Ambient
awareness es un término utilizado en las ciencias sociales para
describir una forma de conciencia social periférica, una atención al entorno
propagado a través de la presencia más o menos constante en medios sociales en
la red. Su uso aplicado al desarrollo e implantación progresiva de la web social
lo popularizó Clive Thompson en un artículo del New York Times de 2008, “Brave new world of digital intimacy“, en el que describía
el modelo de contacto y sensibilidad permanente en el que vivían un numero cada
vez mayor de usuarios de redes como Facebook o Twitter.
Aplicado a la empresa, la idea de ambient awareness describe la
capacidad de pulsar de manera más o menos constante el estado de opinión de sus
clientes a través de las redes sociales, y el desarrollo de los mecanismos
adecuados para responder y entablar un diálogo constructivo con ellos.
Cuando las empresas comenzaron a recibir este tipo de menciones a través de
las redes sociales, la teoría dominante era que se trataba siempre de mensajes
con un componente negativo: que la naturaleza humana llevaba a que una buena
experiencia con un producto o servicio fuese calificada de manera rutinaria como
“lo normal”, mientras que una mala fuese considerada excepcional y merecedora de
una queja pública. También se hablaba de la naturaleza de las quejas a través de
las redes sociales como de un tercer escalón en la negatividad del cliente: tras
una primera fase en la que el cliente “se comía” el enfado y lo digería consigo
mismo, y una segunda en la que lo compartía con su entorno cercano, familiares y
amigos, la queja en una red social representaba el equivalente de abrir la
ventana y exteriorizar la queja gritándola en público. Precisamente por ese tipo
de factores, algunas empresas empezaron a desarrollar sistemas de detección
temprana mediante la búsqueda de sus marcas, o abrieron cuentas en las redes
sociales para que esas quejas tuvieran un destino, y se dotaron de mecanismos
para darles respuesta. Con la normalización del uso de las redes sociales,
algunos de esos factores se han modificado: ahora, la reacción de compartir una
experiencia en las redes sociales es en muchas ocasiones lo primero que se nos
viene a la cabeza, y se han incrementado también las veces en que escogemos
compartir algo con connotaciones positivas.
Un caso muy interesante es Iberia. Soy un cliente muy frecuente de la
aerolínea, y recientemente, tuve dos momentos de insatisfacción con sus
servicios, uno vinculado con el uso de su aplicación para smartphone, y
otro con la experiencia de uso de su WiFi en vuelo. En ambos casos los comenté
en Twitter en el momento en que sucedieron, y en el segundo, escribí además una entrada al respecto. Y en ambos casos, la reacción de la
compañía fue inmediata, mucho más de lo que cabría esperar, y me sorprendió de
manera muy positiva.
El primer caso tuvo lugar un martes por la mañana: mi tweet original recibió contestación desde la cuenta
de @Iberia en pocos minutos, mediante un mensaje que trataba de
indagar si estaba teniendo algún problema y necesitaba ayuda de algún tipo. Una
contestación práctica a un problema que, en realidad, no existía: tras haber
intentado acceder a mi tarjeta de embarque en una aplicación que habitualmente
funcionaba sin problemas y haberme encontrado con que, tras su rediseño, ya no
era capaz de hacerlo, había simplemente recurrido a acceder a dicha tarjeta a
través del mensaje de correo electrónico que aún mantenía en mi bandeja de
entrada. Incómodo, sí, sobre todo si tienes que buscar entre muchos correos,
pero con un alcance limitado en términos de criticidad. Mi conversación con la
compañía, que hay que resaltar que en ningún caso se debió al hecho de ser
mencionada por un usuario con un número elevado de followers en
Twitter, sino que forma parte de un uso habitual que puede comprobarse
simplemente mirando su timeline (responden a todo el mundo,
independientemente de su número de followers, y con un tiempo de
reacción verdaderamente rápido), se interrumpió con mi embarque, pero me
encontré en breve un mensaje en el que se me proponía una reunión para discutir
cuestiones de usabilidad relacionadas con la nueva app, en una
demostración más de que el uso de Twitter no se limita a un departamento
aislado, sino que trasciende otros estamentos de la compañía.
El segundo caso se produjo un sábado, muy temprano, coincidiendo con la
llegada de mi vuelo a Madrid. La gestión de la cuenta de Twitter de Iberia no es
un servicio interno, está subcontratado con una agencia que lo lleva a cabo,
como ya hemos comentado, con notable brillantez, pero que únicamente trabaja en
días de semana y con un horario determinado, aunque esto podría cambiar
próximamente. A pesar de ello, mi queja fue respondida en unas tres horas, y no
a través de Twitter, sino en forma de un SMS enviado por el Director de
Experiencia de Cliente de la compañía, que se había preocupado de obtener mi
número de móvil. Una prueba clara de que la idea de ambient awareness a
la que nos referíamos no se limita a un simple departamento subcontratado, sino
que se ha convertido en todo un elemento de la cultura. En una empresa de gran
tamaño, que durante una buena parte de su historia fue una compañía pública con
mentalidad funcionarial, y sometida a un clima a una situación laboral como
mínimo calificable de “compleja”, un elemento que me parece muy interesante:
acostumbrarse a estar tan pendientes de lo que dice la red, como para conseguir
contestar a una queja de un cliente con tu sistema de atención al cliente de
Twitter cerrado, y un sábado por la mañana temprano. Muy pocas empresas son, a
estas alturas, capaces de hacer algo así. Hablamos de sistemas que no se
asientan tanto en estructuras preparadas para ello, sino ya en una cultura de
uso, en un sistema de valores que pone la atención al cliente en otro nivel. Y
algo que, sea cual sea la opinión que podamos tener de la compañía y de sus
servicios, me parece digno de ser valorado y reseñado.
¿Está tu compañía a ese nivel? ¿Te imaginas a uno de tus primeros directivos
preocupándose un sábado por la mañana de obtener el número de móvil de un
cliente para comunicarse con él y ponerse a su servicio para aclarar una queja?
Si la respuesta es no, ponte a trabajar. La respuesta no es solo tecnológica,
hay otros elementos, y muchos de ellos son puramente culturales, de esos que
terminan por diferenciar a las compañías. No lo dudes: en los tiempos que
vivimos, vale la pena invertir en algo así.
Ambient
awareness es un término utilizado en las ciencias sociales para
describir una forma de conciencia social periférica, una atención al entorno
propagado a través de la presencia más o menos constante en medios sociales en
la red. Su uso aplicado al desarrollo e implantación progresiva de la web social
lo popularizó Clive Thompson en un artículo del New York Times de 2008, “Brave new world of digital intimacy“, en el que describía
el modelo de contacto y sensibilidad permanente en el que vivían un numero cada
vez mayor de usuarios de redes como Facebook o Twitter.
Aplicado a la empresa, la idea de ambient awareness describe la
capacidad de pulsar de manera más o menos constante el estado de opinión de sus
clientes a través de las redes sociales, y el desarrollo de los mecanismos
adecuados para responder y entablar un diálogo constructivo con ellos.
Cuando las empresas comenzaron a recibir este tipo de menciones a través de
las redes sociales, la teoría dominante era que se trataba siempre de mensajes
con un componente negativo: que la naturaleza humana llevaba a que una buena
experiencia con un producto o servicio fuese calificada de manera rutinaria como
“lo normal”, mientras que una mala fuese considerada excepcional y merecedora de
una queja pública. También se hablaba de la naturaleza de las quejas a través de
las redes sociales como de un tercer escalón en la negatividad del cliente: tras
una primera fase en la que el cliente “se comía” el enfado y lo digería consigo
mismo, y una segunda en la que lo compartía con su entorno cercano, familiares y
amigos, la queja en una red social representaba el equivalente de abrir la
ventana y exteriorizar la queja gritándola en público. Precisamente por ese tipo
de factores, algunas empresas empezaron a desarrollar sistemas de detección
temprana mediante la búsqueda de sus marcas, o abrieron cuentas en las redes
sociales para que esas quejas tuvieran un destino, y se dotaron de mecanismos
para darles respuesta. Con la normalización del uso de las redes sociales,
algunos de esos factores se han modificado: ahora, la reacción de compartir una
experiencia en las redes sociales es en muchas ocasiones lo primero que se nos
viene a la cabeza, y se han incrementado también las veces en que escogemos
compartir algo con connotaciones positivas.
Un caso muy interesante es Iberia. Soy un cliente muy frecuente de la
aerolínea, y recientemente, tuve dos momentos de insatisfacción con sus
servicios, uno vinculado con el uso de su aplicación para smartphone, y
otro con la experiencia de uso de su WiFi en vuelo. En ambos casos los comenté
en Twitter en el momento en que sucedieron, y en el segundo, escribí además una entrada al respecto. Y en ambos casos, la reacción de la
compañía fue inmediata, mucho más de lo que cabría esperar, y me sorprendió de
manera muy positiva.
El primer caso tuvo lugar un martes por la mañana: mi tweet original recibió contestación desde la cuenta
de @Iberia en pocos minutos, mediante un mensaje que trataba de
indagar si estaba teniendo algún problema y necesitaba ayuda de algún tipo. Una
contestación práctica a un problema que, en realidad, no existía: tras haber
intentado acceder a mi tarjeta de embarque en una aplicación que habitualmente
funcionaba sin problemas y haberme encontrado con que, tras su rediseño, ya no
era capaz de hacerlo, había simplemente recurrido a acceder a dicha tarjeta a
través del mensaje de correo electrónico que aún mantenía en mi bandeja de
entrada. Incómodo, sí, sobre todo si tienes que buscar entre muchos correos,
pero con un alcance limitado en términos de criticidad. Mi conversación con la
compañía, que hay que resaltar que en ningún caso se debió al hecho de ser
mencionada por un usuario con un número elevado de followers en
Twitter, sino que forma parte de un uso habitual que puede comprobarse
simplemente mirando su timeline (responden a todo el mundo,
independientemente de su número de followers, y con un tiempo de
reacción verdaderamente rápido), se interrumpió con mi embarque, pero me
encontré en breve un mensaje en el que se me proponía una reunión para discutir
cuestiones de usabilidad relacionadas con la nueva app, en una
demostración más de que el uso de Twitter no se limita a un departamento
aislado, sino que trasciende otros estamentos de la compañía.
El segundo caso se produjo un sábado, muy temprano, coincidiendo con la
llegada de mi vuelo a Madrid. La gestión de la cuenta de Twitter de Iberia no es
un servicio interno, está subcontratado con una agencia que lo lleva a cabo,
como ya hemos comentado, con notable brillantez, pero que únicamente trabaja en
días de semana y con un horario determinado, aunque esto podría cambiar
próximamente. A pesar de ello, mi queja fue respondida en unas tres horas, y no
a través de Twitter, sino en forma de un SMS enviado por el Director de
Experiencia de Cliente de la compañía, que se había preocupado de obtener mi
número de móvil. Una prueba clara de que la idea de ambient awareness a
la que nos referíamos no se limita a un simple departamento subcontratado, sino
que se ha convertido en todo un elemento de la cultura. En una empresa de gran
tamaño, que durante una buena parte de su historia fue una compañía pública con
mentalidad funcionarial, y sometida a un clima a una situación laboral como
mínimo calificable de “compleja”, un elemento que me parece muy interesante:
acostumbrarse a estar tan pendientes de lo que dice la red, como para conseguir
contestar a una queja de un cliente con tu sistema de atención al cliente de
Twitter cerrado, y un sábado por la mañana temprano. Muy pocas empresas son, a
estas alturas, capaces de hacer algo así. Hablamos de sistemas que no se
asientan tanto en estructuras preparadas para ello, sino ya en una cultura de
uso, en un sistema de valores que pone la atención al cliente en otro nivel. Y
algo que, sea cual sea la opinión que podamos tener de la compañía y de sus
servicios, me parece digno de ser valorado y reseñado.
¿Está tu compañía a ese nivel? ¿Te imaginas a uno de tus primeros directivos
preocupándose un sábado por la mañana de obtener el número de móvil de un
cliente para comunicarse con él y ponerse a su servicio para aclarar una queja?
Si la respuesta es no, ponte a trabajar. La respuesta no es solo tecnológica,
hay otros elementos, y muchos de ellos son puramente culturales, de esos que
terminan por diferenciar a las compañías. No lo dudes: en los tiempos que
vivimos, vale la pena invertir en algo así. E.Dans
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