El coche autónomo de Google ya es completamente real: sí,
parece de dibujos animados, pero ya no es un simple diseño como el
que fue presentado el pasado mayo, sino un aparato completamente funcional, con todos sus sensores, su
hardware y su software, preparado para transportar pasajeros
de manera completamente autónoma. Y tiene carnet de conducir.
Una serie de vehículos fabricados en Detroit, eléctricos, con un rango de
cien millas, listos para comenzar pruebas en California, primero llevando
empleados de Google entre edificios de su campus, pero con ambiciones mucho
mayores.
Obviamente, Google no pretende convertirse en una empresa de automoción, y
lo ha dicho alto y claro. La idea que subyace detrás de este prototipo y de todo
el Google self-driving car project es convertirse en un desarrollador
de tecnología que la comercialice a precios asequibles a los fabricantes de
automóviles, con el fin de asegurar que los vehículos autónomos sean una
realidad lo antes posible.
El primer prototipo de Prius con el que Google empezó a hacer pruebas en
tráfico real era un vehículo de unos $24.000 en el mercado norteamericano,
equipado con un sistema LIDAR fabricado por Velodyne con un coste de
entre $75.000 y $80.000, sensores visuales y de radar con un coste de unos
$10.000, y una matriz de GPS valorada en unos $200,000. Sin incluir
el ordenador y el software, hablamos de un vehículo de unos $320.000, completamente fuera
de mercado.
Sin embargo, el anuncio original de Sergey Brin en 2012 hablaba de un horizonte
de cinco años, 2017, para que un ciudadano normal pudiese disfrutar de
coches robóticos que condujesen solos, y algunas de las previsiones que se manejan de manera cada vez más realista
apuntan a que no andaba demasiado desencaminado: fabricantes como GM,
Mercedes-Benz, Audi, Nissan, BMW y Renault afirman que comercializarán
automóviles capaces de conducirse autónomamente la mayor parte del tiempo antes
del año 2020. Hablamos de un futuro a cinco años.
Repítelo despacio: cin-co-a-ños. Eso es 2020, llega en seguida. Hace un par
de días, en una conversación con una persona de mi familia, de setenta y pocos
años que me razonaba la necesidad de vender su casa a unos veinte kilómetros de
la ciudad para pasar a vivir en el centro de la ciudad a medida que su habilidad
para conducir disminuía con los años, me di verdadera cuenta de la dimensión que
tiene una promesa tecnológica como esa, la posibilidad de que en un plazo de
cinco años podamos contar de manera razonablemente realista con algo así. Para
muchos, la posibilidad de vivir donde realmente quieren vivir, sin necesidad de
adaptarse a una movilidad geográfica que se hace decreciente por pura ley de
vida.
El tráfico del futuro estará protagonizado fundamentalmente por
vehículos autónomos. En su gran mayoría, ni siquiera serán vehículos que sus ocupantes posean y que pasan la inmensa
mayoría del tiempo completamente inactivos en un garaje, sino servicios que se solicitarán simplemente cuando sean
necesarios. Sencillamente, tener un coche propio dejará de tener sentido económico, y responderá más a un
capricho – que además habrá que pagar en términos de seguro elevado. Es muy
posible que, en un mundo en el que los automóviles conducen en su mayoría
solos y no beben, no se cansan, no tienen errores, no se pierden y vigilan
constantemente su mantenimiento, las propias compañías de seguros y el precio de
las pólizas necesarias para darse el capricho de conducir uno mismo se
conviertan en uno de los principales factores que determinen la adopción del
vehículo autónomo. Sencillamente, solicitar el vehículo que necesites, cuando lo
necesites, según las circunstancias para las que lo necesites: uno más lujoso
cuando queramos disfrutar de él, una furgoneta cuando vayamos a comprar muebles,
o un vehículo compartido que nos ahorre costes cuando vamos por la mañana a
trabajar.
¿Ciencia-ficción? ¿Visiones distópicas peliculeras? No, estamos hablando ya
de tecnología que va a estar madura en un horizonte de cinco años. Piénsalo,
puede afectar incluso tus planes de vida. O los de tus padres. Hablamos de cosas
que vamos a poder ver, no de conceptos de los que nos imaginamos disfrutando a
nuestros hijos o nietos. De cosas que pueden cambiar la vida de mucha gente.
Transporte como servicio, ni más ni menos. Y ya está prácticamente aquí, a la
vuelta de la esquina. E.Dans
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