La web es un entorno complejo, porque todas las
reacciones que antes quedaban relegadas al ámbito del comentario privado o de la
conversación en el bar, pasan a hacerse peligrosamente visibles, y a afectar
potencialmente muchísimas decisiones. La última experiencia de Facebook con la
escisión de su Messenger parece una muy buena prueba de ello.
Escindir el Messenger de Facebook en una aplicación separada de la principal
puede que fuese una decisión estratégicamente razonable. La
app de Facebook en smartphones es ya demasiado compleja y
cargada de funcionalidad, mientras que lo que parece triunfar en mensajería
instantánea es la simplicidad absoluta y el minimalismo radical, que además
ayudan a la hora de posicionar la aplicación en mercados en los que los modelos
más habituales de smartphone distan mucho de ser lo que podríamos
considerar de última generación.
Contratar a golpe de talonario a un alto directivo de PayPal para
gestionar Messenger probablemente no sea tampoco un mal movimiento, dado el
prestigio del implicado y la importancia estratégica cada vez mayor que parece
estar adquiriendo el mercado de la mensajería instantánea.
Pero cuando finalmente llega el momento de presentar la decisión a tu enorme
base de clientes, de decirles eso de “y ahora se acabó Messenger dentro de Facebook, y tenéis que bajar
e instalar esta otra app independiente si queréis seguir usándolo“,
las cosas cambian. Es muy posible que sea una simple cuestión de matices, de
cómo presentas o dices las cosas, pero si no lo haces bien, el resultado es
claro: tu nueva app, que lidera el ranking de descargas en función del
elevado número de clientes que tienes, muestra además una horrible puntuación de… una estrella, la mínima
posible. El equivalente en la web a salir a un escenario y que te cubran de tomatazos. El
resultado se acompaña, claro, de artículos que preguntan a los usuarios por sus reacciones y
actitudes ante el cambio, de trucos para evitar la obligación de instalar la app,
de bulos y mitos que tratan de explicar la falta de popularidad,
de todo tipo de teorías conspirativas y, en general, de toda una oleada de
mala imagen y percepciones negativas, lo peor que puede ocurrir a cualquier
empresa que pretende posicionar un nuevo producto.
¿Es Facebook Messenger un mal producto? ¿Realmente es tan mala la idea de
proponer que la funcionalidad se escinda en una app diferente? ¿Es
verdaderamente tan molesto gestionar esas conversaciones en la nueva
app? ¿Hay algún factor que haga que los usuarios reacciones de manera
tan negativa ante ello? Probablemente, la respuesta a todas esas preguntas sea
negativa. Pero por alguna razón, los usuarios en la web tienden a reaccionar mal
cuando las decisiones no son percibidas como libres, cuando se presentan como
impuestas. Por la razón que sea, nos gusta sentir que descargar, instalar y
utilizar una app determinada es un proceso en el que decidimos de
manera autónoma, en virtud del consejo que nos da otro usuario, de algo que
leemos o nos cuentan. Las obligaciones impuestas no funcionan: no quiere decir
que no lo hagamos, pero generan una reacción negativa. Muy posiblemente, una
reacción que tenderá a diluirse y a tener poca importancia con el tiempo, pero
que no deja de ser un obstáculo de cara a la velocidad del proceso de adopción,
una carta de presentación que a nadie le gusta tener, y una puerta abierta a la
competencia de terceros que quieran capitalizar esa reacción negativa
proponiendo su propia herramienta como alternativa.
Facebook no es la primera empresa en sufrir el desprecio o las reacciones
negativas de sus usuarios cuando perciben que se les está intentando obligar a
hacer algo. Muchas de las reacciones que Google ha experimentado con el desarrollo de Google+, o las
que Foursquare se ha encontrado cuando presentó Swarm tienen una
dinámica muy similar, y parecen recomendar que se actúe con muchísimo cuidado a
la hora de proponer movimientos similares. Por buenos que inicialmente puedan
parecer, por recomendables que sean desde el punto de vista estratégico, por
aconsejables que resulten de cara a la funcionalidad o el desarrollo futuro, si
su evolución conlleva plantearlos de una manera que los usuarios puedan percibir
como una imposición, piénsalo dos veces.
¿Conservadurismo? ¿Rechazo a cambiar cosas que aparentemente funcionaban
bien? ¿Resistencia al cambio? ¿Pereza? ¿Qué lleva a los usuarios a reaccionar de
manera tan negativa ante este tipo de propuestas? La razón, muy probablemente,
tiene más que ver con la psicología que con la tecnología o la funcionalidad,
pero no por ello merece una consideración de menor importancia. En los procesos
de adopción, hay factores que funcionan maravillosamente bien y se convierten en
un estímulo, y otros que generan rechazo. Plantear un cambio que otros usuarios
han probado y recomiendan, que ha sido antes testado en beta y con una
disponibilidad limitada, que responde a una petición aparentemente generalizada,
etc. puede representar un éxito de crítica y público. En cambio, proponerlo como
algo que los usuarios tienen que llevar a cabo so pena de ver como su
herramienta anterior deja de funcionar o como resultado de ser conminados a ello
por un mensaje emergente funciona como una especie de insulto o bofetada a su
libertad de acción, como una forma de demostrarles que en realidad carecen de
libertad, y da lugar a una reacción negativa.
Sutil, sí. Pero cada vez más evidente.
E.Dans
Browse » Home