Las noticias del día vienen cargadas de cuestiones relacionadas de una u otra manera con la cibervigilancia, con el control de lo que hacemos en la red (y fuera de ella, en algunos casos) para establecer sistemas de monitorización de cara a fines que van desde lo más puramente comercial – administrarnos publicidad más eficiente – a temas más centrados en la prevención del terrorismo o el control social. Me ha parecido que podría ser un ejercicio interesante tratar de analizar esa serie de noticias, repito, obtenidas todas del día de hoy, y reflexionar sobre sus similitudes y diferencias.
Comienzo con una noticia que me ha llamado bastante la atención, en línea con una entrada reciente sobre el tema: Apple trabaja en alianzas con equipos de investigación norteamericanos que permitan a participantes en su aplicación ResearchKit obtener análisis de su ADN, para poder combinarlos con lecturas de datos obtenidas de los sensores de sus iPhone o sus Apple Watch y avanzar en la obtención de resultados de investigación. En primera lectura, es una de esas noticias inquietantes, un aparente preludio de un Gattaca distópico en el que una empresa conoce nuestra información genética y la utiliza para misteriosos fines. Pero en la práctica, es otra cosa: por un lado, porque tiene como contexto la lapidaria carta de Tim Cook sobre el compromiso de Apple con la privacidad, en virtud de la cual niegan datos y claves de cifrado al mismísimo gobierno de los Estados Unidos. Y por otro, porque lo encuadran en un modelo, el de ResearchKit, en el que los fines, la investigación y el avance de la ciencia médica, se convierten en algo que tiende, para muchos usuarios, a justificar los medios: la investigación médica ha sido ya de por sí siempre muy cuidadosa a la hora de ofrecer garantías sobre todo lo relacionado con la privacidad, y la posibilidad de sentirse eventualmente parte de una contribución a un descubrimiento que termine salvando vidas, como bien dice en su página: “ahora, todos podemos contribuir al avance de la ciencia médica”. El caso es que, lo analicemos como lo analicemos, hablamos de algo que, aunque suene agresivo, es rigurosamente opt-in y que ofrece total libertad al usuario.
Segundo caso: Facebook e IBM se alían para ofrecer anuncios personalizados. Más poder computacional y máquinas que aprenden de nuestro comportamiento y navegación para tratar de incrementar las veces en las que hacemos clic en la publicidad que nos ponen delante del ratón. De nuevo, movimiento agresivo, escalada tecnológica, y dos grupos de usuarios: los que lo ven como una ventaja, “prefiero ver anuncios que me puedan interesar”, y los que se sienten vigilados y ven en ello una especie de gran hermano que los segmenta y caracteriza hasta el límite. Facebook sabe quien eres, qué te gusta, por qué páginas te mueves, dónde estás… etc. Vale, perfecto… pero eventualmente, hasta podría dejar de usar Facebook. O utilizar un bloqueador de publicidad. De nuevo, el supuesto “peligro” se conjura con métodos razonablemente accesibles.
Tercero: apps en Android que secretamente conectan con sitios para monitorizar datos del usuario y con servidores de publicidad. El viejo adagio de “si no pagas por el servicio, no eres el cliente, sino el producto”. Todas esas apps tan útiles, interesantes o divertidas, todas ellas gratis… ¿estaban ahí porque habían descubierto el placer de trabajar gratis? Aquí añadimos al hecho de la vigilancia y la monitorización, un factor adicional: lo hago, pero además no lo digo, lo oculto, intento engañar al usuario. Una vez más: preocupante, pero todo se reduce, dado que tratar de bloquear los anuncios en el smartphone, aunque posible, resulta algo más farragoso, a dejar de utilizar la app en cuestión. El usuario mantiene al menos un cierto nivel de control, un derecho a decir no.
Pero en los siguientes casos, la cuestión ya se complica: China refuerza los ya de por sí estrictos controles sobre internet. Aquí, si vives en China y quieres publicar contenido en la red, la cosa ya tiene difícil arreglo. Te pongas como te pongas, esto te afecta, y puedes terminar, en el mejor de los casos, con tu página cerrada – en el peor, dando con tus huesos en la cárcel. Pero si esto nos parece preocupante, podemos ver que no hace falta irse a China: en los Estados Unidos vemos cómo la NSA, hace más de diez años, creó tecnología propia dedicada a hacer una transcripción automática de conversaciones telefónicas para su posterior búsqueda, una especie de “Google for voice” que le permite monitorizar automáticamente miles de conversaciones y lanzar la señal de alarma para iniciar procesos manuales cuando confluyan ciertas circunstancias. Añadamos que, también noticia de hoy, un tribunal de apelación ha estimado que el seguimiento no autorizado por un juez de teléfonos móviles no constituye una prueba ilegal, y que el Departamento de Justicia ha revelado datos sobre cómo lleva a cabo el seguimiento de teléfonos móviles desde dispositivos de tipo Stingray (que simulan torres telefónicas para captar datos de los teléfonos situados en su área de influencia, y de los que se ha abusado ampliamente en el pasado) o directamente desde aeroplanos en vuelo.
¿Nos vamos haciendo a la idea? Un mundo en el que a la presión de las empresas privadas para trabajar con nuestros datos personales más íntimos, incluidos todos nuestros hábitos y nuestro material genético, se unen cada vez más gobiernos desplegando un armamento tecnológico que, sinceramente, pone los pelos de punta. Y no metamos todo en el mismo epígrafe, no hablemos de la cibervigilancia o la pérdida de privacidad como un todo homogéneo: algo siniestro y obsceno tiene lugar cuando la vigilancia y la monitorización pasa de ser una práctica con motivación científica, a tener una puramente económica, y finalmente, a ser algo administrado desde el Estado y sin capacidad de elección para el ciudadano.
Pues es en ese contexto donde, última noticia que quería comentar hoy y la más cercana geográficamente, el gobierno francés decide cambiar de bando, y pasar del relativamente respetuoso contexto europeo de defensa de la privacidad y los derechos del ciudadano a uno más propio de países como China o los Estados Unidos: el Parlamento francés aprueba una ley que permite espiar cualquier tipo de comunicación de cualquier ciudadano francés o extranjero, mediante prácticamente cualquier tecnología o método, y prácticamente sin supervisión judicial. Culpemos al yihadismo, a los atentados del pasado enero o al clima de tensión reinante, pero la verdad es la que es: una parte muy significativa de la vieja Europa ya ha caído, y ya no podemos leer las noticias con la misma relativa distancia con la que las leíamos hasta ahora. Ahora,ya están aquí. E.Dans