Estos días más que nunca, los anuncios de televisión te
persuaden para comprar el último perfume de Dior, el vídeo-juego
FIFA 2015 o unas Ray-Ban. Sales a la calle a buscar el mejor
regalo para tu esposa, madre, hijo o nieto. Aquello que más ilusión podría
hacerle, es un deseo sincero, manipulado por el consumismo, pero es honesto y
verdadero, eso cuenta.
En ocasiones son más que objetos materiales, experiencias inolvidables, actos
de generosidad en forma objetos hechos a mano, pruebas de amor más allá del
dinero, sorpresas en forma de conciliación familiar o uno de los mejores regalos
que se puede hacer, el hijo o hija de vuelta en casa, sin esperarlo.
Buscas fuera la respuesta que tienes ahí dentro, tiempo, amor, dignidad,
honestidad y humanidad. Estás regalando dispositivos tecnológicos que lejos de
facilitar lo esencial, lo vuelven más complejo, en lugar de conectarte con las
personas, lo que hacen es desconectarte. Viajes a la Riviera Maya donde hasta el
cuando parar y tomar aliento está planificado. Relojes que te dicen en la hora
que vives, pero no como puedes vivirla mejor. Perfumes que desprenden un aroma
atrayente y seductor, pero que no logran camuflar tu ansiedad o frustración por
llevarte a una chica (la que sea) a la cama. Entregas objetos cuando lo que más
necesitan las personas de ti es tu calidez y tu compromiso.
Cuando vayas a hacer un regalo piensa primero en la persona que lo recibe,
cómo impactarla positivamente, podría ser una carta personal, un recuerdo de
cuando erais pequeños, verla más a menudo, hablar sobre aquello que podría estar
haciendo mal y nadie más se atreve a decírselo, apagar el smartphone cada noche
cuando llegas a casa a cenar, una imagen del mejor evento de vuestras vidas o un
reconocimiento por haberte hecho crecer.
El mejor regalo es el humano, en ocasiones incomprendido y poco valorado, al
principio. Isra Garcia
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