La frase del título no es mía, sino de Neelie Kroes,
vicepresidenta de la Comisión Europea a cargo de la Agenda Digital y
las Telecomunicaciones. La pronunció el pasado jueves en el Casino Gran
Círculo, en un desayuno organizado por Forum Europa,
en el que habló casi monográficamente de la industria de las
telecomunicaciones y de su ya prolongada lucha contra prácticas como las
tarifas abusivas de roaming. Me pareció tan buena, que no puede evitar compartirla en Twitter en ese mismo momento.
La mentalidad de las operadoras o el roaming son
temas sobre los que ya he escrito en numerosas ocasiones, en términos
muy similares a los descritos por la frase de Neelie Kroes: me resulta
impresionante que empresas con enormes recursos y capaces de llevar a
cabo despliegues faraónicos fallen a la hora de entender algo tan
aparentemente de sentido común como la relación con el cliente. En
muchos sentidos es como si el ADN de monopolio público, a pesar de
representar un pasado que no existe en todas las compañías que compiten
en la escena de las telecomunicaciones, siguiese estando de alguna
manera presente.
Las empresas de telecomunicaciones, con muy escasas excepciones,
disfrutan en prácticamente todos los países del mundo de una reputación
similar: la de ser capaces de irritar y frustrar a sus clientes. El
hecho resulta particularmente llamativo cuando pensamos que las
telecomunicaciones son un negocio que permite optimizar variables como
la intensidad de datos y el nivel de permiso: las empresas no solo son
potencialmente capaces de obtener de manera respetuosa una buena
cantidad de datos de sus clientes que podrían utilizar para prestarle
servicio de manera óptima en función de sus necesidades, sino que además
cuentan con canales de comunicación a través de los cuales podrían
sostener una relación razonablemente buena. En su lugar, esas empresas
se dedican a crear productos increíblemente complejos que no entienden
ni ellas mismas, con condiciones enrevesadas y letra pequeña que produce
siempre la sensación de que te están timando, con restricciones
completamente absurdas que dan lugar a situaciones frustrantes, y con un
modelo de interacción que hace que, invariablemente, siempre tengas
ganas de colgar el teléfono cuando te llaman desde ellas. ¿Cómo pueden
hacerse las cosas tan mal?
Las telecomunicaciones forman una parte muy importante de nuestras
vidas. Cada día más, utilizamos las telecomunicaciones para mantenernos
en contacto con otras personas, pero también para acceder a datos, para
almacenarlos, para compartirlos, para saber dónde estamos o cómo llegar a
un sitio, o para una amplísima gama de actividades que van surgiendo a
medida que aparecen apps que las hacen posibles. Muchas de las
aplicaciones de las telecomunicaciones suponen usos críticos que deben
funcionar por encima de todo, como las llamadas de emergencia. Otros no
son críticos, pero nos gusta tenerlos disponibles en el momento en que
los queremos utilizar, porque en muchas ocasiones pierden su sentido
cuando ese momento pasa. A medida que la tecnología avanza, las
telecomunicaciones pasan a jugar un papel más importante en nuestras
vidas, que se van definiendo como parte de un todo hiperconectado. Pero
en medio de todo ese escenario, algo falla: la compañía que teóricamente
nos provee de esos servicios de interconexión no está a la altura de
las circunstancias.
Que las compañías de telecomunicaciones nos estafen pretendiendo que
enviar datos desde más allá de las fronteras de nuestro país es algo
terriblemente caro es algo que, Neelie Kroes mediante, pasará pronto a
la historia, al menos dentro de la UE. Pero esas mismas compañías
seguirán sin duda agazapadas como buitres para volver a atizarnos un
estacazo en la factura en cuanto tengamos la osadía de poner un pie
fuera de Europa: la idea de tener que desconectar los datos del teléfono
móvil cuando aterrizas en un país extranjero o estar prácticamente
obligado a hacerte con una SIM local si no quieres arruinarte seguirá
con nosotros durante bastante tiempo, como muestra de hasta qué punto
puede llegar el absurdo de unas compañías empeñadas en mantener con sus
clientes un esquema de relaciones a todas luces insostenibles.
Pero en realidad, ese absurdo va mucho más allá del roaming.
Compañías que se dedican literalmente a secuestrar a sus clientes, a
hacerles firmar contratos que obligan a una permanencia determinada, y
que en lugar de utilizar esa permanencia forzada para demostrarles que
son la mejor compañía con la que pueden estar, se dedican a torturarlos y
a abusar de ellos hasta que están realmente locos por marcharse.
Iniciativas recientes de compañías como Telefonica como el desbloqueo de terminales, la eliminación de la permanencia o el refuerzo de la atención al cliente, o como T Mobile con la eliminación del roaming
marcan sin duda el camino a seguir, pero no son suficientes. Lo que se
impone es algo que va mucho más allá, y que se relaciona con la
capacidad de entender las necesidades de ese cliente que está al otro
lado. Plantear relaciones sostenibles, no basadas en la maximización a
toda costa del beneficio hasta el punto de rozar la estafa o el insulto.
Cada vez que un cliente se entera de que existía una oferta que le
habría permitido ahorrarse un dinero en su factura, pero de la que no ha
disfrutado, se plantea un escenario de engaño, de constatación de que,
en realidad, la complejísima estructura de productos y tarifas está
creada únicamente para exprimir lo más posible a cada cliente, en un
esquema en el que toda posible relación con los costes – o simplemente,
con la lógica – es una pura entelequia.
¿Es de verdad tan difícil entender que tu cliente no es un canguro,
ni un delfín, ni una ballena, ni una foca, sino un cliente con nombre y
apellidos sobre cuyas necesidades deberías tener una detalladísima
información? ¿Es tan complicado plantearse que el cliente no desea
paquetes con X minutos de nada, ni con Y mensajes cortos, ni con Z gigas
de datos, sino que lo que quiere es, sencillamente, utilizar los
productos y servicios que necesite, siempre que los necesite? ¿Resulta
de verdad tan complejo entender que cada vez que tu cliente intenta
descargarse algo y le obligas a hacerlo con una velocidad patética
porque superó su límite de datos, se está acordando de todos los
familiares vivos y muertos de cada uno de los empleados de la compañía?
¿Por qué plantear al cliente una serie de rígidos esquemas en los que
tiene que encajar so pena de ver su velocidad reducida o su factura
sensiblemente incrementada, en lugar de tratar de proporcionarle,
simplemente, el servicio que necesita? ¿Por qué no utilizar todo lo que
sabemos del cliente para adaptar nuestros productos y servicios a él y
fidelizarlo de verdad, en lugar de ofrecerle incómodos corsés en los que
no encaja ni él, ni nadie? La triste realidad es que, en circunstancias
normales, todo cliente de una operadora debe asumir que ésta le está
timando, que está pagando mucho más de lo que debería realmente pagar si
hubiese un mínimo de lógica y un entorno de información completa en la
contratación.
La triste realidad es que a medida que las telecomunicaciones van
convirtiéndose en una categoría de productos que los clientes
consideramos más y más importante, la empresa que está al otro lado está
completamente alejada de la idea de “socio que nos ayuda”, y mucho más
próxima a la de “enemigo que nos engaña”. Un enemigo que nos obliga a
vigilar constantemente nuestras facturas, a hablar con nuestros amigos
para ver si ellos tienen ofertas de las que yo no he llegado a
enterarme, a desconectar los datos si salimos del país, a navegar
lentamente al final de los períodos de facturación que nos marca, o a
amenazar con irnos a otra compañía si no nos ajustan las tarifas. Un
enemigo que únicamente deja de – literalmente – estafarnos cuando llega
la vicepresidenta de la Comisión Europea a cargo de la Agenda Digital y
las Telecomunicaciones y les obliga legalmente a dejar de hacerlo. Una
relación a todas luces insostenible, completamente subóptima, construida
bajo unas premisas radicalmente equivocadas.
¿Cuánto tiempo más van a continuar las empresas de telecomunicaciones
insistiendo en construir un modelo de negocio basado en irritar y
frustrar a sus clientes?
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