Invertimos en miedo cada vez que
pasamos horas y horas memorizando el libro de matemáticas por miedo a que un
profesor arruine nuestra carrera de estudiante. Pagamos ese impuesto cada vez
que nos enfrentamos a un test de múltiple respuesta con la esperanza de que cambie
algo.
Hacemos la
inversión cada vez que invertimos nuestro tiempo en buscar re-afirmación.
Pagamos el doble cuando el acto de buscar re-afirmación nos hace en realidad
más ansiosos, no menos.
Pagamos esa
cuota bien cara cada vez que pensamos que no podemos salir ahí fuera sin un
MBA. Nos han vendido el miedo muy caro cada vez que nos venden credenciales o
títulos.
Invertimos
en miedo cuando tratamos de salvar nuestro culo en lugar de hacer lo que
sabemos que hay qué hacer, y volvemos a invertir cuando quitamos por miedo la
dignidad a otra persona.
Cuantificando la inversión
Deberíamos
cuantificar el total de la inversión que realizamos. El gobierno debería
publicar cuanto dinero se gastan en crear miedo, catastrofismo, duda,
complacencia y obediencia y por supuesto también cuanto gastan en –
aparentemente – detectar el miedo y eliminarlo. Las empresas deberías añadir a
sus informes anuales cuando gastan en “por si acaso”. Una vez que sepamos
cuanto cuesta, podremos saber si realmente merece la pena ese coste.
En lugar de
buscar el status quo, críticos o “haters”
y otros muchos que piden a gritos quemar en la hoguera a la maldita bruja, quizás
deberíamos lanzar nuestro mejor trabajo al mundo. La tasa es
demasiado alta, creo.
Isra Garcia