A finales de 2006, Microsoft puso en el mercado un
reproductor de MP3 llamado Zune. La idea era
competir con el iPod de Apple, un
dispositivo lanzado en 2001 que había redefinido completamente un mercado que
muchos consideraban maduro, con infinidad de fabricantes y márgenes muy bajos.
En el período que va desde octubre de 2001 hasta septiembre de 2012, Apple
vendió más de trescientos cincuenta millones de dispositivos.
El Zune deambuló tristemente por el mercado durante cinco años, hasta que en
octubre de 2011 se dejó de vender el dispositivo, y se cancelaron todos los
servicios relacionados con la marca en junio de 2012. Se use la métrica que se
quiera usar, fue un fracaso sin paliativos: un intento de “volver a redefinir lo
que otro ya había redefinido”, de pensar que se podía superar el producto de
otro gracias a… no se sabe exactamente qué. De la experiencia del Zune,
realmente, se puede salvar muy poco, es muy posible que nada: no alcanzo a
imaginar productos en los que Microsoft haya podido aplicar nada de la inversión
que llevó a cabo para diseñar, lanzar y comercializar ese producto. En todos los
sentidos, no fue una inversión, sino una pérdida, el fruto de un conjunto de muy
malas decisiones empresariales.
Varios años después, demostrando aquello de la incapacidad humana para
aprender de los errores, Microsoft repitió el proceso exactamente igual: tomando
como modelo otro producto de Apple, el iPad, lanzado en abril de 2010, que había
logrado redefinir completamente el tablet como categoría, vender más de
doscientos millones de unidades en sus sucesivas generaciones, y sostener en
gran medida la próspera cuenta de resultados de la compañía, Microsoft decidió
poner en el mercado el Surface, un tablet con el que pretendía mejorar la
experiencia iPad dotándolo de varias mejoras en el diseño que supuestamente
eliminaban limitaciones del dispositivo de Apple. El lanzamiento del
dispositivo tuvo lugar en octubre de 2012, más de dos años después del debut del
iPad, y de nuevo, nunca llegó a tener ningún tipo de tracción en el mercado.
Todos los intentos de la compañía por obtener una respuesta de mercado
mínimamente positiva, incluyendo fuertes rebajas o condiciones muy ventajosas
para ventas corporativas fueron un fracaso: el mercado siguió comprando iPads,
empezó a comprar tablets de otros fabricantes con Android… e ignoró
completamente el producto de Microsoft. Las ventas totales hasta el momento
rondan el millón y medio de dispositivos.
Algunas estimaciones cifran las pérdidas en las que la compañía ha
incurrido para diseñar, lanzar y comercializar el Surface en algo más de 1.700
millones de dólares, una cifra que, la miremos como la queramos mirar, es una cantidad importante incluso para una compañía con los
recursos de Microsoft. Mi experiencia con la tableta de Microsoft no fue
mala: me pareció una máquina con un diseño muy cuidado desde el punto de vista
de hardware, algo más pesada de lo que debería, pero sobre todo, con un
software mal diseñado, que obligaba a reaprender demasiadas cosas al usuario.
Por más que mi posición como profesor debería permitirme tener una cierta
perspectiva del desarrollo del mercado y de la adopción de dispositivos, nunca
logré ver Surfaces en mis clases más allá de los primeros dos que vi como
curiosidad nada más ser lanzado, y alguno más en manos de directivos de
Microsoft. Pero lo menos importante en este caso era mi opinión: cuando un
dispositivo es lanzado con tanto empeño por una compañía con los recursos de
Microsoft y se la pega en el mercado de una forma tan inapelable, poco se puede
decir a su favor. El mercado ha hablado.
El problema, ahora, es definir la línea entre inversión y pérdida. Surface, en
realidad, es ahora un proyecto que pertenece al pasado: puesto en el mercado por
un equipo directivo que corresponde a una etapa ya pasada de la compañía, la
nueva dirección puede perfectamente considerarlo “un error cometido por otros” y
relegarlo al ostracismo. Abandonar todo desarrollo, y sencillamente,
considerarlo un fracaso más, algo de lo que la compañía no va a poder extraer
prácticamente nada positivo. Sin embargo, en mayo de este año, Microsoft todavía
ha tenido la osadía de poner en el mercado la última interacción del Surface, el
Surface Pro 3, con más procesador, un soporte mejorado y… un lápiz. ¿Cuánto
tiempo invertido, cuánto dinero gastado y cuántas interacciones más del producto
necesita la compañía para definir como fracaso lo que para cualquiera es un
clamoroso fracaso?
¿Cuánto tiempo ha de pasar para que una compañía acepte un fracaso tan
inapelable y ponga fin a la aventura? ¿Qué enseñanzas pueden extraerse a nivel
corporativo de una experiencia así, con tantos elementos comunes con la que tuvo
lugar con el Zune? ¿Cómo encajar desde un punto de vista estratégico la
imposibilidad de hacerse un hueco en un mercado como el del tablet, que se ha
convertido en un dispositivo generalmente aceptado y en manos de usuarios de
todo tipo de perfiles, pero en el que Microsoft carece completamente de
presencia? ¿Van los smartphones por el mismo camino, o se convertirán
en la excepción, en el único mercado en el que la compañía, tras una entrada
tardía en un segmento que Apple en su momento redefinió, consigue posicionarse
de forma significativa? E,Dans
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