Es uno de esos temas a los que vuelvo de manera
recurrente, y en esta ocasión por una razón puramente académica: la democracia
no existe, y dos profesores norteamericanos, Martin Gilens
y Benjamin Page, se han preocupado de demostrarlo. En un estudio
longitudinal, “Testing theories of American politics: elites, interest groups,
and average citizens“, que recopila respuestas a encuestas públicas
entre los años 1981 y 2002, correlacionadas con los más de dos mil cambios
legislativos que sus respuestas conllevaban y el resultado final de los mismos
(si dichos cambios fueron adoptados o no), los autores comprueban claramente que
las élites económicas y los grupos organizados de interés tienen un
impacto sustancial en la política norteamericana, mientras que las iniciativas
populares y el ciudadano medio carece completamente de
influencia.
Para una versión corta, puedes leerte este artículo en Talking Points Memo,
“Princeton study: U.S. no longer an actual democracy“, o
esta fantástica entrevista con uno de los autores en el mismo
medio. El estudio está convirtiéndose en una auténtica sensación viral en los
Estados Unidos a ciertos niveles.
El resultado de la investigación, en línea con el libro publicado por uno de
los autores, “Affluence and influence: economic inequality and political power
in America“, es coherente con trabajos anteriores, y de manera
particularmente llamativa con la espectacular presentación de Lawrence Lessig en
TED, “We the People, and the Republic we must reclaim“,
enormemente recomendable, que ha sido vista ya más de un millón de veces y que
ha inspirado también libros como “Lesterland: the corruption of Congress and how to end
it“, o la reciente iniciativa de recaudar fondos para una Super PAC (PAC, o Political Action Committee, son organizaciones que
reúnen fondos para influenciar decisiones políticas) tratando de “terminar con
todas las Super PACs”. Si no viste en su momento la presentación de Lessig, es
un buen momento para verla:
La evidencia académica del estudio de Gilens y Page viene a demostrar lo que
cualquier ciudadano medio lleva años sospechando: que el resultado de las
elecciones es lo de menos, que lo que votes da exactamente lo mismo, y que la
democracia es en realidad, desde hace muchos años, una forma de asegurar que
siempre gobiernen y tomen decisiones los mismos. Algo sobre lo que he escrito en infinidad de
ocasiones, que he podido presenciar directamente en las ocasiones en las que
he llegado a tener cierta proximidad a los centros de decisión política en mi
país (y sin duda una de las evidencias que me hicieron salir huyendo de esos
entornos), y que viene a ponerse de manifiesto mucho más a partir del momento en
que la sociedad consigue medios para organizarse en un entorno
hiperconectado
La democracia no existe. Como mucho, se otorga a los ciudadanos la
posibilidad de elegir a unos teóricos representantes, en el mejor de los casos
elegidos por ellos mismos pero habitualmente ni siquiera eso, que son los que
responden a los deseos de una minoría dominante. En la práctica, la mayor parte
de los países con unos supuestos altos estándares de calidad democrática son
eso: partitocracias o representantes corruptos que ratifican los dictados de una
oligarquía.
La tecnología ofrece muchos mejores medios que las corruptas democracias
actuales para organizarse como sociedad. Pero la tecnología, obviamente, no es
suficiente para conseguir nada. Antes hay que superar muchas otras cosas: la
resistencia al cambio, el miedo a un sistema diferente, o la evidencia de que,
por mucho que pretendan algunos, los ciudadanos son los mejores guardianes de
sus propios intereses, y todas esas ideas sobre que “toman decisiones solamente
unos pocos porque son los que están preparados para tomarlas” son lo que son:
pura basura, y a la vez germen y evidencia de un elevadísimo nivel de
corrupción.
Lo realmente importante de la evolución tecnológica es que terminará siendo
capaz de promover la disrupción en la “industria” que nos afecta a todos: la
política. E.Dans
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