Eduardo Punset en su libro “El viaje a la felicidad” nos refiere su exclamación ante el visionado de un embrión mediante unas ecografías en 3D:
¡Qué aburrimiento permanecer nueve meses encerrado en el vientre de la madre bañado en líquido amniótico y sin respirar!
A lo que el ginecólogo Stuart Campbell[1] respondió de forma inmediata:
Te equivocas. Nunca volverá a ser tan feliz en toda su vida. El feto está dentro del útero en un entorno templado, protegido de la luz y el ruido; oye los sonidos de la madre y el latido de su corazón. Está muy a gusto.
Finalizada su lectura, llegué a la conclusión de que cuando Punset menciona el término felicidad en realidad se está refiriendo a estar a gusto, alegre, satisfecho y pimpante. Y exclamé: ¿quién no desearía encontrarse así? Pero a la vez, reflexioné sobre que la felicidad, pudiendo fundamentarse en algo de lo apuntado, es otra cosa bien distinta.
En el año 1974, Robert Nozik, filósofo norteamericano, enunció un experimento consistente en imaginar una máquina de la experiencia. En el mismo, y durante todo el tiempo, estaríamos flotando en un recipiente en el que, a la par de ser alimentados por nutrientes, dispondríamos de una serie de electrodos que conectarían nuestro cerebro con una máquina que nos proveería de todo tipo de experiencias deseables.
Si bien es cierto que, estando conectados a la máquina en cuestión, no tendríamos forma alguna de saber que es así, viviríamos inmersos en una orgía de deseos satisfechos y virtuales, pero sin tener consciencia de ello.
Un enjambre de neuropsicólogos trabajando para nosotros, volcados en satisfacer cualquiera de nuestros caprichos. Tal vez un logro reconfortante, quizás una emoción electrizante o un privilegio diferenciador. Nada se nos resistiría, tendríamos a nuestro alcance la máxima expresión del placer y de la felicidad. ¿De la felicidad también?
¿Te conectarías? Preguntaba una y otra vez. Para mayor abundamiento, continuaba con un nuevo interrogante ¿Qué más nos importa, aparte de cómo sentimos interiormente nuestras vidas? Las respuestas que daba a cada uno de sus respectivos interrogantes eran: “no” (no me conectaría) y “mucho” (me importa mucho).
En definitiva, se trataba -trata- de escoger entre una vida impostada, entregada a los solos designios del placer y de la felicidad en términos hedonistas, con la realidad de lo que la vida es: un discurrir marcado por logros, decepciones, frustraciones, y desencuentros.
¿Por qué rechazar la posibilidad de vivir entre algodones cuando la contrapartida se nos muestra, en el mejor de los casos, agridulce?
Si el placer, la alegría, y la satisfacción, fueran las únicas alternativas al desarrollo de un discurrir vital pleno y deseable, ¿nos conformaríamos con la impostura que nos promete la máquina o por el contrario elegiríamos una vida con altibajos?
Curiosa circunstancia, por cuanto en la mayoría de los casos la decisión se decanta del lado de la realidad; no solo anhelamos experimentar placer, también queremos saborear una existencia que no siempre se muestra gratificante. Queremos hacer, además de sentir, la gran aventura de lo que significa vivir.
Nozik deduce que, además del placer de sentirse bien, existen otras cosas que merecen ser vividas como consecuencia de que las consideramos intrínsecamente buenas.
Para recoger felicidad hay que sembrar actos de bonhomía con nuestros semejantes, actos que no buscan el yo egoísta del“quiero ser feliz”.
La empresa, en todo caso, puede proveer de un ambiente de respeto, de consideración, y de reto, necesario en la concreción del talento. ¡Baste con eso! Pero ¿por qué emplear el término felicidad en un ámbito al que, en todo caso, le correspondería el de satisfacción?
Una organización, no puede apropiarse de un sentimiento que únicamente le concierne al individuo: su felicidad. La empresa, si quisiera, podría hacer rico a un empleado, pero feliz nunca (no posee felicidad con la que premiarle); podrá favorecer un ambiente enriquecedor, digno y respetuoso. Pero la felicidad, como vivencia singular que es, solo se encuentra al alcance de cada cual.