El pasado miércoles se dieron a conocer las que se esperan sean las bases del acuerdo definitivo entre Google y las autoridades antimonopolio de la Unión Europea, tras un largo proceso de negociación que ha llevado más de tres años.
Según el acuerdo, Google mostrará los servicios de tres empresas
competidoras cada vez que muestre resultados de sus propios servicios de
búsqueda especializados, como puede verse en la simulación que la
propia compañía ha difundido. Una solución que, como una gran cantidad
de aspectos de este caso, recuerda poderosamente lo sucedido con Microsoft en el año 2010,
cuando fue obligada a mostrar a todos los usuarios una pantalla en la
que ofrecía a los usuarios la instalación de navegadores alternativos al
suyo.
Para Google, la primera fuente de preocupación debería venir
precisamente de ahí: de encontrarse en el mismo lugar en el que se
encontró Microsoft hace tan solo unos pocos años, auténtico alimento
para todos aquellos que afirman que la Google de hoy es la Microsoft de
ayer. En cualquier caso, existen diferencias: por un lado, una cuestión
de actitud: mientras Microsoft porfió hasta la extenuación y mantuvo una
actitud inmovilista y terca que terminó por llevarla a recibir la mayor
multa impuesta a una empresa por las autoridades antimonopolio
europeas, la actitud de Google ha sido en todo momento conciliadora e
indudablemente enfocada a la consecución de un acuerdo.
La solución a la que se llega, por otro lado, es sensiblemente más
dura: mientras Microsoft fue obligada a mostrar los productos de
competidores alternativos en una única ocasión, en el momento de la instalación, Google ve cómo la obligan a mostrar los resultados de sus competidores en todas y cada una de las veces
que un cliente haga una búsqueda que devuelva resultados en las
categorías afectadas, un compromiso que supone sin duda un alcance y un
compromiso mayor. Imaginémoslo en la calle, y en una industria al azar,
por ejemplo, la del automóvil: que la empresa que tuviese el 90% de los
concesionarios fuese obligada a, cada vez que un cliente entra por la
puerta, el vendedor tuviese que empezar por ofertarle no solo sus
vehículos, sino además recordarle que existen vehículos de otros
competidores y que le puede poner amablemente en contacto con ellos si
los prefiere. A partir de aquí, existe un plazo de reclamaciones por
parte de los demandantes, aunque no se espera que sean capaces de
provocar cambios toda vez que el Comisario de la Competencia ha afirmado
que su organismo no legisla para favorecer a los competidores de
Google, sino para favorecer a los consumidores.
A partir de dentro de unos meses, por tanto, las páginas de resultados de Google tendrán un aspecto diferente en la Unión Europea frente a las obtenidas en otros países. La solución parece ser “la menos mala”, pero realmente no satisface a prácticamente nadie.
Y la gran pregunta ante todo este tema es: ¿realmente estamos hablando
de un buen acuerdo, de algo que beneficie de alguna manera a los
consumidores? De acuerdo, la situación de una empresa con un monopolio
en la búsqueda que aproveche ese monopolio para promover sus otros
productos en su posición más visible es indudablemente nociva: restringe
a sus posibles competidores el acceso al mercado, y priva de opciones a
los consumidores. Forzar a dicha empresa a mostrar información acerca
de sus consumidores es algo casi anti-natural, que intenta restaurar un
cierto equilibrio en el mercado, una situación en la que esos
consumidores puedan acceder, a través del motor de búsqueda que
obviamente prefieren y que ostenta ese monopolio, a información de otras
ofertas competitivas.
¿Pero… realmente es esa la solución?
En mi columna de Expansión de esta semana, titulada “Monopolios y paradojas”
(pdf), intento tratar este tema con las limitaciones de espacio de un
medio en papel, y llevando el razonamiento a la que para mí es la clave:
Google ha pasado de tener un producto fantástico, un buscador que todos
elegimos en su momento porque nos proporcionaba resultados no sesgados
en virtud de un criterio de relevancia que considerábamos razonablemente
bueno (y decididamente mucho mejor que los de los motores de búsqueda
anteriores), y ha pasado a ofrecernos un buscador cada día más
editorializado, que pretende sustituir nuestro criterio de elección de
resultados con el suyo de “yo sé que esto es lo mejor para ti”. Y al
hacerlo, no solo se ha convertido en un monstruo que destroza industrias
con el poder de su monopolio, sino que además. o al menos en mi caso,
ha perdido mis favores: o prescindo de esa parte de las páginas de
resultados aplicando el correspondiente filtro de publicidad, o utilizo
otro buscador, porque la perspectiva de encontrarme la gran mayoría de
la página cubierta de lo que yo considero publicidad y los resultados
naturales (que era lo que yo iba a buscar) restringidos a un mísero
porcentaje de la página me resulta incómoda y molesta. Al final, el
problema está en que si un gran poder precisa de una gran
responsabilidad, Google, en mi opinión, no está sabiendo hacer uso ni de
su poder, ni de su responsabilidad. Lo está haciendo mal. Y me parece
una verdadera pena. E.Dans
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