miércoles, 5 de noviembre de 2014

Reflexionando sobre la web y los modelos de negocio: el caso de Ello

Ello logoEllo es una red social, como mínimo, enigmática. Supimos de ella a finales del pasado mes de octubre, aunque llevaba en pruebas desde marzo: definida por oposición como “el anti-Facebook“, con un manifiesto que afirmaba que los usuarios no deben ser productos que vender a los anunciantes, y con un esquema de prueba por invitación que estaba atrayendo, en determinados momentos, más de veintisiete mil solicitudes a la hora.
En los comienzos, una pequeña inversión de $450.000, que llevó a algunos a afirmar que sus promesas eran falsas, porque una vez que vendías tu negocio a un inversor, estabas vinculado al momento en que este decidiese hacer su salida y venderte para hacer negocio de la manera que fuera. Ante estas afirmaciones, Ello dio un paso más, y además de afirmar que a pesar de tener dinero de terceros eran libres para hacer lo que quisieran, lo demostró anunciando su transformación societaria en una Public-Benefit Corporation (PBC), un proceso con el que trata de asegurar que, pase lo que pase en el futuro y sea cual sea el propietario de la red más adelante, ésta nunca tendrá publicidad ni comercializará los datos de sus usuarios.
Obviamente, es muy pronto aún para hablar del éxito de Ello. Este tipo de planes se han encontrado en muchas ocasiones con comienzos fulgurantes, que con posterioridad se demuestran estériles, y terminan convertidos en páramos sombríos y sin actividad alguna, víctimas del llamado “efecto red“. Especular ahora sobre si Ello va a ser un éxito o un fracaso equivale poco menos que a sacar la bola de cristal, y no conduce a nada especialmente productivo. Sin embargo, sí me parece muy interesante reflexionar sobre la tendencia que marca, y especialmente, sobre el hecho de que la transformación de Ello en PBC, que cierra de manera prácticamente definitiva su posible aprovechamiento publicitario o vinculado a la explotación de los datos de sus usuarios, no haya detenido a los inversores, que a pesar de ello han decidido poner encima de la mesa ya más de cinco millones y medio de dólares.
¿Cuál es el modelo de negocio que los propietarios de Ello tienen pensado para su creación y que los inversores parecen comprar sin demasiados problemas? Mientras los fundadores hablan de posibles modelos freemium basados en el pago de los usuarios por determinadas funciones, la reflexión que surge es inmediata: ¿estarán esos usuarios dispuestos a pagar por unas prestaciones de red social que pueden encontrar gratis y sujetas a un efecto red considerablemente mayor en otros sitios? ¿En cuánto exactamente valoramos nuestra privacidad? ¿Resulta la publicidad en las redes sociales tradicionales suficientemente molesta como para que los usuarios se planteen irse a otro sitio? ¿Afecta esto por igual a todos los niveles de la pirámide demográfica, o son los jóvenes mucho más sensibles y de ahí su éxodo masivo hacia redes como Instagram o Snapchat?
Tradicionalmente, se ha considerado que la ausencia de un modelo de negocio expresado como tal no tenía por qué ser un problema para el futuro desarrollo de una compañía. Google, Twitter y muchas otras nacieron y se desarrollaron sin un modelo de negocio claro: mientras la primera pretendía vivir del uso de su caja de búsqueda en páginas de terceros (y no “encontró” la publicidad contextual hasta que robó la idea de un tercero, GoTo.com, lo que la llevó a tener que negociar una licencia perpetua con su ulterior propietario, Yahoo!), la segunda directamente decía que no tenía modelo de negocio, y que estaban a la espera de que surgiese uno que valiese la pena.
Con el tiempo, hemos dado un paso más: Ello no solo no tiene modelo de negocio expresado como tal, sino que además, cierra expresa e inequívocamente la puerta a determinados esquemas, lo que riza el rizo de la dificultad. Pero el esquema general sigue siendo el mismo: si eres capaz de construir algo que un número suficientemente grande de usuarios aprecien lo suficiente, tu negocio será viable. Una reflexión que me lleva a elevar la vista hacia la barra superior de mi navegador, y mirar con detenimiento todas las pestañas que tengo abiertas en ella, en busca de evidencias de este tipo. Soy una persona metódica, que tiende a tener siempre abiertas las mismas pestañas en la ventana principal del navegador, así que veamos por orden:
  • Feedly: para leer las noticias, un servicio por el que, efectivamente, he pagado una suscripción premium.
  • StatCounter: estadísticas, también pago una suscripción premium para incrementar mi log y tener más visibilidad. Sigo haciéndolo a pesar de que cuento con Google Analytics, convertida ya en un auténtico estándar, en parte por costumbre y en parte por mantener mi registro de visitas de antes de que existiese Google Analytics.
  • Google Analytics: es gratis, y plantea su modelo premium con niveles de precio enfocados claramente al mercado corporativo, que nunca podría plantearme pagar.
  • WordPress: no pago expresamente por WordPress, pero sí por prestaciones como su filtro anti-spam, o por cuestiones relacionadas como los dominios que uso, etc.
  • Gmail y Google Calendar: no pago directamente por ello, aunque me he planteado hacerlo, sobre todo vinculado con el uso de otras herramientas relacionadas, como Google Docs. Sí pago por espacio extra de almacenamiento.
  • Facebook: no pago… ¿pagaría? Sinceramente, no lo sé.
  • Google+: no pago, y si lo hiciese, sería por prestaciones accesorias como los indispensables hangouts.
  • Twitter: no pago… ¿pagaría? Suponiendo un precio razonable, sin duda.
Un ejercicio que, más allá de mi propensión a pagar y de si soy representativo como usuario medio, me parece interesante: en efecto, parece que existe una tendencia a pagar por aquellos servicios que valoramos. ¿Me plantearía pagar por una red social en la que no recibiese publicidad, en la que mi privacidad estuviese asegurada, y en la que sintiese que tengo libertad para compartir los contenidos que estime oportunos, sin que venga “la autoridad competente” a discutirme si se ve o no se ve un pezón, o si mi nombre es realmente mi nombre? Creo que sí. Es más… empiezo a pensar que lo preferiría. Después de todo, navego por sitios como Facebook no solo con un bloqueador de publicidad activado, sino también con una herramienta, DoNotTrackMe, que intenta proteger en la medida de lo posible mi privacidad – sí, ya sé que “en la medida de lo posible” no quiere decir que ésta esté ni mucho menos completamente protegida… pero demuestra una indudable inquietud por el tema.
No tengo ni idea de cómo le irá a Ello en el futuro. Pero sí empiezo a tener cada día más claro que estamos viviendo un cambio de tendencia en la web. Y que a algunos les está costando enterarse.  E.Dans
 

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