El reciente atentado en París contra Charlie Hebdo está
destapando de nuevo los peores fantasmas del recorte de libertades para
supuestamente obtener una teórica y falsa sensación de seguridad. Resulta
enormemente paradójico que se pretenda que un atentado llevado a cabo por
ciudadanos franceses dentro de Francia tenga como resultado restricciones y más
controles en los movimientos fronterizos dentro del espacio
Schengen: que
semejante medida sea solicitada por alguien como Marine Le
Pen entra dentro de lo esperable, pero que realmente algo así sea tomado en
serio o que se intente trasladar a un incremento de la censura y la vigilancia en la red resulta
demencial. La idea denota tanta falta de sentido común como lo que supone responder a un atentado contra la libertad de expresión aplicando
más vigilancia.
No, un atentado nunca puede ser una excusa para atacar las libertades
en la red. Pretensiones como la prohibición de toda herramienta de comunicación que no ofrezca
puertas traseras a las autoridades para la vigilancia son tan demenciales,
tan absurdas y tan potencialmente catastróficas, que únicamente indican una total falta de conocimientos sobre cómo funciona la
tecnología. La idea no solo es imposible – el uso de esas herramientas no
puede ser impedido, como si hablásemos de “objetos físicos” o de “sustancias”
que pueden controlarse en unas hipotéticas “fronteras” – sino que, además,
implica un enorme peligro para todos: las puertas traseras no solo sirven para
que entren por ellas aquellos que las solicitaron, sino que se convierten
indefectiblemente en oportunidades que otros pueden explotar, sea a partir de
información que obtienen mediante ingeniería inversa, mediante filtraciones de
ex-policías, o mediante otros métodos. La discusión es tan absurda que se creía
completamente superada hace mucho tiempo, pero ahí sigue, y muchos siguen
pensando que es algún tipo de solución para algo.
Las libertades tienen que ser consideradas como un camino sin retorno. Llegar
a tener una Europa sin fronteras y un respecto a derechos humanos tan básicos
como el secreto de las comunicaciones – que nunca ha llegado a estar
completamente protegido, y a pesar de eso, nunca ha servido para impedir
atentados – es algo que llevó muchos años y mucho sufrimiento conseguir. Que
cada vez que haya un evento luctuoso aparezca un grupo de iluminados clamando
por la suspensión de esas libertades resulta agotador, insufrible: esa opción
debería ser sencillamente considerarse extirpada del discurso público. Está
completa y fehacientemente demostrado que más vigilancia no implica más
seguridad. Cuando se incrementa la vigilancia, los que lo sufren son los
ciudadanos. Los criminales, sencillamente, recurren a otros medios de
comunicación, y no existe tecnología capaz de interceptar o controlar todos los
medios que la tecnología es capaz de producir.
La vigilancia masiva nunca ha servido y nunca servirá para obtener más
seguridad. Es únicamente una ilusión que algunos pretenden vender para así
justificar otras cuestiones que sí les favorecen. Cada vez que haya un atentado,
cada vez que surja una oportunidad de explotar el miedo colectivo, estos
oportunistas volverán a aparecer reclamando el recorte de las libertades en aras
de una supuesta seguridad, seguridad que esos recortes no podrían en realidad
ofrecernos. Es fundamental que como sociedad aprendamos a responder ante esos
farsantes, porque en cada uno de estos envites nos jugamos mucho.
Podemos discutir mucho sobre los límites de la libertad de expresión. Se
trata de un asunto sin duda complejo: la práctica totalidad de los que afirman
estar dispuestos a protegerla hasta el límite tienen dificultades a la hora de
aplicarse ese razonamiento a sí mismos. Ver a un presidente del gobierno español
que acaba de aprobar una “ley mordaza” participando en una manifestación en París a
favor de la libertad de expresión es tan absurdo y tan paradójico como ver a un Mark Zuckerberg cuya red social censura todo aquello que estima
oportuno sin marcar criterios claros financiando la próxima edición de Charlie Hebdo.
Las pretensiones de gobiernos europeos como el británico o el español deben
recibir la contestación social oportuna: la absurda interpretación que algunos
pretenden hacer de la frase de Benjamin Franklin sobre la libertad y la seguridad
(“Those who would give up essential Liberty, to purchase a little temporary
Safety, deserve neither Liberty nor Safety”, o “Aquellos que renunciarían a
una libertad esencial para comprar un poco de seguridad momentánea, no merecen
ni libertad ni seguridad”) para pretender una falsa dicotomía entre libertad y
seguridad deben entender que no se trata de que libertad y seguridad sean
dicotómicas, sino de que la restricción de la libertad NO SIRVE para obtener más
seguridad. No, la seguridad nunca nace de la restricción de la libertad. La
restricción de la libertad solo trae nuevas amenazas. Cuando alguien te diga
“tenemos que tener seguridad para poder tener libertad”, ponlo inmediatamente en
cuarentena: puedes estar completamente seguro de que pretende arrebatarte la
libertad por otras razones que poco tienen que ver con la seguridad. E.Dans
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