Unos
días en los Estados Unidos me están sirviendo para comprobar la
dialéctica de la nueva discusión sobre la naturaleza de internet, y me
resulta bastante preocupante. En realidad, no tendría por qué haberme
venido hasta aquí para ello, porque está ocurriendo en casi todas
partes: una forma mucho más sibilina, casi “populista” de acabar con la
red tal y como la conocemos, otorgándole un aspecto de amigabilidad, de
ventaja para el cliente, de “detalle que tu operadora tiene contigo para
que disfrutes mejor de tu contrato”, casi una “oferta que no se puede
rechazar”.
En
el contrato de la operadora con la que estoy disfrutando de
conectividad ahora mismo en los Estados Unidos se incluye el servicio
ilimitado de Pandora, de manera que los bits que consuma de esa aplicación para escuchar música no cuentan de cara a los límites de mi contrato.
Básicamente, puedo dedicarme a escuchar música todo el tiempo, sin
tener miedo a consumir mi tarifa contratada. Contratos de este tipo
están cada vez más extendidos, mediante fórmulas de todo tipo que
incluyen desde redes sociales hasta otros servicios de marcada
popularidad. En chile ese vivió esta discusión con la oferta de “redes sociales gratuitas” de algunas operadoras, en España la hemos visto con Zerolímites,
la oferta de Tuenti que permitía seguir usando la red social incluso
cuando los límites del contrato se habían superado. Sin duda, un tema
que se está generalizando a gran velocidad.
Resulta
difícil pensar que un cliente diga que no a algo así, y más aún que lo
haga pretendiendo con ello defender un concepto aparentemente
“abstracto” o “amplio” como el de la neutralidad de la red. Prohibir
este tipo de contratos “bonificados” sería algo complicado, que
posiblemente provocaría las quejas de los usuarios. En algunos casos,
como el de servicios de ofrecen gratuidad o una tarifa especialmente
accesible, la discusión podría incluso ser del tipo “mejor que esos
usuarios tengan acceso a algo, aunque ello restrinja su capacidad de
elegir, porque eso al menos los cambia de lado en el llamado digital divide“.
Cuando
los conceptos generales o colectivos son enfrentados con el disfrute
individual cortoplacista, parece que la naturaleza de las discusiones
cambia. Pero no, no es así. La naturaleza de la discusión sigue siendo
la misma: operadoras que se sienten con libertad para cerrar contratos
con determinadas empresas que proveen servicios en internet, para
ofrecerles una vía privilegiada, ya no en términos de velocidad de
acceso – ya pocos parecen discutir aquello de “los bits son creados
iguales” – sino en términos de coste. Si consumes de aquí, no lo tendré
en cuenta en los límites de tu contrato.
Una
posición que, de nuevo, permite a las operadoras situarse como
auténticos “guardianes de internet”: si quieres que tu servicio llegue a
muchos clientes, pacta unas condiciones conmigo y lo incluiré en mis
contratos. A medio y largo plazo, el resultado es el mismo: la operadora
privilegia un servicio frente a otros a cambio de un dinero. Si quieres
competir con ese servicio, lo vas a tener complicado, porque carecerás
completamente de margen para ello. No imposible, podrías crear un
servicio que los usuarios percibiesen como mejor, pero tendría que
competir con algo que ya viene incluido en el contrato y no te lleva a
temer quedarte sin ancho de banda a mediados de mes si lo consumes.
El
problema está en el cambio de papel de la operadora: este tipo de
contratos son de nuevo el intento de las operadoras de aspirar a un
papel que vaya más allá de ser una “dumb pipe“, una “tubería tonta” que simplemente transmite lo que alguien contrata. Por supuesto, la posición de “dumb pipe”,
de servicio completamente comoditizado, no es apetecible para las
operadoras, porque reduce su capacidad competitiva. Ellas prefieren
poder sentarse en un lugar que les permita repartir privilegios,
credenciales de acceso a sus cables, y cobrar convenientemente por
ellos. Llevado el símil al sector eléctrico, sería como que si te
compras una lavadora de marca X, su consumo de electricidad no estará
incluido en la factura: de entrada, pocos dirían que no. Pero a medio
plazo, no es difícil ver a dónde lleva esto: al distorsionar la
competencia, el resto de los fabricantes de lavadoras no podrían
competir con X, terminaríamos en un escenario de menor competencia, y
los consumidores acabarían por tener menos opciones (podemos incluso
especular con que la compañía eléctrica promocionase su propio modelo de
lavadora y terminase por controlar también el negocio de los
electrodomésticos).
No es la única amenaza. Ahora, las operadoras amenazan con filtrar la publicidad en sus contratos móviles,
para aparente regocijo de unos usuarios que sueñan con conexiones no
interrumpidas por molestos formatos intrusivos. Genial, suena de
maravilla. Pero una vez que autorizamos a la operadora a eliminar
determinados bits de lo que circula entre una página y nuestro terminal,
¿quién va a evitar que no se dediquen a filtrar otros bits, en función
de sus intereses comerciales o de otros incluso más siniestros? En el
momento en que la operadora pasa de ser una “tubería tonta” y pretende
hacerse más lista, la naturaleza de internet sufre, la libertad
competitiva que lo llevó a convertirse en lo que hoy tenemos desaparece,
y las operadoras se ponen en la posición de repartir licencias a
quienes ellas estimen oportuno. Un peligro mucho más real y más directo
que la vieja discusión sobre si podían o no privilegiar la velocidad de
determinados servicios ( o mejor, penalizar la de otros).
La
nueva discusión sobre la neutralidad de la red viene expresada en otros
términos, pero es esencialmente lo mismo. El mismo peligro, la misma
amenaza. Vestida de seda, pero amenaza al fin y al cabo. Y va a ser
mucho más difícil de detener. E.Dans