Definitivamente, la red que tenemos hoy no tiene
demasiado que ver con lo que sus creadores originales pensaron para ella. El
sueño de una red completamente descentralizada y de imposible control choca con
unas operadoras que poseen la mayor parte de la infraestructura, empeñadas
además en rentabilizarla privándola de su naturaleza intrínsecamente neutral y
revendiendo canales preferenciales al mejor postor, y de gobiernos ávidos por
vigilar todas las comunicaciones que tienen lugar en ella.
A partir de un esquema original sencillo y de un protocolo caracterizado por
la simple conmutación de paquetes, hemos construido complejos esquemas de
seguimiento de los usuarios, sistemas de identificación persistentes y formas de
control que harían palidecer al mismísimo George
Orwell. De ahí que la idea de volver a descentralizar la red, de redefinir
las comunicaciones al margen de las operadoras y los gobiernos, haya estado en
la mente de numerosas personas desde hace ya bastantes años.
Con elementos como los routers que tenemos en nuestros hogares, las redes WiFi municipales o diversos tipos de de dispositivos y
protocolos, hemos visto circular numerosas ideas alrededor de la posibilidad de
construir esa red verdaderamente descentralizada, al margen de todo control.
Pero el desarrollo que ha terminado de impulsar el tema, sin duda, ha sido el
de la movilidad: actualmente, millones de personas de todo el mundo llevan en
sus bolsos y bolsillos un ordenador con capacidades de comunicación avanzadas,
que puede ser utilizado como ladrillo fundamental para construir esa red. Y de
hecho, así lo estamos empezando a ver, por primera vez con suficiente entidad
como para considerarlo viable: en países como Irak o Taiwan, en el curso de protestas ciudadanas que querían eludir
la vigilancia o el bloqueo de la red por parte del gobierno, miles de ciudadanos
han estado recurriendo a una aplicación, FireChat, que les
permite precisamente eso: conectar dispositivos entre sí y crear una red
completamente descentralizada, en la que todos los dispositivos actúan como
nodos de una red mesh. Detrás de la aplicación está Open
Garden, una compañía finalista del TechCrunch Disrupt de hace dos años en Nueva
York que ya ha recibido abundante atención de los
medios, y que afirma que la escasez de espectro es simplemente un mito difundido por las
operadoras y que lo que tenemos que hacer es reinventar la red usando redes
Wifi y nuestros dispositivos móviles.
La empresa ha conseguido atraer nada menos que al francés Xavier Niel,
creador del segundo proveedor de acceso y el tercer operador móvil de Francia,
Free, y que recientemente se ha embarcado en la puja por hacerse con T-Mobile US, el
cuarto operador norteamericano, con más de cincuenta millones de clientes.
Rápidamente, hemos visto desatarse todo tipo de especulaciones uniendo el potencial de ambas
empresas: la aplicación de Open Garden ha sido hasta el momento descargada
unos cinco millones de veces, pero afirma que en zonas con densidad de población
elevada, bastaría con un 7% de terminales con ella instalada para poder
proporcionar acceso a la web a todos los usuarios sin necesidad de estar
conectados a un operador o a una red WiFi directamente, convirtiendo a las
operadoras en redundantes.
¿Qué llevaría a que precisamente una operadora protagonizase una especie de
“suicidio” proponiendo un servicio que genera su propia pérdida de importancia?
Precisamente eso, la auto-disrupción como forma de innovación, el intento de
capitalización de un fenómeno que, aunque tú no lo provocases, terminaría por
suceder. Poder ser la primera empresa de telecomunicaciones en un mundo
post-operadoras. Un futuro para el que indudablemente falta aún bastante tiempo,
pero que podríamos estar empezando a vislumbrar.
Llevo escribiendo sobre la idea de redes completamente distribuidas desde el año 2006,
y si algo tengo claro es que el incremento de potencia y la progresiva ubicuidad
de los terminales móviles es un desencadenante seguro para la aparición de este
tipo de redes, primero vinculadas con circunstancias específicas (bloqueos,
censura, control, etc.), pero en algún momento, de manera totalmente
generalizada. El control de las redes de comunicación es en último término
imposible, como bien han demostrado los terroristas de ISIS reabriendo en la red social descentralizada Diaspora los
perfiles que Twitter le había cerrado por utilizarlos para difundir sus
barbaridades.
Y es en ese aspecto donde radica precisamente la gran discusión: qué va a
ocurrir cuando la red sea realmente un medio descentralizado y de uso sencillo
que permita publicar y difundir absolutamente cualquier cosa. El desarrollo de
la deep
web, con su enorme red de nodos y sitios dinámicos accesibles
únicamente mediante aplicaciones de anonimización que el usuario medio
desconoce, no es más que una evidencia de una deriva que en el largo plazo no
puede ser evitada, algo inevitable con lo que va a ser necesario acostumbrarse a
vivir. Para bien y para mal. E.Dans
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