El éxito es
fantástico. Todos lo buscamos (sea cual sea su significado para cada uno de
nosotros). A todos nos gusta, todos lo queremos. Nos pasamos la vida tratando
de encontrarlo.
El problema
empieza cuando empieza a depender de otras personas, situaciones, factores o
estados emocionales.
De repente,
empezamos a creer el éxito como algo material y externo y empezamos a
comportarnos como el mismísimo Jordan Belfort.
Empezamos a actuar como si tuviéramos un derecho especial sobre todas las demás
personas, empezamos a preocuparnos si hemos sido invitados a las fiestas
adecuadas o no, si conducimos un Ferrari o un Maserati. Rolex o Bvlgari, Krug o
Bollinger 007.
Lo cual hace
que nos desviemos fatalmente del camino, perdemos la atención en la pelota para
concentrarnos en los aplausos o silbidos de las gradas. Lo cual nos hacer
perder aquello que nos hizo exitosos, la persona en la que nos hemos
convertido. Mírate, no, mírate de nuevo, ¿quién eres? ¿en que te has
convertido? ¿estás seguro?
El éxito,
que bueno que llegue, el único pero es que ha creado toda una religión de
personas sometidas a su voluntad.