Un tribunal francés castiga con una multa y condena en costas a la
autora de una página web por escribir una crítica mala sobre un restaurante, que según su
propietario, dio lugar a un perjuicio económico. El artículo, “L’endroit à
éviter au Cap-Ferret: Il Giardino” (“El sitio a evitar en Cap-Ferret: Il
Giardino”), ahora disponible en Internet Archive, es un artículo de opinión
completamente normal escrito en clave de humor por una persona que había acudido
al restaurante, sin que conste ni haya podido ser demostrada ninguna intención
oculta o intento de difamación de ningún tipo. Simplemente, una persona va a un restaurante, no le gusta, lo cuenta en su
página… y un juez le impone una multa de 1500 euros y 1360 euros en costas por
ello.
El restaurante alegó que la crítica posicionaba muy bien en
Google al buscar información sobre el establecimiento, y que eso provocaba un
descenso de su cifra de negocio y que algunos clientes afirmasen al llegar al
local que habían estado a punto de no ir tras encontrarse con la crítica.
¿Quiere esto decir que tienes que tener cuidado con lo que escribes y que las
críticas pueden llevarte a afrontar un juicio? No, quiere decir que algunos,
empezando por ciertos jueces, todavía no tienen nada claro lo que supone el
hecho de que cualquiera pueda publicar su opinión. Resulta obvio y patente que
una decisión así es errónea y debe ser revertida en una instancia superior: es
imposible plantear una sociedad en la que se castigue el que alguien tenga una
mala opinión de algo y lo publique, como es igualmente absurdo que se pueda
criticar algo, pero que te castiguen si indexa bien. Sencillamente, no tiene
sentido. La difamación es una
cosa, el no poder exponer una opinión y el pretender atemorizar o castigar a
quien la expone es otra muy diferente. La justicia no está para eso. Como bien
dice la autora de la página, criticar no tiene ningún sentido si la crítica
tiene que ser forzosamente positiva.
Los efectos secundarios son igualmente absurdos: ahora, el restaurante tiene
infinidad de malas críticas en redes sociales, presumiblemente
muchas de ellas escritas por personas que jamás han llegado a poner un pie en
él, pero que pretenden provocarle un perjuicio a modo de protesta contra su
posición. Como en todos estos casos, el supuesto “remedio” termina por hacer
bastante más daño que el hecho en sí, de nuevo una prueba de que la decisión
tomada fue absurda.
De nuevo, se juntan varios elementos complejos: por un lado, todos tenemos
miedo a la crítica y deseamos contar con elementos que permitan evitarla o
desincentivarla. Muchos vivían más cómodos en un mundo en el que las críticas
venían únicamente de los sospechosos habituales, y sabían en cierto sentido
gestionarlas. Por otro, todos, al ser criticados, pretenden que la crítica
contiene elementos falsos, malintencionados, o incluso se inventan auténticas
teorías de la conspiración que pueden llegar incluso a pretender exponer delante
de un juez. Y por último, aún hay jueces incapaces de eliminar de su juicio las
decisiones que tratan internet como un lugar distinto, una especie de “realidad
paralela” sometida a normas necesariamente diferentes. La misma crítica escrita
en un periódico de tirada nacional no habría generado ningún tipo de confusión.
La misma crítica hecha en la barra de un bar ante unos cuantos amigos, tampoco.
Pero escrita en una página personal e indexada por Google… eso, por alguna
razón, cambia las cosas.
No, decisiones como esta no implican que debamos tener cuidado con lo que
decimos en internet, más allá del sentido común que supone evitar calumnias,
injurias, libelos o difamación – delitos todos ellos que llevan muchos años
definidos. No tienes que contratar a un abogado para poder hablar de un bar, de
un restaurante o de otra persona. Si eres un negocio, no debes ir corriendo a
contárselo a un juez si te critican. Lo que decisiones como esta quieren decir,
precisamente, es que tenemos que seguir ejerciendo nuestras libertades en la
red, hasta que el sentido común y la práctica jurídica se asienten en torno a
los elementos lógicos de la realidad y del momento en que vivimos. Aunque en el
camino, algunos tengan – o tengamos – que pagar por ello. E.Dans
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