El precio de las licencias de taxi, que llegó en su momento a alcanzar hasta un millón de dólares en ciudades como Nueva York, se desploma en los Estados Unidos debido fundamentalmente al crecimiento de servicios como Uber o Lyft, con todo lo que ello conlleva para quienes en su momento decidieron acometer la inversión para hacerse con una.
¿Supone eso algún tipo de problema para los usuarios, más riesgos o un nivel de servicio peor? La respuesta es muy sencilla: no. Posiblemente, lo contrario. Tras varios días moviéndome en una ciudad norteamericana, es impresionante comprobar el nivel de liquidez en los servicios de transporte que se alcanza cuando este tipo de servicios funcionan a pleno rendimiento.
Es raro que, tras solicitar el servicio en la aplicación, este se demore más de dos o tres minutos en llegar. Si hay algún problema o duda en la identificación del lugar de recogida, el contacto vía telefónica con el conductor es sencillo e inmediato. Por el momento me han ofrecido detalles que van desde una botella de agua hasta donuts, pasando por chicles y caramelos (un conductor comentó que sentía que su coche parecía un quiosco con la cantidad de opciones que llevaba para ofrecer a los viajeros :-) La atención, de todo tipo: en algunos casos con un cierto “exceso de celo comunicativo”, probablemente más debido a un intento de agradar que a otra cosa, pero en general, bien. El nivel de servicio parece claramente superior cuando los conductores están sujetos a un sistema de evaluación que penaliza clarísimamente el mal servicio. El que una evaluación baja conlleve una llamada de control y una petición de explicaciones, y una media por debajo de cuatro estrellas haga que te quedes fuera, supone una presión muy importante, y redunda en un nivel de servicio habitualmente bueno.
El uso de servicios como Uber o Lyft parece completamente aceptado e integrado en la mecánica de la ciudad. Todo el mundo, desde tus amigos hasta los conserjes de los hoteles, lo tiene perfectamente en la cabeza, y generalmente piensa en ello y lo propone ya como una primera opción. Bien es cierto que la situación de partida en este mercado era diferente a la de otros: la mayoría de los taxistas eran contratados de compañías que adquirían las licencias y las subarrendaban, no autónomos que asumían el coste de la licencia y trataban de amortizarla a lo largo de años de actividad.
¿El precio? En una ocasión, cuando en el viaje de ida pagué en torno a doce dólares, decidí tomar de vuelta un taxi amarillo convencional que pasaba por allí al ver el anuncio de un surge pricing de 1.2x en Uber… para encontrarme con que terminaba pagando veintiocho dólares por el mismo trayecto a la inversa. No sé si Uber o Lyft siempre resultan ser la opción más barata, pero tampoco es lo que busco en ese servicio, porque factores como la comodidad a la hora de solicitar el servicio, el ver venir el vehículo en el mapa o el no tener que manejar dinero y pagarlo todo directamente con las tarjetas de crédito incluidas en la aplicación es suficiente como para decidirme. Si no fuera por cuestiones como las propinas en los hoteles, podría pasarme una semana viviendo aquí sin necesidad de llevar billetes en el bolsillo, simplemente con el smartphone y las tarjetas. Impagable – nunca mejor dicho.
No todo es perfecto, por supuesto. En una ocasión, un conductor especialmente torpe tardó casi diez minutos en localizar el punto de recogida, a pesar de ser particularmente claro y específico en las instrucciones. En otra, un conductor anuló la recogida “sospechosamente” tres minutos antes del anuncio de un surge pricing. Y en otra, el asiento de atrás del vehículo tenía inequívocas muestras de ser el lugar habitual donde viajaban niños pequeños. Pero en general, el resultado neto es, básicamente, el de ciudades más cómodas a la hora de desplazarse por ellas. Pasar de un servicio regulado y ejercido a través de un sistema de licencias a otro llevado a cabo por conductores que deciden por su cuenta cuando salir con sus automóviles particulares a ofrecer el servicio parece haber generado un resultado neto claramente positivo para el usuario, además de un mercado de trabajo más flexible para que un número más elevado de personas puedan tener opciones para obtener ingresos o complementarlos.
Esta transición es, a todas luces, inevitable. Se podrá intentar retrasar, pero va a tener lugar sin duda. La visión que supuestamente Travis Kalanick tuvo aquella noche de diciembre de 2008 en París tras tratar de conseguir infructuosamente un taxi durante una nevada se ha realizado: desplazarse hoy en una ciudad es mucho más sencillo y agradable que antes. Y por supuesto, la visión va mucho, mucho más allá que simplemente competir con los taxis… E,Dans