martes, 19 de mayo de 2015

La “nueva” discusión sobre la naturaleza de internet

Pandora music free - T-Mobile
Unos días en los Estados Unidos me están sirviendo para comprobar la dialéctica de la nueva discusión sobre la naturaleza de internet, y me resulta bastante preocupante. En realidad, no tendría por qué haberme venido hasta aquí para ello, porque está ocurriendo en casi todas partes: una forma mucho más sibilina, casi “populista” de acabar con la red tal y como la conocemos, otorgándole un aspecto de amigabilidad, de ventaja para el cliente, de “detalle que tu operadora tiene contigo para que disfrutes mejor de tu contrato”, casi una “oferta que no se puede rechazar”.
En el contrato de la operadora con la que estoy disfrutando de conectividad ahora mismo en los Estados Unidos se incluye el servicio ilimitado de Pandora, de manera que los bits que consuma de esa aplicación para escuchar música no cuentan de cara a los límites de mi contrato. Básicamente, puedo dedicarme a escuchar música todo el tiempo, sin tener miedo a consumir mi tarifa contratada. Contratos de este tipo están cada vez más extendidos, mediante fórmulas de todo tipo que incluyen desde redes sociales hasta otros servicios de marcada popularidad. En chile ese vivió esta discusión con la oferta de “redes sociales gratuitas” de algunas operadoras, en España la hemos visto con Zerolímites, la oferta de Tuenti que permitía seguir usando la red social incluso cuando los límites del contrato se habían superado. Sin duda, un tema que se está generalizando a gran velocidad.
Resulta difícil pensar que un cliente diga que no a algo así, y más aún que lo haga pretendiendo con ello defender un concepto aparentemente “abstracto” o “amplio” como el de la neutralidad de la red. Prohibir este tipo de contratos “bonificados” sería algo complicado, que posiblemente provocaría las quejas de los usuarios. En algunos casos, como el de servicios de ofrecen gratuidad o una tarifa especialmente accesible, la discusión podría incluso ser del tipo “mejor que esos usuarios tengan acceso a algo, aunque ello restrinja su capacidad de elegir, porque eso al menos los cambia de lado en el llamado digital divide“.
Cuando los conceptos generales o colectivos son enfrentados con el disfrute individual cortoplacista, parece que la naturaleza de las discusiones cambia. Pero no, no es así. La naturaleza de la discusión sigue siendo la misma: operadoras que se sienten con libertad para cerrar contratos con determinadas empresas que proveen servicios en internet, para ofrecerles una vía privilegiada, ya no en términos de velocidad de acceso – ya pocos parecen discutir aquello de “los bits son creados iguales” – sino en términos de coste. Si consumes de aquí, no lo tendré en cuenta en los límites de tu contrato.
Una posición que, de nuevo, permite a las operadoras situarse como auténticos “guardianes de internet”: si quieres que tu servicio llegue a muchos clientes, pacta unas condiciones conmigo y lo incluiré en mis contratos. A medio y largo plazo, el resultado es el mismo: la operadora privilegia un servicio frente a otros a cambio de un dinero. Si quieres competir con ese servicio, lo vas a tener complicado, porque carecerás completamente de margen para ello. No imposible, podrías crear un servicio que los usuarios percibiesen como mejor, pero tendría que competir con algo que ya viene incluido en el contrato y no te lleva a temer quedarte sin ancho de banda a mediados de mes si lo consumes.
El problema está en el cambio de papel de la operadora: este tipo de contratos son de nuevo el intento de las operadoras de aspirar a un papel que vaya más allá de ser una dumb pipe, una “tubería tonta” que simplemente transmite lo que alguien contrata. Por supuesto, la posición de “dumb pipe”, de servicio completamente comoditizado, no es apetecible para las operadoras, porque reduce su capacidad competitiva. Ellas prefieren poder sentarse en un lugar que les permita repartir privilegios, credenciales de acceso a sus cables, y cobrar convenientemente por ellos. Llevado el símil al sector eléctrico, sería como que si te compras una lavadora de marca X, su consumo de electricidad no estará incluido en la factura: de entrada, pocos dirían que no. Pero a medio plazo, no es difícil ver a dónde lleva esto: al distorsionar la competencia, el resto de los fabricantes de lavadoras no podrían competir con X, terminaríamos en un escenario de menor competencia, y los consumidores acabarían por tener menos opciones (podemos incluso especular con que la compañía eléctrica promocionase su propio modelo de lavadora y terminase por controlar también el negocio de los electrodomésticos).
No es la única amenaza. Ahora, las operadoras amenazan con filtrar la publicidad en sus contratos móviles, para aparente regocijo de unos usuarios que sueñan con conexiones no interrumpidas por molestos formatos intrusivos. Genial, suena de maravilla. Pero una vez que autorizamos a la operadora a eliminar determinados bits de lo que circula entre una página y nuestro terminal, ¿quién va a evitar que no se dediquen a filtrar otros bits, en función de sus intereses comerciales o de otros incluso más siniestros? En el momento en que la operadora pasa de ser una “tubería tonta” y pretende hacerse más lista, la naturaleza de internet sufre, la libertad competitiva que lo llevó a convertirse en lo que hoy tenemos desaparece, y las operadoras se ponen en la posición de repartir licencias a quienes ellas estimen oportuno. Un peligro mucho más real y más directo que la vieja discusión sobre si podían o no privilegiar la velocidad de determinados servicios ( o mejor, penalizar la de otros).
La nueva discusión sobre la neutralidad de la red viene expresada en otros términos, pero es esencialmente lo mismo. El mismo peligro, la misma amenaza. Vestida de seda, pero amenaza al fin y al cabo. Y va a ser mucho más difícil de detener. E.Dans
 

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