Resulta difícil no sorprenderse ante el aterrador artículo de Lily Kuo en Quartz, “China has more internet monitors than soldiers“,
en el que describe cómo las tareas de monitorización de la red en el
gigante asiático emplean ya a más de dos millones de personas, medio
millón más que las que conforman la plantilla en activo de su ejército, y
dan origen a una floreciente industria que capacita a “analistas de
opinión pública” para la vigilancia de los más de quinientos millones de
usuarios de internet del país.
En realidad, la realidad china no es más que un reflejo de los entre
treinta y cuarenta mil empleados y una larguísima lista de personal
subcontratado que conforman la plantilla de la NSA, una de las agencias más brutalmente hipertrofiadas
del gobierno norteamericano, tamizado por el hecho de que, como bien
saben todos los que subcontratan procesos de fabricación en China, todo
lo que en ese país puede hacerse manualmente, se hace manualmente.
Nada de lo que los usuarios de la red en China escriben en las páginas y redes sociales que tienen disponibles – el triunfo de herramientas específicas del país,
en muchos casos puros clones de las occidentales, tiene poco que ver
con la unicidad del usuario chino, y mucho más con la existencia de
restricciones gubernamentales orientadas precisamente a asegurar la
monitorización – queda al margen de la supervisión y control
del impresionante ejército de censores. Una situación que, en realidad,
apenas difiere de la situación en los Estados Unidos, donde la NSA es capaz de acceder al 75% de todo el tráfico de la red, y donde todo indica que se llega incluso a impedir
la entrada en la frontera a personas completamente inofensivas por
simplemente haber expresado su opinión sobre los abusos de la NSA.
Sin ánimo de caer en la paranoia, pero teniendo en cuenta que viajo con
cierta regularidad a los Estados Unidos y que recientemente he pasado de
escribir mis opiniones en una página personal en español a hacerlo
además en inglés en un sitio como Medium, ¿me encontraré con algún tipo de obstáculo o restricción similar en alguno de mis próximos viajes?
El uso de la red se está volviendo completamente demencial. Herramientas para intentar evitar el tracking y la recolección de datos como las ofrecidas por Abine o por la recientemente lanzada Disconnect.me están
incrementando su popularidad a medida que se suceden las noticias sobre
la intensidad de la vigilancia en la ya conocida como “era
post-Snowden”. El uso de redes como Tor
ya no caracteriza a usuarios avanzados en busca de recursos que
requieren especial discreción, sino que empieza ya a popularizarse entre
público de todo tipo, mientras las autoridades se desesperan para descifrarlo. Países como Alemania, que inicialmente mostraron su indignación
ante el nivel de vigilancia al que su administración y ciudadanos eran
sometidos por parte de un país teóricamente amigo como los Estados
Unidos ahora son descubiertos practicando la intercepción y análisis del tráfico de la red en puntos nodales.
Estamos avanzando hacia una red completamente demencial en la que la
mitad de los usuarios trabajan espiando a la otra mitad, mientras unos
intentan desesperadamente adoptar herramientas para evitarlo y otros se
esfuerzan por descifrarlas o tratan de encontrar supuestos paraísos en los que vivir al margen. Una red demencial para un mundo disfuncional, en el que las herramientas de comunicación que deberían mejorar el mundo y conectarnos a todos se convierten en algo siniestro, que amenaza nuestra privacidad y nuestros derechos más fundamentales.
Si hacemos caso al sentido común, las situaciones disfuncionales no
pueden persistir largo tiempo. En un futuro no tan lejano, ¿recordaremos
la época actual como una simple fase absurda del desarrollo de la
civilización humana que afortunadamente terminó, y a Barack Obama como
al siniestro personaje que tuvo la desgracia de encarnarla? E.Dans
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