martes, 16 de junio de 2015

Sé lo que twitteásteis el último verano…

I know what you tweeted last summerEl asunto Guillermo Zapata, primer cargo municipal que dimite antes prácticamente de llegar a sentarse en la silla de su despacho a causa de una serie de tweets escritos hace varios años, es algo sobre lo que conviene tratar de reflexionar: se trata de una situación con muy escasos precedentes en la democracia española, y que mucho me temo que puede llegar a traer bastantes consecuencias.
La primera regla básica en este tipo de análisis es tomar una razonable distancia: no conozco directamente a Guillermo Zapata, no tengo más interés en este tema que el de tratar de analizar lo sucedido, y soy consciente de que se trata de una cuestión intensamente polarizada sobre la que resulta difícil mantener una discusión con aportes positivos. Ni se me ha perdido nada defendiendo al señor Zapata, ni es para nada la finalidad de mi análisis. Vaya por delante, además, que como ya comenté cuando recientemente analicé la campaña de Manuela Carmena, no voté a la lista en la que se encontraba Guillermo Zapata: ni resido en Madrid, ni me siento personalmente identificado con su programa.
Creo que lo primero que debemos plantearnos es el resultado final de todo este asunto: Guillermo Zapata ha dimitido como delegado de Cultura – no como concejal – y se ha convertido en la primera crisis para el gabinete municipal de Manuela Carmena, una crisis que ha tenido lugar antes de que hubiesen tenido tiempo de llevar a cabo ningún tipo de gestión y que además amenaza con extenderse a otros miembros de la corporación municipal. Pero planteémonos los hechos: un mínimo análisis indica que esta persona, indudablemente, adolece de un muy escaso sentido de la prudencia y posee un evidente mal gusto a la hora de interpretar el humor. No cabe la menor duda: algunos de sus tweets no son para nada disculpables, con contexto o sin él, y jamás seré yo el que pretenda hacerlo. En lo personal, el humor negro tiende a resultarme incómodo, y cuando tiene la posibilidad de convertirse en hiriente, me lleva casi en todos los casos a sentir una fuerte empatía con el que lo sufre.
Pero sinceramente, creo que todo aquel que se haya molestado en investigar un poco este asunto en lugar de simplemente disparar desde la cintura, desde el primero que ha pedido la dimisión de Zapata hasta el último que la ha jaleado, saben perfectamente que hablamos de unos tweets que han sido desprovistos de su contexto, y sobre todo, que no hablamos de una persona sospechosa de actitudes antisemitas. Estamos haciendo dimitir por antisemitismo a alguien que todo indica que no lo es, con todo lo que ello conlleva. A los medios extranjeros se les ha vendido una historia falsa, que pretende pintar a una persona como negacionista del holocausto, cuando en realidad no tiene ningún atisbo de serlo, y estaba simplemente participando – desafortunadamente, pero participando – en una discusión sobre los límites de Twitter como herramienta comunicativa. Los tweets con desafortunadísimas referencias a víctimas del terrorismo o del crimen, también eran en parte el resultado de una discusión – de ahí los entrecomillados – y si no lo eran, tiendo a pensar que sería mucho más adecuado saldarlos con una disculpa. El humor negro, mientras no se demuestre lo contrario, no es un delito. No me gusta que hagan daño a nadie y menos a quienes han sufrido una terrible pérdida, pero lo siento, no tengo claro que el tener mal gusto o el hacer humor negro merezca la pena de exclusión de la vida pública.
El resultado final de esto es que la persona que Manuela Carmena opinaba que era la mejor para un cargo, no va a poder desempeñarlo, y se va a poner en su lugar a una segunda opción – presumiblemente menos preparada para ese cargo si suponemos un mínimo de buen juicio a la recientemente nombrada alcaldesa. Además, nos disponemos a ver cómo la oposición, dando un nuevo sentido al calificativo “constructiva”, se dedica a escarbar en los timelines de todos sus oponentes hasta mediados de 2006, fecha en la que Twitter inició sus actividades, buscando tweets que puedan funcionar como explosivos con los que hacer un trabajo de demolición. Y ojo: no hablamos de la responsabilidad del político a la hora de entender que sus declaraciones podrían ser interpretadas con literalidad, sino de la literalidad aplicada a personas que ni siquiera eran políticos ni personajes públicos cuando dijeron lo que dijeron. En realidad, estamos hablando  – y esto me parece mucho más peligroso – de una auténtica barrera de entrada para todo aquel que no haya sido toda su vida un político profesional. En una época en la que muchos parecen pedir una renovación de la política, resulta que nos vamos a dedicar a investigar todo lo que cualquier ciudadano dijo en Twitter a lo largo de toda su vida, por si acaso encontramos algo que poder tirarle a la cara. Sinceramente, no creo que muchos puedan superar ese escrutinio: quien no tiene un mal chiste o un comentario desafortunado, tiene un calentón o cualquier frase en una discusión susceptible de ser desprovista de su contexto. En mi timeline hay más de veinte mil tweets: tengo la sana intención de mantenerme toda mi vida alejado de cualquier tipo de responsabilidad política, pero si no fuera así, estoy seguro de que alguno o varios de ellos me lo impedirían.
¿Tiene algo de bueno hacer que cualquier ciudadano, sea o no político, tenga que pensarse el escribir algo en Twitter si su abogado no está presente? ¿Tiene sentido someter a ese minucioso escrutinio a toda persona que pretenda asomarse a la vida política? ¿Es bueno privar a la sociedad de los aportes que muchas personas válidas podrían haber hecho en caso de se propuestos para un cargo público? ¿Es mejor que solo puedan dedicarse a la política aquellos que siempre han mantenido una exquisita prudencia en su comunicación en redes sociales, o que cuentan con asesores específicamente encargados de ello? ¿Pretendemos que todo aquel que se plantee iniciar una carrera en el mundo de la política tenga que eliminar todas sus cuentas “por si acaso” no resisten esa especie de malintencionada “prueba del pañuelo”? ¿Es así como pretendemos dotar de transparencia a la vida política?
Lo dijo el cardenal Richelieu hace varios siglos:
Dadme seis líneas escritas por la mano del hombre más honesto, y yo encontraré algo para hacerlo ahorcar”.
No puedo opinar sobre si Guillermo Zapata debía o no ser ahorcado o sobre su nivel de honestidad, porque repito, ni lo conozco, ni he hablado con él en mi vida, ni tengo elementos de juicio en uno u otro sentido, pero sí tengo claro que muchos se han encontrado muy cómodos jugando a la estrategia política parafraseando al cardenal Richelieu – y Zapata, con su escasa mesura o su incontinencia twitteadora, se lo ha puesto enormemente fácil.  
El resultado final de todo esto es un enrarecimiento todavía mayor del clima político, que no creo que sea lo que necesitábamos en este país. Con sinceridad, no sé de quién es la culpa: la formación política en la que se encuadra Zapata ha demandado en todo momento un nivel de supervisión extremo de todo lo que un político hace o dice – llevados en parte por lo nauseabundo de un clima de corrupción generalizada – que, sencillamente, no han resistido cuando se les ha aplicado a ellos mismos, porque aunque alguien pueda llegar a ser absolutamente decente, es prácticamente imposible que sea capaz de parecerlo en todo momento. Si Twitter pierde alguna parte de su creciente papel como herramienta de comunicación política y ciudadana porque ya nadie se atreve a escribir nada sin someterlo a un rigurosísimo escrutinio, creo sinceramente que perderemos mucho más de lo que podemos ganar.  E.Dans
 

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