Es
uno de los argumentos favoritos de los tecnoescépticos: os vigilan
porque lo compartís todo en internet. Sin embargo, si algo demuestran
las revelaciones recientes en torno al espionaje al que algunos países
del mundo – con regímenes dictatoriales o directamente paranoicos –
someten a sus ciudadanos, es la extensión de dicha vigilancia: lo que
algunos erróneamente creen vinculado a la actividad en la red va, en
realidad, mucho más allá, y se origina en la capacidad de solapar el
desarrollo tecnológico a muchas de las actividades que llevamos a cabo
en nuestra vida cotidiana, fuera de la red.
La NSA norteamericana acaba de obtener autorización para continuar con su programa de espionaje telefónico.
Sí, lo has oído bien: telefónico. Recolectar todos los metadatos
asociados a tus conversaciones telefónicas, y en muchos casos,
directamente grabarlas y procesarlas. Un espionaje del que el ciudadano
no puede defenderse, porque no puede ser llevado a juicio: está, sencillamente, por encima de la ley, como alguna mala película. Una ley progresivamente redefinida en secreto para proporcionar cada vez más posibilidades a un sistema de vigilancia permanente.
¿Crees que no te afecta, porque no eres en modo alguno sospechoso de nada? Te equivocas: la
extensión del espionaje no se limita a los sospechosos de actividades
que puedan ser estimadas como delictivas o amenazadoras, sino que
alcanza a todos sus contactos, y a los contactos de sus contactos.
Tres niveles de contacto, en los que puedes perfectamente encontrarte tú
aunque “no seas de los malos” ni “tengas contacto con uno de los
malos”. Podrías, en un momento de confianza, llegar a plantearte
responder de las actividades de todos tus amigos. Pero ¿y de los amigos
de tus amigos? Pero tranquilo, si me respondes que “es que en realidad
me da igual que me espíen, porque no tengo nada que ocultar”, puedo
enseñarte casos como los de un pacífico vendedor de una empresa de tecnología en Canadá, o el de unos turistas británicos un poco juerguistas que se fueron de turismo a Los Ángeles.
No uses la red. Ni el teléfono. Ni envíes SMS. Y por supuesto, no
uses tu coche, porque la matrícula está siendo anotada cada vez que
pasas por delante de una de esas cámaras que teóricamente sirven para
controlar el tráfico, pero que en la práctica son utilizadas para mantener una base de datos en tiempo real sobre los desplazamientos de los ciudadanos. Es la nueva frontera: el control masivo de las matrículas mediante lectores capaces de capturar hasta sesenta placas por segundo, y compararlas contra una base de datos de coches robados y otra de plazos de cobertura de las aseguradoras.
Muy posiblemente no hayas robado un coche ni pensado en robarlo en toda
tu vida, y seas enormemente estricto con el pago de los recibos de tu
seguro… pero tu nombre y tu matrícula está igualmente en esas bases de
datos. Con la progresiva mejora de las tecnologías de reconocimiento
facial y la cobertura de cámaras en la mayoría de las ciudades, esta
vigilancia constante dejará de necesitar un número de matrícula, y
pasará a recoger directamente tus paseos por la ciudad, generando una
base de datos masiva que sepa mucho más de ti de lo que tu mismo serías
capaz de recordar.
No, no es internet. Es algo mucho más grave, que va mucho más allá.
Es una actitud lo que tiene que cambiar: una forma de entender la vida,
de entender la sociedad. Esto hay que pararlo. Como sea.
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