jueves, 16 de abril de 2015

La inminente (y compleja) discusión sobre la naturaleza del trabajo

IMAGE: Rafał Olechowski - 123RFUber anuncia que ha alcanzado los veinte mil conductores que utilizan la aplicación en la zona de la bahía de San Francisco (que incluye no solo la ciudad, sino también San José, San Francisco y Oakland, además de áreas urbanas y rurales más pequeñas), y se convierte de facto en uno de los mayores generadores de empleo de la región, pero mantiene que sus conductores no son empleados, sino asociados bajo la terminología “driver-partners”, que no conlleva una relación laboral y por tanto no implica obligaciones como seguros sociales, horas extras, vacaciones, etc.
El auge de este tipo de plataformas basadas en tecnología y de lo que se ha dado en llamar la freelance economy está generando una importante discusión entre aquellos que la ven como un aporte de liquidez y flexibilidad a las relaciones profesionales y los que la entienden como una forma de posibilitar una renuncia a derechos y beneficios de los trabajadores que costó muchos años conseguir. Las posiciones varían de manera muy evidente cuando el tema se trata en países como los Estados Unidos frente a cuando se discute en países tradicionalmente más garantistas como los de la Unión Europea, y sin duda se polarizan más aún cuando el ejemplo mencionado corresponde a una compañía como Uber. Pero más allá de posiciones maximalistas, de argumentos del tipo “vale todo” o de calificar como neoliberales ultramontanos a quienes defienden esta progresiva – y evidente – redefinición de las relaciones profesionales, conviene tratar de acotar una discusión sin duda muy compleja y con consecuencias potencialmente muy importantes.
Un 34% de los trabajadores norteamericanos son freelance, un total de cincuenta y tres millones que incluyen desde personas con trabajos regulares que llevan a cabo además esas otras tareas para complementar sus ingresos, hasta trabajadores en régimen temporal. A lo largo de la última década, ese porcentaje no ha parado de crecer. El desarrollo de tecnologías que dan lugar a potenciales disrupciones de las relaciones laborales clásicas va claramente en aumento, y ha experimentado recientemente un enorme avance con la aparición de empresas como Airbnb, Alibaba, Amazon y su “turco mecánico“, o la propia Uber. Una parte muy significativa de la llamada sharing economy , economía del compartir o consumo colaborativo se basa precisamente en los llamados “ciclos ociosos”, en el uso de recursos que solo pueden ser convertidos en valor económico cuando surgen plataformas tecnológicas que lo permiten aportando una mayor flexibilidad.
Sobre el tejido económico al que da lugar, por ejemplo, el llamado Amazon Mechanical Turk, vi recientemente un cortometraje muy interesante en The NewYorker, Turking for a living, que incide precisamente en muchas de estas cuestiones y en lo que supone integrarse en una plataforma de puro trabajo a destajo en la que la persona lleva típicamente a cabo muchísimas pequeñas tareas repetitivas y potencialmente alienantes a cambio de pocos céntimos por unidad


La cuestión, por tanto, no está en discutir si esta disrupción de las relaciones laborales es lícita, adecuada o deseable, sino más bien en constatar que de manera efectiva ya está teniendo lugar, que tiene una vuelta atrás compleja o imposible porque afecta a temas que van desde la generación de empleo hasta la competitividad de los países, y que la base de personas que hacen crecer esta situación está en constante y elevado crecimiento a medida que las generaciones más jóvenes, que perciben evidentes problemas de acceso al mercado laboral y perspectivas muy duras en cuanto la evolución del desempleo juvenil, ven la posibilidad de obtener un empleo o incluso de disfrutar de un mayor nivel de flexibilidad.
En realidad, la discusión tiene que ver con la legitimidad con la que se puede exigir a una parte de la población que supuestamente renuncie a unas posibilidades de generación de empleo que, a pesar de estar sensiblemente precarizado con respecto al estándar que considerábamos aceptable, es susceptible de proporcionar no solo unos ingresos a quien no los tiene, sino también unas condiciones de flexibilidad que muchos ven como una posible ventaja.
Para hacer una evaluación adecuada de la discusión, por tanto, no basta con tomar la situación considerada de manera estacionaria como un balance entre empleo tradicional frente a economía freelance con empleo precarizado y sin beneficios sociales de ningún tipo, sino considerar más bien una situación dinámica en la que la evolución constante y rápida del escenario tecnológico nos lleva a situaciones de sustitución de trabajadores por máquinas y de cambios en la consideración del trabajo como elemento central de la vida y la dignidad de la persona. Una discusión, por tanto, con muchísimo más calado y consecuencias de lo que originalmente parece, en la que todo indica que el error tanto de sociólogos como de economistas ha estado precisamente en subestimar dramáticamente el potencial de la tecnología. Para bien… o para mal, según quién y desde qué óptica lo mire.  E.Dans
 

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