El caso de Brendan
Eich, forzado a dimitir de su puesto como CEO de Mozilla Corporation tan solo
once días después de su nombramiento por haber donado mil
dólares a la causa contra los matrimonios del mismo sexo en el año 2008, es
una impresionante ilustración de hasta qué punto los directivos, en la era de la
web social, pueden llegar a ser esclavos de su pasado.
Sin duda, Brendan Eich es una persona con capacidades demostradas para su
trabajo y su evolución profesional: desarrollador de gran prestigio, creador del
lenguaje JavaScript y cofundador de la organización que aspiraba a liderar,
contaba con la aprobación del Consejo de Administración que le nombró, que
también conocía el episodio de aquella donación. Sin embargo, la situación
generada por su nombramiento escaló rápidamente hasta hacerse insostenible y
obligar a su dimisión.
¿Realmente merecía Eich ser obligado a dimitir? Es una
discusión compleja, pero la realidad es que, en este ámbito, las opiniones
cuentan muy poco: lo importante es que, por la razón que sea e
independientemente de la cualificación profesional del individuo, su presencia
podía dar lugar a muchos más efectos negativos que positivos para la
organización que pretendía liderar. A pesar de las moderadas disculpas públicas del personaje, las amenazas de
dimisión y boicot de múltiples trabajadores, usuarios y empresas presagiaban un
auténtico desastre de relaciones públicas en caso de que el recién nombrado CEO
continuase en su puesto, y todo ello en el contexto de una compañía que depende
en gran medida de las donaciones y la empatía personal para su supervivencia. El
caso es sin duda complejo, y será seguramente objeto de
estudio por futuras generaciones de estudiantes en muchas escuelas de
negocios.
Ahora, cuando todavía no se han apagado las reacciones al caso Eich, viene
Dropbox y anuncia el nombramiento de Condoleezza
Rice, ex-secretaria de Estado durante la administración Bush, como miembro
de su Consejo de Dirección. Durante su etapa en la política, Rice fue una de las
personas más implicadas en el desarrollo de programas de espionaje de la
población sin ningún tipo de control judicial, lo que, entre otras cosas, ha
dado lugar a fuertes reacciones de protesta a su nombramiento en la red.
Sitios como Drop Dropbox recogen los “méritos” de la ex-secretaria de
Estado e invitan a los usuarios a cancelar sus
cuentas en la compañía si no cambia su decisión. La compañía, por el
momento, ha defendido su decisión de invitarla a formar parte de su
Consejo en función de su fuerte proyección internacional, pero si la
reacción persiste y empiezan a llegar cancelaciones,no sería extraño que se
viese obligada a rectificar.
El caso de Condoleezza Rice nos lleva a pensar en una de las cuestiones que,
tristemente, se han hecho más habituales en las relaciones entre el mundo de la
política y el corporativo, la llamada revolving door, o puerta giratoria: que altos cargos
públicos pasen a trabajar en empresas privadas, beneficiándose de su anterior
ocupación pública y produciendo conflictos de interés entre la esfera pública y
la privada. Sin duda, una constante cada vez más habitual en la escena política
de muchos países.
El desarrollo y popularización de la web social tiene dos características:
por un lado, funciona como un refuerzo de la memoria colectiva y una fuente de
información permanente sobre las personas, un “turbio pasado” que pasa a estar
muchísimo más disponible ahora que en los tiempos en los que era preciso
recurrir a las hemerotecas y a las labores de investigación periodística. Por
otro, disminuye de forma clara las barreras al activismo y al desarrollo de
acciones de protesta: reacciones que hace algunos años no habrían llegado a ser
leves protestas diseminadas de boca a oreja y con un alcance relativamente
limitado, se convierten ahora en noticias que circulan de manera rápida entre
medios de comunicación online, en páginas web informativas que muestran los
argumentos de la protesta y las acciones de protesta solicitadas, y en un ruido
mediático insoportable y omnipresente en redes como Twitter o Facebook. Hoy, la
presión que sufre cualquier empresa ante una decisión impopular es inmensamente
más elevada que antes de que la web social se elevase a los altares de la
popularidad, y también lo es la capacidad de la empresa para intentar medir y
evaluar esa presión. El resultado es que, cuando no se gestionan adecuadamente,
esas reacciones pueden conllevar en muchos casos un verdadero perjuicio a la
imagen de la compañía que puede durar mucho tiempo o redundar en pérdidas
económicas directas y medibles, desde bajas de clientes hasta problemas
derivados de la impopularidad o de dar lugar a una imagen generadora de
antipatía.
¿Verán las empresas en el futuro cómo la decisión de incorporar a
ex-políticos como manera de pagar los favores recibidos cuando estos estaban en
puestos de responsabilidad se convierte en amenazas de abandono y boicot por
parte de sus clientes? A la vista de casos como los anteriormente citados, un
escenario así no puede descartarse en absoluto. Y el análisis que es preciso
hacer, claro está, independientemente del schadenfreude o la alegría por el sufrimiento o la
infelicidad ajena tan habitual en el caso de políticos o altos cargos
directivos, es hasta qué punto es bueno para la sociedad que esto sea así.
Para un directivo o un político, la web social se convierte cada día más en
un arma fundamental para intentar explicar ciertos temas, para disculparse
cuando sea preciso hacerlo, o para tratar de mostrar una imagen humana, próxima
y transparente, un trato directo que pueda servir para desactivar amenazas de
este tipo ante la eventualidad de que puedan surgir. Yo, por el momento, voy a
incluir ambos casos en un curso que estoy preparando para directivos del sector
público. Ya os contaré conclusiones… E.Dans
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