La importancia de la reputación para el éxito de las
compañías es clara y evidente, y va implícita en la propia definición de la
palabra. La percepción que el mercado tiene de los productos de una compañía
está condicionada, fundamentalmente, por sus acciones pasadas, por todos
aquellos elementos que los usuarios van asociando en su subconsciente a la
imagen de esa compañía en relación con un atributo determinado. Cada vez que la
empresa pretende lanzar un producto, los atributos importantes que determinan el
éxito de ese producto son valorados por el mercado, examinados, y juzgados en
función, sobre todo, de la reputación de la empresa en ese sentido.
Facebook empieza a dar pasos para introducirse en el mundo de la
salud, sin que estén demasiado claras las razones que le llevan a intentarlo. Y la pregunta
inmediata, claro, es hasta qué punto los usuarios de Facebook estarán dispuestos
a aceptar que la compañía se convierta en depositaria de sus datos relacionados
con un tema tan crítico y del ámbito privado como la salud.
¿Qué elementos podrían llevar a un eventual rechazo de los usuarios?
Básicamente, el pasado que Facebook arrastra en todo lo relacionado con la
privacidad. Para muchos, Facebook es la compañía que cambia los términos de uso
y las condiciones por defecto de sus cuentas para exponer cuanta más información
sea posible, la que ofende a determinados colectivos con sus rígidas políticas, la
que arruina la sorpresa de un regalo, la que hace experimentos psicológicos con sus usuarios, o la que puede llevar a un usuario a convertirse sin saberlo en imagen de una
marca de lubricante sexual. Que sí, que la compañía en algunos casos escucha a sus usuarios y tratar de adaptarse, en ocasiones
además con notable velocidad de reacción, pero la imagen final que persiste en
la memoria sigue siendo, por lo general, la de “hubo un problema”.
Sin duda, Facebook es una compañía que acumula una gran cantidad de talento,
pero que parece ser percibida como carente de respeto hacia sus usuarios.
Obviamente, decir que “los usuarios se equivocan” no ayuda a nada: el
planteamiento es tan sencillo como que la gestión de reputación que lleva a cabo
la compañía está entre lo malo y lo directamente desastroso. De poco vale,
tiempo después de ocurridos los escándalos, venir con simpáticos dinosaurios azules que intentan explicar a
los usuarios cómo ajustar sus preferencias de privacidad: lo que queda en la
percepción de los usuarios es que esa reacción está generada por un problema,
por algo que la compañía hizo mal. La política de la compañía en ese sentido es,
claramente, “mejor pedir perdón que pedir permiso”, seguramente no el mejor de
los principios cuando tratas de gestionar algo tan delicado como la
reputación.
Es obviamente pronto para aventurar cómo funcionarán las aún simplemente
hipotéticas y ni siquiera anunciadas iniciativas de Facebook en el terreno de la
salud. Pero lo que parece claro es que la reputación que la compañía ha
construido en ese sentido no la va a ayudar: con respecto a cualquier otro
competidor, este factor se convierte en una desventaja, en una penalización
psicológica que el usuario debe superar. Veremos si lo consigue. E.Dans
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