miércoles, 20 de agosto de 2014

Economistas que hacen mal su trabajo

IMAGE: Kheng Guan Toh - 123RFUn gran artículo de Joel Mokyr, What today’s economic gloomsayers are missing, y una fantástica interpretación de Mike Masnick, Economists don’t understand the information age, so their claims about today’s economy are a joke, cuya tesis central es que los economistas convencionales están completamente perdidos cuando se trata de calcular el valor generado por la economía de la información.
La tesis me recuerda poderosamente las apreciaciones de Erik Brynjolfsson sobre la paradoja de la productividad, aquella teoría de Robert Solow que afirmaba, no en un artículo académico, sino en la crítica de un libro en el New York Times, que “veía ordenadores en todas partes, excepto en las estadísticas de productividad”.
Obviamente, la tecnología generaba enormes ganancias en productividad, y el problema era que el pobre Robert Solow, simplemente, no las podía medir con los métodos convencionales: por un lado, aparecían ganancias en fuentes no tradicionales de generación de valor como incrementos de calidad, de servicio al cliente, mejoras en flexibilidad productiva, etc. que las métricas tradicionales no eran capaces de medir. Por otro, se producía una redistribución de la riqueza que, al ser tomada en agregado, compensaba ganadores con perdedores y ocultaba los efectos. En tercer lugar, existían desfases temporales derivados del proceso de adopción tecnológica y de los factores necesarios para aprovechar esa tecnología, como el aprendizaje. Y en cuarto, problemas derivados de la gestión de la tecnología, que al ser llevada a cabo por directivos no entrenados o que incluso tenían prevenciones ante su incorporación, no permitían ponerla en valor.
La paradoja de la productividad fue, en realidad, un proceso que se curó con el tiempo: hoy sería imposible explicarnos la economía sin el aporte de las tecnologías de información. Sin embargo, como bien apunta el artículo de Mokyr, muchos economistas siguen haciendo mal su trabajo cuando no son capaces de entender la economía de la información. ¿Qué factores “se pierden” esos economistas?
Por un lado, un problema de medida: el uso de una métrica deficiente como el producto interior bruto, incapaz de recoger el valor generado por productos que son gratuitos para el usuario, y que en las estadísticas de productividad aparecen como aparentemente “carentes de valor”. Muchas de las ganancias generadas por la economía de la información son simplemente ignoradas por el PIB, no aparecen en ningún sitio, y nos llevan a comparaciones y apreciaciones sobre el crecimiento o decrecimiento de la economía que, sencillamente, no tienen ningún sentido. Por otro lado, el hecho de que la tecnología tienda a producir progresivamente cosas que son a la vez mejores y más baratas: un ordenador el doble de potente por la mitad de precio aparece en las estadísticas como un valor económico de sencillamente la mitad, no como cuatro veces más – que es el valor que realmente aporta.
El ejemplo utilizado por Mokyr resulta especialmente ilustrativo: si los avances en tecnologías que permiten el teletrabajo o los coches sin conductor fuesen capaces de reducir el tiempo que los ciudadanos de un país emplean en los desplazamientos a la mitad, ese factor no aparecería más que indirectamente en las estadísticas de productividad y en el PIB, aunque estaría contribuyendo enormemente a la economía, a la felicidad y a la productividad de todos esos ciudadanos, lo que convierte a la tecnología no en nuestro enemigo, sino en nuestra mayor esperanza.
Mientras los economistas no se apliquen a entender los elementos diferenciales de la economía de la información y las facetas en las que tiene lugar su aporte de valor, estarán, sencillamente, haciendo mal su trabajo, midiendo mal, y muy posiblemente, dando argumentos a una toma de decisiones inadecuada. E.Dans
 

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