relacionado con la innovación, claramente “lo han tenido”. Sin embargo,
existen muy pocas que “lo hayan mantenido”. En las sociedades humanas,
sean tan pequeñas como una familia o tan grandes como un país, casi todo
tiende al equilibrio, a la restauración de la homeostasis, a dar lugar a
un entorno normativo en el que encuadrar toda actividad. Y esa deriva,
prácticamente natural, hace que en la mayoría de las empresas la
innovación termine siendo algo excepcional, relegado a momentos muy
aislados, un auténtico mirlo blanco.
Algunas empresas usan la innovación simplemente como una especie de
argumento publicitario. La inspiración sirve para “ir de modernos”, y
genera momentos tan patéticos como cuando un gobierno presenta los
Presupuestos Generales del Estado, y usa para ello un código QR
porque le han contado que es “lo moderno”, cuando sería mucho más
sencillo, más transparente y de mucho más fácil acceso si usase un
simple acortador de URLs. Los modelos de innovación “para la galería”
son, sin duda, de los más tristes y reconocibles que existen: ya que sé
que es imposible que mi empresa sea innovadora, voy a centrarme en
parecerlo.
Otras empresas crean Departamentos de Innovación en los que,
presuntamente, tratan de situar personas con capacidad de ser
innovadoras, pero que indefectiblemente terminan por aislarse y
convertirse en “raros”, en reductos alejados del día a día y de la
realidad de la empresa. Si tiene un Departamento de Innovación, ¿cuándo
fue la última vez que pudo ver una contribución real del mismo a la
cuenta de resultados, o a la forma de hacer las cosas en la compañía,
que realmente fuese digna de ser reseñada? ¿Tiene el Director de
Innovación una interlocución habitual con la Dirección General o con
otros directivos? ¿A qué nivel jerárquico se encuentra? ¿Aparece en las
reuniones proponiendo ideas locas de algún tipo, o apuntando tendencias a
seguir? Las empresas, además, tienden a la innovación incremental, a
tratar de obtener maneras más eficientes de hacer lo mismo, en lugar de
proponer cambios radicales o nuevas maneras de hacer las cosas: de
innovación, a simplemente “mejora”.
Pero la responsabilidad, en realidad, no recae sobre los
Departamentos de Innovación. A estos se les pueden achacar pecados como
el no hacer investigación sobre los clientes y el uso que hacen de
nuestros productos o servicios, no estar a la última en lo que hacen los
líderes de la industria o no enterarse de cuando un cambio puede
afectar al escenario en el que desarrollamos nuestra actividad, pero hay
otra responsabilidad que va mucho más allá, y que empezó cuando la
organización en sí dejó de ser innovadora en su conjunto y se vio
obligada a recluir a los innovadores en un departamento específico para
ello. La responsabilidad está en la generación de una serie de procesos
administrativos, en unos procedimientos, que impiden la expresión de la
innovación como tal. Piénselo: si en su organización surgiese, de la
manera que fuese, una idea innovadora… ¿cómo podría expresarse? ¿Tendría
la persona que la ha tenido alguna posibilidad, algún foro al que
acudir para contarla? ¿Tendría algún tipo de atractivo personal en forma
de reconocimiento o beneficio el hacerlo? ¿O estaría obligado a seguir
una serie de canales, entre los que se incluiría “no saltarse nunca a su
jefe”, porque eso va contra las normas? ¿Ahoga la asfixiante jerarquía a
la cada vez más necesaria redarquía? ¿O incluso, por qué no, a un cierto grado de refrescante anarquía?
¿De qué información se nutre su compañía? Para ser innovador es
fundamental exponerse a noticias, a ideas que ocurren en otros sitios, y
a que dicha exposición tenga lugar de manera que se pueda compartir,
almacenar y comentar lo encontrado. Cuando alguien está leyendo noticias
en su empresa, excluyendo al Departamento de Comunicación… ¿está
haciendo su trabajo? ¿O más bien “perdiendo el tiempo”? ¿Compra todavía
periódicos en papel, que solo sirven para enterarse de noticias
generalistas y no ofrecen ningún método para hacer nada relevante con la
información encontrada más que recortar o fotocopiar? Tener periódicos
en papel puede ser una norma de cortesía en una sala de espera, pero de
cara a la innovación, es definirse directamente como una empresa del
siglo pasado. ¿Pero hay personas en su compañía que sigan regularmente
temas que puedan aportar innovación, que se suscriban a páginas de
especialistas en determinadas materias, o que simplemente se puedan
considerar “enterados” de lo que pasa en algunas áreas relevantes? ¿Se
comentan esos temas, esas fuentes de innovación delante de la máquina de
café, o las conversaciones son más bien sobre fútbol y política?
¿Cuántas veces en su memoria reciente ha recibido una idea en su
entorno profesional que le sacase de su zona de confort? ¿Cuántas veces
esa idea ha provenido de alguien de su organización? ¿Y cuántas veces la
idea ha pasado de la mera conversación a algo con un poco más de
desarrollo, y que no haya sido uno de esos comités que se crean para
matar cualquier posible idea innovadora? Si decidiese hacer algo con esa
idea y tuviese algún tipo de base tecnológica, ¿tiene un Departamento
de IT capaz de darle una expresión ágil, o se encontraría hablando con
una serie de dinosaurios que no entienden nada y que le ofrecen plazos
de desarrollo de muchos meses? La transformación de los directivos y los
Departamentos de IT en elementos defensores del equilibrio y en
auténticos enemigos de las nuevas ideas es uno de los dramas que mejor
reflejan la muerte de la innovación en las empresas.
¿Realmente hay compañías innovadoras? ¿O tan solo empresas que tal
vez alguna vez lo fueron, y que desde entonces se dedican
indefectiblemente a “centrarse” y a “madurar” para convertirse en “más
de lo mismo”? ¿Por qué la mayoría de los innovadores que un día crearon
una compañía terminan yéndose a innovar para crear otra, en lugar de
intentar que aquella que crearon mantenga su actitud innovadora? ¿Por
qué, en el mejor de los casos, sacan fuera de la estructura aquellos proyectos a los que les queda algo de innovación,
como si eso de “la estructura” tuviese que suponer de manera inmediata
la muerte de la innovación? ¿Qué hay que hacer en una compañía para
seguir recreando esos “momentos de la verdad” en innovación, esos
destellos que surgen cuando nos sometemos a formación, cuando nos
exponemos a nuevas ideas o experiencias, cuando viajamos o vivimos en
otro país, o cuando interactuamos con personas que nos sacan de nuestra
zona de confort? ¿Por qué hay tan pocas compañías capaces de gestionar
la innovación como un proceso sostenible, como una auténtica fuente de
valor? ¿Qué estamos haciendo mal en las escuelas de negocios, que de
alguna manera contribuimos a perpetuar esas estructuras incapaces de dar
soporte a la verdadera innovación? ¿Cuánto valor – en todos los
sentidos, incluyendo la motivación y el clima laboral – podría generarse
en compañías de todo el mundo si pudiésemos simplemente arañar la
superficie del potencial de innovación que esconden?
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