A finales del año 2014, la metáfora que mejor define la
publicidad actual es la de un auténtico enfermo terminal. Técnicas trasnochadas,
absurdas, odiosas, que el mercado rechaza de todas las maneras posibles, y
directivos empecinados en seguir funcionando como siempre, en continuar forzando
a ese mercado a ingerir un brebaje en el que no tienen el más mínimo interés,
que en el mejor de los casos provoca hastío y aburrimiento, cuando no un abierto
rechazo, todo ello santificado con el cansino mantra de “sí, pero genera
brand awareness“. Métricas diseñadas para satisfacer a ejecutivos
aunque en la realidad no tengan sentido ninguno.
Dos episodios interesantes que ilustran el estado terminal de la publicidad:
por un lado, Dish Network, un proveedor de televisión por satélite en los
Estados Unidos que había desarrollado una tecnología , AutoHop, para saltar
automáticamente las pausas comerciales en las grabaciones de programas, y que
había salido victoriosa en todos los juicios relacionados con esa tecnología que
las televisiones lanzaron en su contra, es obligado a dejar de utilizarla – o a “desactivarla”
permitiendo su uso únicamente en programas de más de una semana de antigüedad –
debido a las presiones de las televisiones comerciales, que amenazaban no solo
con una interminable batalla en los tribunales, sino también con no permitir el
uso de sus contenidos en el canal online que Dish ofrece a sus
suscriptores. El razonamiento de las cadenas de televisión es tan peregrino como
que “eliminar las pausas publicitarias infringe su copyright”, pretendiendo
absurdamente que la emisión como tal es, supuestamente, una obra con derechos de
autor, un argumento que les ha llevado a perder juicio tras juicio. La realidad
es que los mismos usuarios que cambian de canal o aprovechan para irse al baño
durante las pausas comerciales en la emisión en vivo, pasan la publicidad
rápidamente cuando consumen programas grabados, privando a los mensajes de los
anunciantes de efectividad alguna. De cara a la comodidad de los usuarios, hacer
que los anuncios simplemente no se graben tiene todo el sentido y la lógica del
mundo.
Por otro lado, todo indica que los editores franceses preparan una demanda contra AdBlock
Plus, uno de los servicios de bloqueo de publicidad utilizados por más
usuarios en la web – y curiosamente, el más business-friendly de todos
ellos, pues permite a los anunciantes aceptar unas normas de autocontrol,
adherirse a un Acceptable Ads Manifesto,
y evitar los filtros salvo que los usuarios decidan proactivamente excluirlos.
La cuestión está clara: mientras los bloqueadores de publicidad se mantuvieron
en cifras de penetración de un dígito, no hubo problema ninguno, y los editores
se limitaban a calificarlos como “cosas de frikies“. Ahora, ya en
cifras globales entre el 14% y el 29%, con mucho más impacto en sitios de
contenido tecnológico, y con los adolescentes norteamericanos en tasas de
adopción del 41%, todo son intentos por matar al mensajero.
Los editores, como siempre, muestran su ignorancia al no entender que llevar
los bloqueadores de publicidad a juicio solo empeorará sus problemas, dará más
publicidad y popularidad a estos, y generará procesos de adopción todavía más
rápidos a partir de aplicaciones que, no lo olvidemos, son de código abierto, y
por tanto, imparables. Basta que un usuario tenga un mínimo interés por bloquear
la publicidad molesta, para que pueda hacerlo sin problemas, hayan dicho los
tribunales lo que hayan dicho. Judicializar esta cuestión no es más que reeditar
otro caso similar al de la persecución de los programas P2P, que aún mantienen
su elevado nivel de uso salvo en aquellos países en los que la industria ha
mejorado su oferta.
La manera de curar los males de la publicidad no es matando al mensajero. Es
aprendiendo a adaptar la publicidad al medio, utilizar formatos que no generen
rechazo, y fundamentalmente, respetar al usuario. Algo que la publicidad actual
está todavía muy lejos de hacer. E.Dans
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