Nuestros juicios de autoeficacia son un gran pronosticador de nuestra conducta. Ya lo advertía Indira Gandhi: «las personas que piensan que no son capaces de hacer algo, no lo harán nunca, aunque tengan las aptitudes».
Nuestra autoeficacia es además un elemento que explica en gran medida nuestra actitud y comportamiento en terrenos como la lucha frente a enfermedades, la elección académica o la carrera profesional pero que también se rela¬ciona directamente con nuestra felicidad, calidad de vida y éxitos.
En el terreno deportivo ha llevado a que el entrenamiento físico ya no sea suficiente. Los rivales de Rafa Nadal, legendario campeón en Roland Garros, atribuyen su superioridad en el terreno de juego precisamente a su fortaleza mental. David Ferrer, tras una dura derrota en París reconocía ante la prensa: «tiene la mejor mentalidad que nunca he visto. Lo tiene todo».
¿Es esto extrapolable al terreno laboral? Por supuesto. Las organizacio¬nes que aspiren a liderar los mercados deberán asegurarse de incorporar mentalidades ganadoras en sus equipos. ¿Cómo hacerlo? El primer paso será comprender cómo se forma, lo que está condicionado por cuatro elementos: las experiencias de dominio, las experiencias vicarias, el grado de acti¬vación y la persuasión social.
Las experiencias de dominio son las experiencias pasadas de éxito o de fracaso en la ejecución de esa misma acción o de otras parecidas. Como todos habremos comprobado alguna vez, el éxito se retroali¬menta, pero el fracaso también. Supongamos que somos muy buenos en un deporte, tanto que casi siempre ganamos. Pensemos, por ejemplo, en los jugadores del Real Madrid. ¿Qué esperarán del siguiente partido? ¡Eso está hecho! ¿Y de su capacidad para ganar al contrario? ¡Les derrotaremos! Saldrán con¬fiados. De hecho, si no se confían demasiado, probablemente lleven a casa una nueva victoria.
Nuestra comparación con los demás, con sus capacidades y resultados, alimenta también nuestra percepción de nosotros mismos. Por ello, la segunda fuente de expectativas son las experiencias vicarias, compara¬tivas o de segunda mano. Si siempre ganamos a los demás, si siempre corremos más rápido, si siempre metemos más goles, ¿no acabaremos pensando que somos especialmente buenos en esa tarea?
La tercera fuente de expectativas de autoeficacia es el grado de acti¬vación fisiológica y emocional (la excitación o el nerviosismo). ¿Quién no lo ha vivido en sus carnes? ¿En alguna ocasión te has preparado muy bien para un examen, pero te han podido los nervios? ¿En alguna ocasión has estado tan preparado que te han surgido las dudas sobre tu capacidad de aprobar, y al final no has podido dar lo mejor de ti mismo? Quizás hasta se te haya nublado la mente. Apuesto a que a todos nos ha pasado, al menos una vez, nos hemos visto asolados por el miedo.
La última fuente es la persuasión social, elemento que refleja el empuje que nos dan terceras personas para ayudarnos a conseguir una meta o a superar un obstáculo. Un discurso motivante es un ejemplo muy claro. Pero su aplicación y eficacia impregnan todos los ámbitos. Han llegado a la justicia, a la política, al terreno bélico.
Recordemos algunos ejem¬plos de cine. Ed Harris en Apollo 13 aclaraba: «failure is not an option». En Piratas del Caribe, Keira Knightley advertía: «and they will know what we can do». Brad Pitt en Troya animaba al ejército: «let no man forget how menacing we are! We are lions!». Pero están también en nuestro día a día. ¿Quién no recuerda el poderosísimo «yes we can» de Barack Obama?
¿Estás preparado para seguir el ejemplo de Nadal y hacer de la autoeficacia tu ventaja competitiva? No esperes más, apuesta por expandir tus límites y sacar todo tu potencial…