Hoy, día 16 de diciembre de 2014, como había sido ya
anunciado, Google
ha cerrado en España su servicio Google News, convirtiendo a nuestro país en
el primero en el que se ve obligada a tomar una decisión semejante. Los efectos
sobre las estadísticas de accesos a todas las publicaciones españolas incluidas
en el servicio y para para su nivel de influencia en todo el mundo se empezarán
a sentir de manera inmediata. Una decisión que Google no podía siquiera
plantearse: ante los desesperados lamentos del gobierno español y de AEDE porque
según ellos “Google no había agotado las vías de negociación” solo cabe decir
que las vías de negociación terminan en cuanto se pone una ley sancionada por
Congreso y Senado encima de la mesa, y que una ley ya aprobada nunca, jamás y
bajo ningún concepto puede ser una herramienta de negociación – salvo en un país
que se considere a sí mismo abiertamente bananero.
Google no podía negociar. Negoció en otros países porque nunca se pretendió
obligarla a aceptar un pago por enlace. En ese detalle, que obviamente no
pudieron imaginar tan importante los incompetentes dinosaurios del gobierno y de
AEDE, es donde está el verdadero problema: pedir a Google que pague puede
hacerse de muchas maneras. En Francia, tras intervenir en la negociación nada
menos que el mismísimo Presidente de la República, se consiguió que Google
constituyese un fondo para la modernización de los periódicos, con el que
intentar financiar su transición mediante acciones de diversos tipos. ¿Habría
funcionado una aproximación de ese tipo en España? Difícil saberlo: mi impresión
es que no, porque Google habría evitado genera un precedente que le habría
llevado a encontrarse a la prensa de todo el resto de países en los que opera
puesta en fila y reclamando un trato similar, pero al menos no habría demostrado
la ignorancia e irresponsabilidad que la postura de AEDE y del gobierno de
España ha puesto sobre la mesa.
La imagen de España a nivel internacional en este momento, tras episodios
como el absurdo “derecho al olvido”, el canon AEDE o el exit tax a
emprendedores, es la de un país incapaz de entender la red, en guerra con el
progreso, y en el que sus directivos y gobernantes provienen, sencillamente, de
otro siglo. Auténticos inadaptados digitales. Incompetentes a la hora de
desarrollar su labor de gestión de un medio o de gobierno en el entorno en el
que les ha tocado vivir.
La elección de palabras en mi titular, codicia e incompetencia, no proviene
en absoluto de un calentamiento de boca. Es realmente lo que, desde mi posición
de observador privilegiado de todo el proceso con contacto habitual con todas
las partes, he podido ver que ocurría. En su momento, hace ya unos años, fui
testigo de los primeros intentos de esa especie de obsesión que surgió en AEDE
por “hacer pagar a Google”: pude ver como un bufete de abogados ejercía una
mediación para lograr una reunión a la que representantes de AEDE acudían con
una factura proforma bajo el brazo – a la que Google, lógicamente, reaccionó de
la única manera en que podía reaccionar: ignorándola. Tras eso, fui llamado a
participar en un evento de AEDE en Burgos con la instrucción explícita de
“provocar”, que se convirtió en la peor experiencia que he tenido en un
auditorio en más de veinticinco años como conferenciante. Además, he podido
acompañar las reflexiones de varios directivos de empresas como Google, Menéame
y algunas otras con respecto al desarrollo de los acontecimientos. No, mis
conclusiones distan mucho de ser un “calentón”.
¿Qué ha ocurrido? Por la parte de la codicia y de la falta de principios, se
han juntado dos cuestiones: el interés del gobierno por controlar los medios, y
el de los medios por obtener ingresos de Google. La codicia fue lo que llevó a
los medios de una asociación que solo es representativa de un grupo de cabeceras
ancladas en el pasado a condicionar su línea editorial a los deseos del
gobierno: no lo digo yo, simplemente basta con comprobar el tono de los
titulares informativos en determinadas cabeceras antes y después del cambio de
sus directores. Sencillamente, el gobierno prometió acorralar a Google, y a
cambio, obtuvo la cabeza de tres directores y un tratamiento sensiblemente más
inofensivo. Tan sencillo como eso, como la definición de la falta de principios
en Periodismo: vender la independencia a cambio de un plato de lentejas. Esto,
que fuera de España resulta tan difícil de creer por lo escandaloso que suena,
es la gran verdad que subyace detrás de todo este asunto: el gobierno ha
intentado . Y por supuesto, cualquier intento de culpar al ministro de Cultura,
Jose Ignacio Wert, es absurdo: Wert, en esto, solo ha sido “el tonto útil”. La
verdadera artífice de tan diabólico pacto con los medios fue directa y
expresamente la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, la segunda en la
línea jerárquica del gobierno, etiquetada habitualmente como “todopoderosa”. No
solo ha sido un error espantoso: ha sido, además, un error propiciado desde lo
más alto del gobierno del país.
La estrategia, por tanto, fue la de obligar a Google a pagar “como fuese”. De
ahí el empeño del gobierno por calcar la ley alemana, pero “tapando el agujero”
que permitió que ese país, Google pudiese “escaparse sin pagar”. La idea de
convertir el pago por enlace en algo “irrenunciable” tiene la absurda pretensión
de evitar que Google negociase con los medios su presencia en Google News,
precisamente lo que, tras anunciar Google el cierre de su herramienta, han
pretendido que todavía era posible. No, estimados señores del gobierno y de
AEDE: cuando se hace una ley que habla específicamente de una compensación
“irrenunciable”, no se puede decir que “no se han agotado las vías de
negociación”. La negociación, simplemente, ha terminado. Por ley. Las leyes es
lo que tienen, y es triste que tenga que venir yo a contárselo a quienes las
hacen. O, en este caso, las perpetran.
La ley, además de acorralar a Google, generaba numerosas víctimas
colaterales: agregadores como Menéame, que enviaban todos los días mucho tráfico
a los medios, vieron como les tildaban de “parásitos” precisamente los medios
que incluían al lado de sus noticias el botón para enviarlas a Menéame. Medios
sociales como Facebook o Twitter, a través de los cuales se comparten todos los
días muchísimos enlaces a noticias, mantuvieron silencio por la promesa informal
del gobierno de que no se les tocaría, de que entrarían en una consideración
especial como redes sociales… En realidad, todo es confuso. Es el resultado de
una ley “de laboratorio”, hecha sin ningún tipo de sentido de la
responsabilidad, que estropea infinitas cosas para intentar arreglar una que,
además, no necesitaba arreglo alguno. La crisis de la prensa no se arreglaba
cobrando a Google, sino relevando de sus funciones a la gran mayoría de los
dinosaurios incompetentes que la dirigen actualmente.
Al final, la triste historia de una ley perpetrada por incompetentes, escrita
en función de intereses mal entendidos, prescindiendo de toda ética periodística
y de todo sentido común, hurtándola al debate y a la supervisión europea, y
rozando lo que en muchas democracias maduras entenderíamos como cohecho. Si
pretendían acorralar a Google para que pagase, ese pájaro ya ha volado. Ahora lo
que nos queda es una ley absurda, que ya nadie tienen ningún interés en
reglamentar ni en poner en práctica (intentar cobrar a otros actores más
pequeños que Google representará una perpetua fuente de problemas y de
impopularidad para AEDE y para el gobierno), y que seguramente sea además
tumbada por tribunales europeos en cuanto exista la oportunidad. De fondo,
resuena la tan cierta frase de Albert Einstein: ““Nada destruye más el
respeto por el Gobierno y por la ley de un país que la aprobación de leyes que
no pueden ponerse en ejecución”. Blog E.Dans
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