El pasado mes de diciembre se presentó NameTag, una aplicación para Google Glass desarrollada por FacialNetwork.com
capaz de analizar los rasgos de una cara, buscarla en su base de datos
en la nube, y presentar al usuario con una colección de datos relevantes
sobre la persona que ha identificado.
El desarrollo no debería pillarnos de sorpresa: es algo sobre lo que llevamos hablando cierto tiempo
como un destino inexorable, imposible de evitar, una de esas cosas que
va a ocurrir nos guste o no, lo que los norteamericanos llaman “an idea whose time has come”.
Basta con ver el vídeo para hacerse una idea: sí, aún tarda bastante
en devolver los resultados y está haciendo pruebas con caras que ya
están en su base de datos, pero la idea está clara, y nunca la velocidad
de transmisión o de proceso ha supuesto un freno para nada: miraremos a
una persona, y nos devolverá información relevante de la misma, con
todo lo que ello conlleva.
La idea, como decimos, no es en absoluto nueva. Además de llevar
tiempo siendo utilizada a nivel de usuario final para cuestiones como
etiquetar fotografías en Picasa o en iPhoto, también es usada por la policía en algunas jurisdicciones, además de ser protagonista de un desarrollo importante por parte de, como no, algunos departamentos federales de los Estados Unidos. La posición de Google al respecto ha sido hasta el momento clara: no está dispuesta a admitir desarrollos que utilicen tecnologías de reconocimiento facial en aras del respeto a la privacidad al menos hasta que haya desarrollado protecciones en ese sentido,
pero eso no ha impedido que incluyese en su Google I/O de 2013 una
sesión impartida por dos ingenieros de la compañía y titulada “Voiding your warranty: hacking Glass“, con el claro mensaje “Disclaimer: you’ll be stepping into uncharted and unsupported territory!”, que viene a ser precisamente el mensaje que todos sabemos que tenemos que dar a un hacker para que se decida a seguir una dirección determinada en sus desarrollos. De hecho, es lo que está ocurriendo: los desarrolladores están generando aplicaciones, y buscándose maneras de hacerlas llegar a los usuarios de Google Glass del mismo modo que podemos instalar apps no oficiales en nuestros teléfonos móviles.
Un artículo reciente en The New Yorker, titulado “Through a face scanner darkly“ siguiendo la obra de, como no, el gran Philip K. Dick,
explora precisamente las consecuencias de este desarrollo tecnológico:
una “memoria con esteroides” que nos permite “recordar” a todo aquel que
se cruza con nosotros – o no recordarlo, sino directamente reconocerlo
aunque no nos uniese ningún tipo de relación anterior – y que nos asocia
de manera inexorable e indeleble con nuestro ego-search, con
todo lo que una aplicación o motor de búsqueda pueda extraer de nosotros
utilizando nuestros rasgos faciales como clave maestra.
El escenario es el que es: ya resulta perfectamente posible cruzarse
con una persona por la calle, hacerle una foto con un mínimo de calidad
en cuanto a orientación (frontal y con relativa poca distancia) teniendo
en cuenta que ya existen aplicaciones para hacer una foto simplemente guiñando un ojo y sin tener que decir en voz alta eso de “OK Glass, take a photo”,
enviar esa fotografía a una base de datos para que la busque, y obtener
una selección de detalles personales de quien tenemos delante que
pueden incluir su nombre, ocupación, perfil en redes sociales… o, en
países como Estados Unidos o el Reino Unido, si está registrado como
agresor sexual.
Esto ya está aquí. No hablamos de ciencia-ficción ni de visiones
distópicas del futuro. Conviene ir pensando sobre ello, y en parte con
la aproximación tecno-fatalista de “en realidad, va a ocurrir igual me
guste o no”. Porque, en el fondo, hablamos de dispositivos cuyo
funcionamiento es imposible chequear individualmente, de bases de datos
cuya existencia es prácticamente imposible controlar, de una cara que no
nos podemos quitar, y de procedimientos ya desarrollados para poner esa
información, literalmente, delante de nuestra vista. En todos los
sentidos, un mundo diferente.
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