Uber anuncia que ha alcanzado los veinte mil conductores que utilizan la aplicación en la zona de la bahía de San Francisco (que
incluye no solo la ciudad, sino también San José, San Francisco y
Oakland, además de áreas urbanas y rurales más pequeñas), y se convierte de facto en uno de los mayores generadores de empleo de la región, pero mantiene que sus conductores no son empleados, sino asociados bajo la terminología “driver-partners”, que no conlleva una relación laboral y por tanto no implica obligaciones como seguros sociales, horas extras, vacaciones, etc.
El auge de este tipo de plataformas basadas en tecnología y de lo que se ha dado en llamar la freelance economy está
generando una importante discusión entre aquellos que la ven como un
aporte de liquidez y flexibilidad a las relaciones profesionales y los
que la entienden como una forma de posibilitar una renuncia a derechos y
beneficios de los trabajadores que costó muchos años conseguir. Las
posiciones varían de manera muy evidente cuando el tema se trata en
países como los Estados Unidos frente a cuando se discute en países
tradicionalmente más garantistas como los de la Unión Europea, y sin
duda se polarizan más aún cuando el ejemplo mencionado corresponde a una
compañía como Uber. Pero más allá de posiciones maximalistas, de
argumentos del tipo “vale todo” o de calificar como neoliberales
ultramontanos a quienes defienden esta progresiva – y evidente –
redefinición de las relaciones profesionales, conviene tratar de acotar
una discusión sin duda muy compleja y con consecuencias potencialmente
muy importantes.
Un 34% de los trabajadores norteamericanos son freelance,
un total de cincuenta y tres millones que incluyen desde personas con
trabajos regulares que llevan a cabo además esas otras tareas para
complementar sus ingresos, hasta trabajadores en régimen temporal. A lo
largo de la última década, ese porcentaje no ha parado de crecer. El
desarrollo de tecnologías que dan lugar a potenciales disrupciones de
las relaciones laborales clásicas va claramente en aumento, y ha
experimentado recientemente un enorme avance con la aparición de
empresas como Airbnb, Alibaba, Amazon y su “turco mecánico“, o la propia Uber. Una parte muy significativa de la llamada sharing economy ,
economía del compartir o consumo colaborativo se basa precisamente en
los llamados “ciclos ociosos”, en el uso de recursos que solo pueden ser
convertidos en valor económico cuando surgen plataformas tecnológicas
que lo permiten aportando una mayor flexibilidad.
Sobre el tejido económico al que da lugar, por ejemplo, el llamado Amazon Mechanical Turk, vi recientemente un cortometraje muy interesante en The NewYorker, “Turking for a living“,
que incide precisamente en muchas de estas cuestiones y en lo que
supone integrarse en una plataforma de puro trabajo a destajo en la que
la persona lleva típicamente a cabo muchísimas pequeñas tareas
repetitivas y potencialmente alienantes a cambio de pocos céntimos por
unidad
La
cuestión, por tanto, no está en discutir si esta disrupción de las
relaciones laborales es lícita, adecuada o deseable, sino más bien en
constatar que de manera efectiva ya está teniendo lugar, que tiene una
vuelta atrás compleja o imposible porque afecta a temas que van desde la
generación de empleo hasta la competitividad de los países, y que la
base de personas que hacen crecer esta situación está en constante y
elevado crecimiento a medida que las generaciones más jóvenes, que
perciben evidentes problemas de acceso al mercado laboral y perspectivas
muy duras en cuanto la evolución del desempleo juvenil, ven la
posibilidad de obtener un empleo o incluso de disfrutar de un mayor
nivel de flexibilidad.
En
realidad, la discusión tiene que ver con la legitimidad con la que se
puede exigir a una parte de la población que supuestamente renuncie a
unas posibilidades de generación de empleo que, a pesar de estar
sensiblemente precarizado con respecto al estándar que considerábamos
aceptable, es susceptible de proporcionar no solo unos ingresos a quien
no los tiene, sino también unas condiciones de flexibilidad que muchos
ven como una posible ventaja.
Para
hacer una evaluación adecuada de la discusión, por tanto, no basta con
tomar la situación considerada de manera estacionaria como un balance
entre empleo tradicional frente a economía freelance con
empleo precarizado y sin beneficios sociales de ningún tipo, sino
considerar más bien una situación dinámica en la que la evolución
constante y rápida del escenario tecnológico nos lleva a situaciones de
sustitución de trabajadores por máquinas y de cambios en la
consideración del trabajo como elemento central de la vida y la dignidad
de la persona. Una discusión, por tanto, con muchísimo más calado y
consecuencias de lo que originalmente parece, en la que todo indica que
el error tanto de sociólogos como de economistas ha estado precisamente
en subestimar dramáticamente el potencial de la tecnología. Para bien… o
para mal, según quién y desde qué óptica lo mire. E.Dans